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    La misericordia y la compasión

    Señales del Reino de Dios

    "Jesús reveló el reino a los sencillos, no a los entendidos o sabios"

    Fray Luis Carlos Bernal 
    25 Abr 2012 - 18:05 CET
    Señales del Reino de Dios
    Jesús miserocordioso
    Archivado en: Desigual | Honda | Religión

    Los receptores de la revelación del Padre son los agobiados por el peso de la vida, los que saben del reino con el saber del "sabor"

    (Fray Luis Carlos Bernal)- En este escrito no voy a hablar expresamente del «Reino de Dios», pues tengo en cuenta lo que se dijo acerca de él en el número anterior de la Revista Misión, (nº 188, La alternativa de Jesús, 24). No obstante, destacaré más algunos aspectos de ese «reino», a fin de discernir con mayor claridad las «señales» que atestiguan que el reino está presente entre nosotros. Me propongo reflexionar sobre estas señales y descubrirlas. Si lo consigo, esas «señales» ayudarán a discernir en qué parcelas de nuestra realidad está presente el reino de Dios, en cuáles ausente y en cuáles oprime el anti-reino. Entre las muchas «señales del reino de Dios» voy a hacer hincapié en una de ellas, que adrede, por su importancia, adjetivo como «fuerte»: son las señales de la misericordia y de la compasión.

    Dificultades para encontrar señales del reino de Dios

    No resulta fácil descubrir las «señales de vida» del reino. Apunto algunas dificultades que obstaculizan el reconocerlas.

    • En primer lugar, porque ni siquiera es sencillo descubrir qué es el reino de Dios. «Jesús -decía José Antonio Pagola– nunca explica en qué consiste el reino de Dios. Lo que hace es sugerir, con un lenguaje poético, cómo actúa Dios y como sería el mundo si hubiera gente que actuara como él» . Eso es todo.

    Es verdad que Jesús asegura, mediante parábolas, que el reino es una gran riqueza, un «tesoro escondido en un campo» (Mt 14, 44) que vale la pena adquirir. Que es un reino que viene y se realiza con el ritmo fecundo y lento de una semilla enterrada en la tierra (Mt 13, 3-9; 18-23), que crece como ésta, desde adentro de sí misma (Mc 4, 26-29), o que, como la levadura, fermenta la masa (Mt 13, 33p). Un reino que no es de este mundo (Jn 18,36), pero que ya ha llegado (Mt 12,28) y que está en medio de nosotros (Lc 17,21).

    Tal vez sorprenda que Jesús no haya explicado con mayor claridad, sin tantos enigmas, en qué consiste el «reino de Dios» o «reino de los cielos», que fue su divina y humana obsesión, la utopía que anunció y en cuya realización se comprometió de por vida. Jesús prefirió hablar en parábolas para cumplir lo dicho por el Profeta: «Hablaré en parábolas, daré a conocer cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo» (Mt 13, 35); o tal vez habló en parábolas -¡quién sabe!-, porque algunos de sus oyentes, «viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden (Mt 13,13).

    La parábola no narra una teoría, por eso desconcierta a quienes están habituados al lenguaje conceptual y «sistemático». Jesús dice más y mejor, con un lenguaje más rico, mediante estas figuras poéticas que exigen al oyente intuir y conocer con el corazón y la mente esos enigmas. Así es como los «sencillos» descubren el misterio del reino. Por eso, Jesús dice confidencialmente a sus discípulos: «Es que a ustedes se les ha dado a conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no» (Mt 13,11).

    • Otra dificultad no menor es que el Padre, con gran regocijo de Jesús, revela el reino a los «sencillos» y no a los «sabios» y «entendidos» de este mundo (Mt 11, 25). Se lo revela a los «pobres», porque «a ellos les pertenece el reino» y saben valorar su pertenencia (Mt 5, 3). Los receptores de la revelación del Padre son los agobiados por el peso de la vida, los despreciados y los marginados. Ellos, sumidos en su pobreza, descubren la novedad del reino como una «buena noticia», como una utopía posible por la que vale la pena comprometerse.

