El rechazo de la Constitución europea por
holandeses y franceses en los recientes referendos pone finalmente
en bandeja al Reino Unido su vieja idea de una Europa más bien zona
de libre cambio que unión política.
Esa es la impresión de muchos observadores en esta capital, según
los cuales el doble rechazo al proyecto constitucional por parte de
los pueblos de dos países fundadores representa un duro golpe al
proceso de integración.
Para nadie es un secreto que el Reino Unido, que asume el próximo
1 de julio la presidencia de la UE, no se ha sentido nunca cómodo
con la idea de una Europa cada vez más cohesionada políticamente y
capaz de servir de contrapeso a Estados Unidos.
El Reino Unido no se sumó hasta 1973 (junto a Dinamarca e
Irlanda) a la Comunidad Económica Europea no sólo debido al veto de
Francia en los años 60 sino también precisamente porque temía que
ello fuese en detrimento de su soberanía nacional.
Sólo consideraciones económicas convencieron a los británicos,
que confirmaron su ingreso en un referéndum en 1975, de que no
podían quedarse al margen y de que tendrían que ganar influyendo
todo el proceso desde dentro que quedándose fuera.
Sin embargo, su objetivo no cambió: tanto la primera ministra
conservadora Margaret Thatcher como su actual sucesor, el laborista
Tony Blair, han intentado, aunque con distintos métodos, impedir el
dominio del núcleo franco-alemán.
Bajo Thatcher y Blair, los británicos han sido los principales
abanderados de la ampliación al Este porque pensaban que les ayudaba
precisamente a debilitar ese eje París-Berlín.
Su cálculo, que se demostró acertado, es que las nuevas economías
de mercado del Este iban a mostrarse mucho más receptivas al modelo
de liberalismo económico calificado de "anglosajón".
Cuantos más países entrasen en el club de Bruselas y más diversos
fueran, como sería el caso de la islámica Turquía de ser admitida un
día, más difícil les resultaría a franceses y alemanes dirigir el
coro.
Los resultados de los referendos francés y holandés, con
independencia de los motivos, muy diversos, del rechazo de los
ciudadanos, suponen de hecho una derrota de la idea de Europa
acariciada por París: una Europa fuerte y cohesionada, capaz de
hablar con una sola voz y de plantarle cara a Estados Unidos.
Los nubarrones que los siempre euroescépticos británicos veían
siempre en el horizonte cuando miraban en dirección del continente
finalmente parecen haberse despejado en buena parte.
"Gran Bretaña sigue estando en el club de Bruselas, pero la unión
política está muerta. Y mejor aún, en el arma utilizada para el
crimen aparecen por todas partes huellas francesas", escribe el
semanario británico "The Economist".
La ironía de todo ello, prosigue el comentarista, es que (el
presidente francés, Jacques Chirac, se vio obligado a convocar un
referéndum en parte porque el primer ministro británico, Tony Blair,
había decido consultar también a sus votantes.
Blair lo hizo en un momento de gran vulnerabilidad política, tras
lanzar al país a la impopular guerra de Irak, para demostrar que no
temía el veredicto de las urnas, y su envite fue fuerte porque
difícilmente hubiera ganado la apuesta.
El doble "no" de franceses y holandeses le libera ahora de tener
que cumplir su promesa pues no tendrá sentido pedir a los británicos
que voten sobre algo que ya se sabe que es papel mojado.
Si Blair puede sentirse liberado, a Chirac el tiro le ha salido
por la culata, pues la Europa cohesionada que dice ambicionar parece
hoy más lejos que nunca.
Y esto en un momento con tantos motivos potenciales de conflicto
con Estados Unidos: presiones sobre Irán para que abandone su
programa nuclear, disputa sobre el embargo de armas a China,
situación siempre explosiva en Oriente Medio, disputa transatlántica
por las subvenciones a sus respectivas industrias aeronáuticas.
Como señala hoy el diario "The Guardian", resulta irónico que a
muchos en la izquierda, preocupados por el unilateralismo de EEUU,
los hayan cegado sus temores a la globalización y al liberalismo
económico, o a supuestas amenazas de Bruselas, hasta el punto de
"sacrificar la laudable ambición de una Europa más poderosa en el
altar de un proteccionismo teñido de xenofobia".