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Un enigma científico de dos siglos resuelto gracias a la tecnología moderna

Identifican por fin al misterioso volcán que enfrió la Tierra en 1831

La erupción del volcán Zavaritskii en las Islas Kuriles provocó un enfriamiento global de consecuencias devastadoras

Fernando Veloz 04 Ene 2025 - 08:03 CET
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Imaginen un verano sin sol, con nieve en junio y heladas en agosto. No, no es el guion de una película apocalíptica de Hollywood, sino la realidad que vivieron nuestros antepasados en 1831.

Durante casi dos siglos, los científicos se han rascado la cabeza intentando descifrar el misterio de una erupción volcánica que enfrió el planeta y causó estragos en todo el mundo.

Ahora, gracias a un equipo de investigadores de la Universidad de St Andrews, el culpable ha sido finalmente identificado: el volcán Zavaritskii, ubicado en las remotas Islas Kuriles, al norte del Océano Pacífico.

Esta revelación no solo resuelve un enigma histórico, sino que también arroja luz sobre cómo los eventos volcánicos pueden tener un impacto global en el clima.

El Dr. Will Hutchison, líder del estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, describe el descubrimiento como una «coincidencia perfecta de huellas dactilares» entre los depósitos de ceniza encontrados en núcleos de hielo y los del volcán Zavaritskii.

Pero, ¿qué hace que esta erupción sea tan especial?

Pues bien, en 1831, este volcán decidió hacer una fiesta a lo grande, lanzando una cantidad masiva de gases sulfurosos a la atmósfera. Estos gases, como si fueran un parasol cósmico, reflejaron la luz solar y provocaron un enfriamiento global de aproximadamente 1°C. Puede que no suene como mucho, pero en términos climáticos, es como si alguien hubiera puesto el aire acondicionado del planeta a tope.

Las consecuencias fueron devastadoras. El frío inusual provocó pérdidas generalizadas de cosechas y hambrunas en todo el mundo.

Incluso el compositor Felix Mendelssohn, durante su viaje de verano por los Alpes, se quejaba del «tiempo desolador» y del frío invernal en pleno agosto. Imaginen la cara de los turistas que habían reservado sus vacaciones de playa ese año.

Este evento nos recuerda al famoso «año sin verano» de 1816, causado por la erupción del volcán Tambora en Indonesia un año antes.

En aquel entonces, las temperaturas se desplomaron, nevó y llovió sin parar, y las cosechas fueron un desastre. En Granada, por ejemplo, ni un solo día del verano de 1816 se superaron los 28 grados. El 7 de agosto de ese año se registró la temperatura máxima más baja de la historia en la ciudad: 23,5°C. Vamos, un día perfecto para los pingüinos, pero no tanto para los granadinos.

Estos eventos volcánicos nos transportan a la llamada Pequeña Edad de Hielo, un período de enfriamiento global que se extendió aproximadamente desde el siglo XIV hasta mediados del XIX. Durante este tiempo, los inviernos en Europa y Norteamérica fueron particularmente severos.

El río Támesis en Londres se congelaba con frecuencia, permitiendo la celebración de las famosas «Ferias de Hielo».

Imaginen a los londinenses patinando sobre el río y comprando castañas asadas, todo ello con el Big Ben de fondo. Una postal navideña perfecta, si no fuera por las hambrunas y las enfermedades que acompañaban a estos fríos extremos.

Las causas de la Pequeña Edad de Hielo son múltiples y aún objeto de debate entre los científicos.

Se barajan teorías que van desde una baja actividad solar (el llamado Mínimo de Maunder) hasta una serie de erupciones volcánicas que, como la de Zavaritskii, enfriaron el planeta. Es como si la Tierra hubiera decidido darse una ducha fría durante unos siglos.

Pero no todo fueron malas noticias.

Este período de frío intenso también dejó su huella en el arte y la literatura.

Los paisajes invernales de pintores como Pieter Bruegel el Viejo o las descripciones de inviernos brutales en las obras de Charles Dickens son un testimonio de esta época. Quién sabe, tal vez sin la Pequeña Edad de HieloEbenezer Scrooge habría sido un tipo mucho más simpático y Oliver Twist no habría tenido que pedir más sopa.

El descubrimiento del volcán responsable de la erupción de 1831 nos recuerda la fragilidad de nuestro clima y cómo eventos aparentemente locales pueden tener consecuencias globales.

También nos hace reflexionar sobre nuestra propia época, en la que el cambio climático está alterando el planeta de formas que aún estamos tratando de comprender.

Mientras tanto, la próxima vez que nos quejemos de un verano demasiado frío, recordemos que podría ser peor. Al menos no tenemos que preocuparnos por un volcán en las Islas Kuriles arruinando nuestras vacaciones… por ahora.

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