    . Para reconocer el reino y descubrir sus señales es necesaria la «sencillez» del pobre o, lo que es lo mismo, la sabiduría del pobre. No sirve la lógica erudita de este mundo; sus rigurosos silogismos no llegan a lo profundo y definitivo del reino. Sólo se accede a los pobres de la primera bienaventuranza de Jesús (Mt 5,3) saben del reino con el saber del «sabor», el «saber» más penetrante, el de la auténtica sabiduría que llega hasta el meollo del reino. Por lo tanto, el camino para descubrir las señales del reino no puede ser otro sino el de la «sencillez». Esta condición, tan exigente, requiere la conversión del corazón, y escuchar atentamente a los pobres, que saborean el reino.

    • Finalmente, otra dificultad, la última entre muchas otras que podrían apuntarse: es que es difícil atinar, y captar las auténticas señales del reino. El evangelista Lucas cuenta: «Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: ‘La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá `Véanlo aquí o allá`, porque, miren, el Reino de Dios ya está entre ustedes» (Lc 17, 20-21).

    El reino de Dios no irrumpe ostentosamente en el mundo -en nuestra compleja realidad humana- sino en la pequeñez del grano de mostaza, la «más pequeña de cualquier semilla, pero [que] cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas» (Mt 13,31-32). Para descubrir las señales del reino de Dios precisamos ojos y mirada de profeta, capaces de reconocer en lo pequeño -en los pequeños, en los gestos sencillos, en las pequeñas iniciativas solidarias, en la periferia de los marginados- las «cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo» (Mt 13, 35).

    Pero, a menudo, solemos equivocarnos en nuestras búsquedas de la señales del reino. Pretendemos encontrarlas en lo «extraordinario» y no en lo pequeño, en lo útil más que en lo gratuito, en las instituciones más que en el testimonio creyente -en el «martirio»- de los discípulos y discípulas de Jesús, que se empeñan con ardor en hacer presente el reino.

    Las señales que buscamos

    Buscamos esas señales que calificamos como «señales de vida». Buscamos estas señales en el rostro inmóvil del enfermo para saber si todavía está con nosotros o ya se fue; o cuando -trascurrido el otoño y el invierno- indagamos la vida de una higuera en sus yemas y retoños; o, en fin, cuando tomamos el pulso de una institución -cualquiera que ésta sea- para averiguar si está viva, agonizante o rematadamente muerta. «Dar señales de vida» es un anuncio feliz; es la buena noticia que proclama que la vida resiste contra la muerte ya la vence.

    Voy a ocuparme, pues, de averiguar cuáles y de qué particularidad son las «señales de vida» que el reino de Dios depara para asegurarnos de que está vivo, palpitante, prometedor entre nosotros. Estas «señales» son de esta índole:

    • Vitales. No son señales ni de ideas ni de conceptos, ni de logradas definiciones que aspiran -a mi modo de ver sin ningún éxito, a encerrar (o enjaular) la vida en «proposiciones», bien pensadas y expresadas con lógica exactitud. Pero la vida -que tiene sus imprevisibles horizontes, sus propios ritmos y sus complejidades- se resiste al conocimiento «exacto». Las señales vitales -las señales de vida- , a veces tenues y a veces fuertes, hay que reconocerlas no solo con la mente, sino también con el corazón; hay que tocarlas y palparlas con ternura. Es el saber de la sabiduría. De esta manera reconocemos cómo la levadura fermenta gradualmente la masa; cómo el grano de mostaza se transforma lentamente en arbusto.

    • Memoria, anamnesis. Estas señales se convierten en símbolos fecundos del Cristo viviente entre nosotros. Cada una de ellas nos habla de Jesús de Nazaret y de su reino; nos revela su compasión, su peculiar manera de tratar al marginado, su obediencia al Padre. Pero, el talante simbólico y anamnético de estas señales, les da la posibilidad no sólo de hablar de Jesús sino, además, de hacerlo presente entre nosotros, de tal manera que le reconozcamos en las señales del reino, de modo semejante, pero no idéntico, a como los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús en la fracción del pan (Lc 24, 30-31), la señal privilegiada del reino.

