En la vigésima segunda entrega de «Cautivos del mal«, el periodista y filólogo David Felipe Arranz entrevista en primer lugar al profesor y crítico musical Pedro González Mira por su último libro, Los músicos de Stalin (Berenice), y, a continuación, a la dramaturga, intérprete y directora escénica Magüi Mira, que acaba de estrenar Magüi Mira Molly Bloom, en el Teatro Quique San Francisco, y la película Venus (2022), de Jaume Balagueró.
Pedro González Mira aborda en su libro la música escrita por los compositores rusos más significativos del área rusa desde los últimos años del zarismo hasta la compuesta después de la caída de la Unión Soviética, haciendo especial hincapié en los maestros que, de una manera u otra, desde dentro y desde fuera, trabajaron durante los años de la dictadura de Stalin. Un repaso desde Glinka a Chaikovski; desde Rimski-Kórsakov a Músorgski; desde Rajmáninov a Stravinski, Prokófiev, Shostakóvich y sus herederos. Defiende la tesis de que los que trabajaron en los años de acero fueron el resultado de un poliédrico proceso que arranca con un coloreado y potente movimiento nacionalista hasta alcanzar una vanguardia que solo a veces es capaz de expresarse con autonomía, debido a la permanente mediatización de su asfixiante dependencia política. Indirectamente, pues, habla de las relaciones entre el espíritu de lo ruso y su inagotable y magnífica inventiva.

Pedro González Mira y David Felipe Arranz
El autor pone su empeño en clarificar ese escenario, tratando de separar la paja, que es mucha, de un trigo que pudo crecer gracias al enorme talento de unos cuantos compositores que desarrollan su arte inmersos en la inmensa mediocridad oficialista. E igualmente expone los datos necesarios para encontrar explicaciones a la posterior deriva que conduce a la sequía musical producida en la Federación Rusa desde el momento mismo de la caída del imperio soviético.
El punto sin retorno de esta funesta evolución es un estado actual de la sociopolítica en el que es difícil detenerse, pero que queda encarnado en una cruenta y letal mezcla entre (in) cultura, violencia, irracionalidad religiosa e impenitente imperialismo. Como ya sucediera en sus libros anteriores para Berenice, en este vuelve a hacer un repaso exhaustivo de los contenidos, bajo una perspectiva dominada por la sencillez y un esforzado intento de descender hasta el alma de la música. Un alma que, en este caso, tiene que ser arrancada a los pentagramas bajo el signo de la autodestrucción, ese rasgo tan grandioso, y a la vez doloroso, de la gran creación rusa.
Después, Arranz entrevista a Magüi Mira, que en encarnó a Molly Bloom, mítico personaje de la novela del Ulises de James Joyce, uno de los grandes textos literarios del siglo XX, y enamoró al público y a la crítica. Molly vive una noche de insomnio. Su pensamiento vuela sin filtros hasta sus más profundos deseos, a veces escandalosos. Molly nos desvela su pasión por la vida, su relación con el sexo, sus principios femeninos. Molly, segura de sí misma, disfruta de la vida que vive y de la vida que imagina. Hoy, cuarenta años después, las mismas palabras escritas por Joyce, vuelven a ser interpretadas por Magüi Mira que, con sus 77 años, nos acerca a una nueva Molly. Con mucho amor y mucho humor. Según Magüi Mira “Todas las mujeres somos la misma mujer: Qué es una mujer, se preguntaba seguramente James Joyce cuando escribió el último capítulo de su Ulises. 24.000 palabras. Sin puntos ni comas. Y como un hombre osado entró en el pensamiento de Molly. Pensamiento que definió arrollador y tembloroso de tanta contradicción. Pensamiento que volaba sin filtros. Y cuando consiguió publicarlo en 1922, hoy hace 100 años, sus lectores se horrorizaron ante tal brutalidad y desvergüenza. Una mujer casada no podía expresarse así… Se dieron de bruces con una Molly inabarcable, inclasificable, una mujer que no podían encapsular, como tampoco a la condición femenina. Una mujer casada no podía pensar así. Se horrorizaron ante la desvergüenza de una mujer que recorría las calles de su vida a tropezones, vida que ella sabía inexplicablemente injusta. Sus gritos conmovedores, por la urgente necesidad de oxígeno limpio, zarandearon el alma de muchas mujeres y de muchos hombres que entonces leyeron ávidamente la novela esencial del siglo XX: el Ulises de Joyce”.

Magüi Mira y David Felipe Arranz
Para Magüi Mira, “hoy, las palabras de Molly Bloom permanecen intactas, pero el mundo se mueve y se trasforma. Deseo convertir su resignación y sus renuncias en generosa aceptación de la vida de mujer madre y amante que sostiene el mundo. Huelo sus secreciones, la sangre, la leche de sus pechos, fuerza imparable de la madre naturaleza, de la madre tierra, Molly es un espíritu libre y puro, que no se somete al control y al abuso masculino, Molly sigue diciendo sí a la vida. Y por eso hoy su capacidad de provocación es más impactante. Con más amor. Con más humor. Asumiendo riesgos. De ahí nace su apabullante belleza”.
También charla con Arranz sobre su último papel en el cine y su experiencia con el director, la villana de Venus (2022), de Jaume Balagueró, producida por Álex de la Iglesia y Carolina Bang, y con Ester Expósito. La película gira en torno a una bailarina que trabaja en una discoteca de Madrid y que una noche, roba una bolsa de viaje repleta de pastillas de éxtasis de la taquilla del dueño del club. Sorprendida por el portero, logra escapar, pero es apuñalada en una pierna en el último momento. Busca refugio en casa de su hermana y su sobrina, que viven en el extrarradio, en un bloque de pisos ruinoso llamado “Venus” cuyos vecinos mantienen un comportamiento extraño.
En el editorial del inicio, Arranz recomienda algunas novedades, como Un puñado de anécdotas. Opus incertum (Anagrama), del recientemente fallecido Hans Magnus Enzensberger; Diario de un estudiante. París 1914 (Diëresis), de Gaziel, y Los hombres no son islas. Los clásicos nos ayudan a vivir (Acantilado), de Nuccio Ordine.