Cura obrero, y las primeras escaramuzas de lucha obrera: Huelgas, asambleas clandestinas, saltos gritando libertad, Primero de Mayo, sindicalismo y "los grises" con las porras y las multas
(Juan Antonio Delgado de la Rosa).- A finales del año 2014 publique la biografía de Francisco García Salve en la editorial Endymión. Ha pasado un año y sigo valorando y reflexionando sobre la figura de paco el cura, máxime hoy que ha fallecido, siempre estará en el recuerdo vivo de nuestros espíritus.
Realmente escribo pará mí, discúlpeme el lector. Si hubiese otra razón espuria, con certeza, no lo sé. ¿Quizás porque me gusta escribir, disfrutar de la concentración y el silencio buscando el maridaje adecuado entre las palabras? ¿Quizás porque mientras me regodeo con recuerdos, imágenes y fantasías, me evado y olvido del mundo chabacano y gris que me rodea con intención de engullirme? ¿Pretendo huir de la piara? (título que García Salve puso a uno de sus últimos libros). ¿Quizás para ocultar algo que repele a mi ego camuflado en mi subconsciente? ¿Un deseo quizás de exhibir, no sé qué, para ufanarme de mí persona? No lo creo, odio los ditirambos, pero cada persona es un enigma. Puede haber algo de todo. Y ahí queda al albur del viento.
Idealista utópico. Este instinto vital, tan magnífico como peligroso, que como estrella polar, ha orientado su vida, siempre le había impulsado a elegir el camino más noble en todas las encrucijadas. Ese joven con 18 años, espigado y, enjuto por el hambre, que fue, terminado el bachiller, tenía que elegir entre emprender la carrera de ingeniero, como toda su familia de rudos trabajadores deseaba, o ingresar en la Compañía de Jesús como su estrella idealista le impulsaba. Su firme decisión de entrar al convento fue desgarradora para todos, que lloraron por dentro su elección. Pero, a pesar de todas sus cicatrices de batallas perdidas y descalabros, siempre siguió flameando orgulloso la bandera de idealista utópico.
El germen de su rebeldía. Los tres años de «magisterio» que seguían a los tres de filosofía se dedicaban a la enseñanza en los colegios de la Compañía. Le destinaron a la «Escuela Profesional de Cristo Rey» de Valladolid. Valladolid era entonces checa franquista de nuestra posguerra donde Girón y las cenizas de Onésimo Redondo eran los adalides dominantes de la «gloriosa» Victoria. Aquí empezó el germen de su rebeldía. Después de sus siete años de enclaustrado en el fanal de piedad y estudio, se encuentra frente a una realidad desencajada.
Sus ancestros marcaron su futuro. La razón, siempre audaz, en connivencia con sus ancestros de parias explotados y su urticante desazón, que venía de lejos, por sentirse rebozado en opulencia y tan lejos de los marginados, sentenció su sendero.
La razón debe ser la estrella polar que oriente nuestro camino. Toda ruptura es un desgarro o una liberación. Decisión arriesgada de vida que sin más red protectora que el propio coraje: Cura obrero, y las primeras escaramuzas de lucha obrera: Huelgas, asambleas clandestinas, saltos gritando libertad, Primero de Mayo, sindicalismo y «los grises» con las porras y las multas gubernamentales con meses en Carabanchel. ¡España negra, negra! Ya todos conocían su historia y, desde entonces, todos sus amigos y viejos camaradas le conocerán como «Paco el cura».
Y el Proceso 1001. La sentencia fue expedita. Experiencia fecunda para su personalidad porque espoleó sus relinchos de libertad. «Hambre y sed de Justica». Primero en Carabanchel y después en esa Cárcel Concordataria de Zamora, baldón imborrable de la Iglesia Española, cuando cardenales y obispos sorraban al Caudillo. Todo marca en la persona y lo importante es saber restañar las heridas. La felicidad que anhelamos, la construye uno mismo. La felicidad se la forja uno mismo saliendo a la palestra con una inteligente y optimista actitud ante la vida. Los plañideros, oledores de tragedias, viven siempre con miedo. Jamás perder nuestra autoestima aunque un tropezón, un error o un rebuzno, nos enfangue la figura. Corregir y remontar sólo depende de nuestro coraje para seguir caminando a paso de hombre.
García Salve fue siempre un utópico irredento. ¡Duc in altum! Esa sería la divisa en su escudo de armas. La utopía fue siempre un acicate para las acciones más nobles, generosas y hasta quijotescas de su vida. La utopía ha dado fuste y alas a su persona, ha encendido hogueras en sus nieblas, ha infundido coraje en las encrucijadas más duras y, en definitiva, le ha transformado en lo que fue; un bicho pensante que rompe su soledad, para auscultar el fango que le engulle.