    Dar de comer al hambriento y de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo o al preso, recibir al forastero: son señales del reino, y hasta tal punto son anamnéticas que el mismo Jesús es el hambriento, el sediento, el desnudo, el enfermo, el preso y el forastero. Jesús no dice «tuvo» hambre, sino «tuve» hambre. Pero, tanto los «justos» como los «condenados» dicen al Hijo del hombre no haberle reconocido en esas «señales». El Hijo del hombre resuelve su dificultad aclarándoles que «cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron» (Cf. Mt, 25, 31-46).

    • Imperceptibles. No es fácil descubrir a simple vista las señales del reino. Se muestran en la insignificancia del grano de mostaza (Mt 13, 31-32), o en un tesoro escondido en el campo (Mt 13, 44-45), o como el grano de trigo -la buena semilla, los hijos del Reino – mezclada con la cizaña, los hijos del Maligno (Mt 13, 24-30; 36-43). Como señalé anteriormente, es menester una mirada de profeta para descubrirlas.

    La misericordia y la compasión, señales fuertes del reino de Dios

    Jon Sobrino indica tres perspectivas para descubrir las señales del reino de Dios: la nocional; la vía de la praxis de Jesús; y la vía del destinatario del Reino. Pablo Bonavía nos ofreció su comentario de estas tres perspectivas en el número anterior de nuestra revista MISIÓN . Remito a este excelente artículo. De las tres perspectivas mencionadas, elijo para mi reflexión la segunda, y dentro de ella voy a ocuparme de los gestos del Jesús compasivo y misericordioso como señales del reino.

    He preferido esta perspectiva porque la compasión y la misericordia -íntimamente vinculadas entre si – son el modo de ser de Dios que es Amor (IJn 4,8). El amor sustenta y da sentido a todo lo que Dios realiza, porque sigue siendo verdad que «el obrar es de la índole del ser». Jon Sobrino reflexiona sobre esta condición divina -su condición amorosa, misericordiosa- cuando habla de lo que él llama el «Principio-Misericordia» , que describe de este modo: «Digamos que por ‘Principio-Misericordia’ entendemos aquí un específico amor que está en el origen de un proceso, pero que además permanece presente y activo a lo largo de él, le otorga una determinada dirección y configura los diversos elementos dentro del proceso. Ese ‘Principio-Misericordia’-creemos- es el principio fundamental de la actuación de Dios y de Jesús, y debe serlo de la Iglesia» .

    La misericordia divina no es, pues, una «obra» (al estilo de las «obras de misericordia» que, desde niños, aprendimos que había que practicar) o un «acto» de misericordia transitorio que el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo ejecutan en un momento preciso. Es mucho más que eso: es el talante con que Dios obra en todo; es su modalidad permanente, inherente a su propia identidad, de ser y de actuar misericordiosamente. Dios -cuya misericordia es eterna- no puede ni quiere dejar de ser misericordioso, ni de actuar misericordiosamente.

    Pero, ¿qué es la misericordia?

    En este momento conviene esclarecer, aunque sea brevemente, qué es la misericordia. En un trabajo que estoy llevando a cabo sobre la misericordia y la compasión, he analizado los vocablos bíblicos Hen, Hesed y Rahamim . Son tres palabras hebreas clásicas, cuyas raíces sugieren las convicciones y sentimientos que alientan el talante de la misericordia referido a Dios. Del análisis de estos tres vocablos emanan los rasgos y gestos de la misericordia. También he reflexionado sobre el pensamiento de Santo Tomás de Aquino acerca de la misericordia. Basándome en estas reflexiones, he aquí algunas respuestas sintéticas y concisas a la pregunta sobre qué es la misericordia.

    1. El sentimiento (el padecimiento o la pasión, pathos) de la misericordia no es un sentimiento superficial, que brota a flor de piel. No es un simple lamento transitorio, afectuoso, sin mayor huella que un sentimiento efímero de lástima, pena o pesar por el mal ajeno.

    La misericordia es mucho más que la «lástima». «La compasión comparte el sufrimiento del otro: padece-con. La lástima participa de la conmoción de la compasión pero desde la distancia existencial del que se sabe lejos de la situación del que sufre. La compasión derriba las asimetrías que pueden darse en la relación ayudador-ayudado. Compadecido y compadecedor se saben igualmente vulnerables. La compasión prevé reciprocidad: ‘hoy por ti, mañana por mí’. La lástima no contempla verse en el lugar del compadecido, la relación que establece con él es asimétrica. El ayudado está desnudo, apaleado y medio muerto, es pura carencia. La lástima ayuda desde el puro don, tiene todo aquello de lo que el otro carece. Asimetría que evidencia una desigualdad estructural solo salvable desde la limosna convertida en el vehículo de una ayuda siempre unidireccional» .

    2. La misericordia asume como propias las heridas del otro, al estilo de una madre que asume como propios los sufrimientos del hijo. La misericordia evangélica es compasión. «Lloren con el que lloran» (Rm. 12, 15). Pero no se confunde con sensiblería, emoción pasajera o sentimentalismo. La Escritura habla frecuentemente de entrañas de misericordia (Lc. 1,78)). Las entrañas se refieren el seno maternal. En el amor de misericordia asumimos entrañablemente a aquél que sufre una desgracia, sobre todo si es una desgracia que no merece. A ese sufriente le consideramos como algo nuestro. Por eso, nos sentimos inclinados hacía él como a una parte de nuestro propio ser. Un instinto, enraizado en lo más profundo de nuestro ser, nos empuja hacia el necesitado. Es Jesús quien «se estremece y tiembla» ante la tumba de Lázaro Jn. 11, 33 y 38), y quien se emocionó a la vista de la ciudad santa: «¡Jerusalén, Jerusalén… cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina a sus polluelos bajo sus alas…. y no has querido! » (Lc. 13, 34 y 35).

    3. La misericordia es el padecimiento personal -una pasión- de honda tristeza, de aflicción, pesadumbre y dolor por la miseria y sufrimientos ajenos, porque los consideramos como propios . La misericordia no es en absoluto una discreta simulación de pesar, sino un sufrimiento personal a causa del amor, porque -a semejanza de Dios- Dios no tiene misericordia sino por amor, al amarnos como algo suyo» . La misericordia sólo brota de un fuerte amor a los demás. De vivir en comunión con los demás, porque se les ama fuertemente. Por eso, el misericordioso se inclina entrañablemente hacia el otro, el herido y necesitado. No pasa de largo, como el sacerdote y el levita del camino de Jericó.

    4. La compasión -decía Santo Tomás, citando a San Agustín– nos «obliga, en realidad, a socorrer, si podemos». La compasión, siempre nos urge a realizar un gesto solidario, concreto y eficaz para ser fieles con el otro. Este gesto es la garantía de veracidad de la misericordia.

    Jesús, el compasivo, anuncia y funda el reino de la misericordia

    Jon Sobrino, cuando reflexiona sobre la misericordia de Jesús, propone -de acuerdo a su idea del «Principio- Misericordia»- esta clave de interpretación: «La misericordia no es lo único que ejercita Jesús, pero [aquí está el Principio-Misericordia] sí es lo que está en su origen y lo que configura toda su vida, su misión y su destino. A veces aparece explícitamente en los relatos, la palabra ‘misericordia’, y a veces no. Pero, con independencia de ello, siempre aparece como trasfondo de la actuación de Jesús el sufrimiento de las mayorías, de los pobres, de los débiles, de los privados de dignidad, ante quienes se le conmueven las entrañas Y esas entrañas conmovidas son las que configuran todo lo que él es: su saber, su esperar, su actuar y su celebrar» . No es, pues, simplemente, que Jesús haga «obras de misericordia» sino que todo su ser y su quehacer es misericordioso.

    Insisto en ello. Jesús es, en definitiva, el sacramento de la misericordia divina, signo y presencia de la compasión de Dios. Él es el Dios misericordioso encarnado. En su humanidad, la misericordia divina se hace presente y se expresa, mediante palabras y gestos humanos. «No sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, Él mismo la encarna y personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia. A quien la ve y la encuentra en Él, Dios se hace concretamente ‘visible’ como Padre ‘rico en misericordia’ (Ef 2, 4)» .

    Su nombre «Emmanuel», «Dios con nosotros» (Mt. 1, 22-24), expresa la cercanía, rasgo eminente de la misericordia. Pablo explica el camino que Dios recorre para hacerse cercano de este modo: Cristo, «siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Fil. 2, 6-8). Jesús, la Palabra -que era Dios y estaba junto a Dios- «puso su morada entre nosotros» (Jn. 1, 14). El «despojamiento» de Dios en Jesús, su «rebajamiento», su «descabalgar samaritano» para vivir como nosotros y entre nosotros, y su obediencia hasta la muerte son gestos elocuentes y fuertes de su misericordia.

    Cuando Jesús se presenta solemnemente en Nazaret, lo hace como servidor de de la misericordia: anunciar a los pobres la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos (Cf Lc. 4, 18). Y cuando quiere que Juan Bautista, encarcelado, le reconozca, pide a los discípulos de Juan que le comuniquen: «Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt. 11, 4-5). Estas son, pues, las señas de Jesús .

    Antes de concluir este punto, deseo destacar todavía, muy brevemente, tres características del estilo evangelizador de Jesús que manifiestan su talante misericordioso.

    • En primer lugar, el anuncio de Jesús es una proclamación, no una explicación de la ley al estilo de los maestros de su tiempo. Los evangelios sinópticos presentan a Jesús, al comienzo de su vida pública, proclamando una buena noticia de parte de Dios. No es una noticia cualquiera: es nueva para quienes la escuchan; es buena para quienes la quieren recibir (Mc. 1, 14-15; Mt. 4, 23; Lc. 4, 18). Jesús la proclamó a todos, sin excepción. Sin embargo, los contenidos de su anuncio variaban de acuerdo a los destinatarios:

    – A los pobres y pecadores -considerados malditos e infelices (sin felicidad) por la sociedad de su tiempo- los proclamó benditos y felices porque Dios los había elegido para el Reino. La Buena Noticia es para ellos una verdadera rehabilitación religiosa (Mc. 2, 1-12; Lc. 6, 20-23; Mt. 5, 1-12).

    – A las autoridades religiosas del pueblo, el anuncio de la buena noticia es una invitación a «nacer de nuevo» para «ver el Reino de Dios» (cf. Jn. 3, 3-8). Les aclara que la fe no es cargar pesados fardos en las espaldas de la gente (Mt. 23,4); que nada hay fuera del hombre que entrando en él pueda contaminarlo, sino que la impureza sale del corazón del hombre (Mc. 7, 15); que Dios se alegra más por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión (Lc. 15, 7).

    • En segundo lugar, el Jesús evangelizador tiene una estrategia misericordiosa. En una sociedad caracterizada por una férrea estratificación social, donde las categorías sociales eran estables, los planteamientos religiosos estaban ligados íntimamente a esta organización social. La «codificaciones» religiosas (pecador, impuro) repercutían directamente en la condición social. El ideal era entonces esta exigencia radical: «Sean santos porque yo el Señor, su Dios, soy santo». Jesús, sin embargo, introduce una nueva alternativa que concreta más (dándole mayor plenitud) la anterior: «Sean compasivos como su Padre es compasivo» (Lc 6, 36).

    De acuerdo al contexto religioso de la época de Jesús eran mayorías las que, de hecho, quedaban excluidas en el camino de la salvación. Era una realidad no solamente impuesta sino también, de alguna manera, aceptada por los mismos excluidos.

    En este contexto, la estrategia de Jesús plantea una alternativa: Frente a la exclusión: la inclusión (Lc. 13, 29-30). Frente a la exclusión desde el «centro»: inclusión realizada no desde un centro que, a modo de imán atrae, sino desde la periferia (nacimiento en Belén, predicación en Galilea, amistad con los pecadores y prostitutas, acogida a los puros y marginados). Frente a la exclusión desde el centro, que provoca dispersión y fragmentación: inclusión desde la periferia formando comunidad (Mc.1,16-20). La pequeña comunidad itinerante aparece encarnando nuevos valores: comparten los bienes (Jn. 13, 29; hay una igualdad básica entre todos (Mt. 23, 8-20); el primero es el que más sirve (Mc. 9, 35; Jn. 13, 14); buscan hacer siempre la voluntad del Padre (Lc. 8, 19-21).

    • En tercer lugar, la manera de evangelización de Jesús incluye acciones solidarias, misericordiosas. Las detalla en la sinagoga de Nazaret, presentando su «programa» que, en definitiva, es liberar (Lc. 4, 16-21).

    La compasión samaritana, señal fuerte del reino de Dios

    Voy terminando ya este artículo. Sólo quiero añadir una última y breve consideración, continuación de la anterior, que precisa cuáles son las señales del reino que son, a su vez, gestos de la compasión samaritana. Voy a referirme a la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37).

    José Laguna, sintetiza los gestos samaritanos en tres acciones: «Hacerse cargo de la realidad», «cargar con la realidad», «encargarse de la realidad». Voy a servirme de este esquema para comentar, casi en abreviatura, la índole de estas señales. Enriquecerá mucho esta reflexión recurrir al artículo de J. Laguna.

    • Hacerse cargo de la realidad. Esta fue la realidad: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y lo asaltaron unos bandidos; lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba un sacerdote por aquel camino; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio; al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre y al verlo se compadeció.

    Este primer gesto o actitud de apertura y acogimiento a la humanidad herida es condición fundamental para ser misericordioso. Se trata de la capacidad del ser humano -varón o mujer- para interesarse por la humanidad apaleada y sobrecogerse por ella. Las personas des-interesadas por esta humanidad, por los motivos que sea (egoísmo e individualismo, miedo, pureza legal…) son incapaces de experimentar la misericordia.

    Para hacerse cargo de la realidad es preciso vivir la espiritualidad de «ojos abiertos». Ojos no vendados ni por ideologías, ni por «simplificaciones» acomodaticias, carentes de crítica que, de alguna manera justifican o, al menos, disimulan y encubren las heridas del apaleado. Se precisan «ojos abiertos», capaces de mirar e interpretar la realidad con valentía.

    Una mirada misericordiosa no nos deja indiferentes, sino: embargados, inquietos por sentimientos varios, frecuentemente contradictorios: alegría, sufrimiento, dolor, indignación. Nos deja cuestionados y repletos de preguntas y enigmas y sospechas, con deseo de encontrar la verdad, la significación de los acontecimientos; de leerlos e interpretarlos desde la Palabra de Dios; de comprender y descubrir los signos de los tiempos.

    La misericordia -y su ingrediente la compasión- comprometen, pues, a no desviar la mirada de la humanidad herida, ni a pasar de largo del lugar donde está postrada; a entrar en «el borde del camino» donde yace, aunque no sea ese mi camino porque soy «samaritano»; a analizar las causas del sufrimiento que padece el golpeado; a ponerse fraternalmente en el lugar del otro y padecer con él; a interiorizar en las propias entrañas el sufrimiento ajeno, y re-accionar con misericordia.

    Quiero añadir, todavía, algo más que me parece importante. Mirar al «otro» con ojos abiertos siempre nos «altera» porque, al mirar de este modo, permitimos que «el otro» -«el alter» latino- penetre y se hospede en nosotros. Según la condición y situación del «otro» en ese instante, así quedamos «alterados»: si está feliz, también nosotros; si ha sido golpeado injustamente, brota en nosotros la compasión y la misericordia. Si miramos con ojos abiertos los paisajes -casi siempre ocultados- de la marginación (sea ésta cual sea) nos asalta la indignación y el sufrimiento; por eso, tratamos de ocultar esos paisajes, porque nos «alteran» dolorosamente. Caminar en la vida con los ojos abiertos es correr el riego de exponerse a vivir alterados.

    • Cargar con la realidad. Esta fue la realidad. El samaritano se acercó a él y le vendó las heridas, echándoles aceite y vino. Luego lo mentó en la propia cabalgadura.

    «Descabalgar para socorrer al herido» es un rasgo primordial de la misericordia. «Apearse de la propia cabalgadura» fue -en el caso del Samaritano- una decisión temeraria y audaz. ¿Y si los ladrones le golpeaban, también a él, para robarle? Montado en su caballería estaba a buen recaudo, menos expuesto al peligro. «Descabalgar» le implicó perder seguridad y protección, asumir los riegos del herido y correr su mala suerte.

    El motivo que provocó esta aventura fue la misericordia; es decir, acercarse al herido, hacerse cargo de él y socorrerle. Es que la misericordia y la compasión sólo se experimentan en la estrecha cercanía con el herido, en el contacto, en la proximidad, en la comunión, reconociéndole como «prójimo». Mirar «desde lejos» las heridas de los golpeados de este mundo no suscita la misericordia; es preciso mirarlas desde cerca, examinarlas, tocarlas. No se pueden conocer las tragedias del mundo de los marginados, sino penetrando en ese mundo con los «ojos abiertos» de una mirada cordial. Son realidades que no se las puede conocer «de oídas», a través de los medios de comunicación; es necesario tocarlas, saberlas con el saber del sabor, mediante el saber sapiencial.

    • Encargarse de la realidad. «Lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y dándoselos al posadero, le dijo: ‘Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta'».

    Cuando logramos ser honrados con la realidad y ninguna venda nos impide ver el sufrimiento del otro, la reacción inmediata es la misericordia. Y, entonces, se sucede una red de acciones compasivas: acercarse al herido, vendar sus heridas, montarlo en la propia cabalgadura, cuidar de él, pagar los gastos. Todas estas acciones son, sin duda, fermento y señales del reino de Dios, creadoras de la cultura de la misericordia.

    Vivimos en un mundo más competitivo que compasivo, dividido «normalmente» en tres mundos desiguales, en los que todavía existen los submundos de la marginación. Es un mundo agrietado, fragmentado social, cultural, política y religiosamente. Esta fragmentación es francamente escandalosa si la analizamos con seriedad y responsabilidad. De ninguna manera es «normal», a pesar de que sea una realidad permanente, palpable y visible para quien tenga «ojos abiertos». Las situaciones injustas, la marginación, el hambre de tantos millones de niños y sus muertes prematuras, las grietas que dividen nuestras ciudades en barrios tan vergonzosamente distintos no es en absoluto «normal». Es muy preocupante que estas situaciones parezcan «normales».

    A pesar de todo, otro mundo es posible. Lo creemos firmemente. Ese mundo posible es el reino de Dios, obsesión y utopía de Jesús. Obsesión y utopía que Jesús regaló en herencia a su Iglesia que, si se parece a él, ha de ser una Iglesia samaritana. De lo contrario, no será la Iglesia de Jesús. Sin duda que no.

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    José Manuel Vidal

    Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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    ¡Sánchez quiere huir de España!

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    ¡Retratado! El 'experto' judicial de Ferreras (laSexta) pasa de justificar la filtración sobre el novio de Ayuso a censurar la publicación de los whatsapps de Sánchez

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    Ábalos y Sánchez en un abrazo efusivo de su época en el Gobierno.

    A Girauta no se la cuelan con whatsapps en los periódicos: «Tienen talento para el engaño»

    Félix Bolaños y Pilar Alegría.

    El brutal lapsus en directo de Pilar Alegría deja a cuadros a Félix Bolaños

    Pepa Millán, Félix Bolaños

    Repaso de Pepa Millán a Félix Bolaños: “Ustedes son los responsables de las catástrofes que hemos sufrido en España»

    Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

    Feijóo, más contundente que nunca, lanza el ultimátum definitivo a Sánchez: «¡Convoque elecciones y váyase!»

    Vea cómo amenazan e insultan con total permisividad a Bertrand Ndongo en el Congreso de los Diputados

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    La Retaguardia

    ¡Ábalos adoraba los polvos… de todo tipo!

    Ayuso restriega la corrupción socialista en la cara de la recadera de Sánchez: “¡Tiene más enchufes que diputados!”

    Ayuso restriega la corrupción socialista en la cara de la recadera de Sánchez: “¡Tiene más enchufes que diputados!”

    María Llapart, Bertrand Ndongo e Ignacio Escolar.

    Los inquisidores de Ferreras: María Llapart e Ignacio Escolar exigen que el Congreso vete la entrada a Bertrand Ndongo

    Risto Mejide y Toni, el chatarrero.

    Un chatarrero pone a bailar a Risto Mejide soltando lo más grande sobre Óscar Puente y el robo del cobre del AVE

    Miles de personas congregadas en la Plaza de Colón exigen la dimisión del corrupto Sánchez

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    El exsocialista Tomás Gómez sorprende a Ana Rosa con una estocada definitiva a Sánchez

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    Raquel Sánchez, presidenta de Paradores.

    La presidenta de Paradores mete en un brete al Gobierno Sánchez con una confesión brutal sobre la orgía de Ábalos en Teruel

    Fran Carrillo lanza una advertencia sobre Pedro Sánchez que hiela la sangre: “Prepara el golpe de Estado”

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    Jamardo contra Santaolalla

    Jamardo destroza a Santaolalla: “Cuando vuestros fascistas nos atacaban os parecía muy bien”

    Sarah Santaolalla y Antonio Naranjo.

    Antonio Naranjo estalla como nunca ante las impertinencias de Sarah Santaolalla: «¡Me levanto y me voy!»

    RTVE se desploma moral, social y en audiencias, víctima de su sectarismo y chabacanería

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    Vea cómo amenazan e insultan con total permisividad a Bertrand Ndongo en el Congreso de los Diputados

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    Isabel Díaz Ayuso y Mar Espinar.

    Ayuso aniquila a la recadera de Sánchez en Madrid: «¡No se ponga tan violenta, no va a ser candidata!»

    Oughourlian sacude el mercado: PRISA pone a la venta la Cadena SER y El País por 750 millones

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    Javier Ruiz estalla tras el vídeo que le retrata por negar el gran apagón: "¡Ratas!"

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    Risto Mejide y Toni, el chatarrero.

    Un chatarrero pone a bailar a Risto Mejide soltando lo más grande sobre Óscar Puente y el robo del cobre del AVE

    ¡Pucherazo! La Guardia Civil constata el amaño del voto por correo a favor del PSOE

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    Email marketing

    Las técnicas de segmentación más avanzadas para crear campañas de email marketing de alto impacto

    La cifra que pagó el Gobierno Sánchez por la noche de Ábalos en el 'parador del amor'

    La cifra que pagó el Gobierno Sánchez por la noche de Ábalos en el ‘parador del amor’

    Miles de personas congregadas en la Plaza de Colón exigen la dimisión del corrupto Sánchez

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    Sarah Santaolalla y Antonio Naranjo.

    Antonio Naranjo estalla como nunca ante las impertinencias de Sarah Santaolalla: «¡Me levanto y me voy!»

    El exsocialista Tomás Gómez sorprende a Ana Rosa con una estocada definitiva a Sánchez

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    Pedro Baños.

    El coronel Pedro Baños, agredido mientras firmaba libros en Barcelona

    El escalofriante dato sobre la autopsia de Mario Biondo que hace temblar a Raquel Sánchez Silva

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    Estrategias de marketing para captar la atención de los clientes con un bajo presupuesto

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    Alfonso Ussía y Begoña Gómez.

    Alfonso Ussía siembra el pánico en Moncloa esgrimiendo un dato descomunal sobre Begoña Gómez

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    Esperanza Aguirre atemoriza a Pedro Sánchez con una pregunta descomunal que convulsiona al PSOE

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    Bestial artículo de Juan Manuel de Prada: «Son unos hijos de la grandísima puta»

    Antonio Suárez Gutiérrez

    Repasamos la trayectoria del empresario Antonio Suárez Gutiérrez dentro del sector pesquero mexicano

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    Vicente Vallés y la artimaña del sanchismo para favorecer a Puigdemont.

    Vicente Vallés caza al vuelo la argucia de Sánchez para satisfacer la última exigencia de Puigdemont

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    ¡Surrealista! ‘La Jésica’, la ‘amiguita’ de Ábalos, ya tenía chanchullos antes de que la contratara el ministerio

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