Nadie amó a Jesús como ella, y en el corazón de Jesús probablemente no hubo amor más grande que Magdalena, si bien también estamos ahí tú, yo y todo el mundo
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(Rodrigo A. Medellín Erdmann).- Cpal Social, el Boletín del Apostolado Social de la Conferencia de Provinciales de América Latina, CEPAL, del 5 de marzo de 2018, reprodujo un artículo del teólogo y filósofo Leonardo Boff, sobre «Las mujeres en la vida de Jesús y su compañera Miriam de Magdala». En algunos lectores ha producido un escándalo que la Compañía de Jesús lo haya reproducido en un boletín oficial.
En mi opinión, el artículo tiene aspectos magníficos, como mucho de lo que ha escrito Leonardo; pero no es insuperable. Más bien, puede servir como plataforma de lanzamiento para ir más allá de sus planteamientos, y trascenderlo en varias dimensiones, tanto histórica como teológicamente.
Permítaseme intentar tan temeraria hazaña, y mostrar una visión más profunda de un amor tan especial como el de Jesús de Nazaret y María Magdalena.
Las tesis de Leonardo
Para afirmar que el amor de Jesús y María Magdalena tuvo manifestaciones que incluyeron relaciones corporales, Leonardo aporta indicios históricos, junto con reflexiones teológicas. Sin que sea necesario repetir íntegramente los argumentos -sería importante releer el texto original-, se pueden resumir en dos:
1. Trozos de evangelios apócrifos hablan de que Jesús amaba a María más que a todos los demás discípulos, la besaba frecuentemente en la boca, y la consideraban su «compañera» (koinónos). De ahí, citando autores, concluye que «no debemos excluir un fondo histórico verdadero, a saber, una relación concreta y carnal de Jesús con María de Magdala».
2. Aduce un argumento teológico, que intenta validar la tesis histórica:
Un antiguo dicho de la teología afirma «todo aquello que no es asumido por Jesucristo no está redimido». Si la sexualidad no hubiese sido asumida por Jesús, no habría sido redimida. La dimensión sexuada de Jesús no quita nada de su dimensión divina. Antes bien, la hace concreta e histórica. Es su lado profundamente humano.
Fin de la cita y del artículo. A continuación, una respuesta.
Una carta a Leonardo
Muy estimado Leonardo:
Aprovecho la oportunidad para expresarte mi agradecimiento y admiración por la labor teológica, eclesiástica y ecológica que has desarrollado a lo largo de la vida, inclusive frente a rasgos en ocasiones represivos de las autoridades vaticanas. En ese contexto, me atrevo a dialogar contigo sobre el tema de tu artículo.
Te asiste toda la razón sobre la relación tan extraordinaria que Jesús tuvo con la mujer, en concreto con todas las mujeres que se encontró en su vida pública. Tu análisis es magnífico.
En la parte final del artículo centras la atención en la relación de Jesús con María Magdalena y, basado en anécdotas de evangelios apócrifos, y argumentos teológicos tradicionales, postulas que no se puede excluir que dicha relación no fuese sólo espiritual -como proponían los gnósticos-, sino también corporal, como es una relación humana plena entre un hombre y una mujer, y citas algunos autores al respecto.
Me permito complementar ambas líneas de pensamiento, para avanzar hasta sus últimas consecuencias, y acto seguido proponer una visión alternativa de la relación de marras. Desde luego, no se trata de mi parte de una reacción escandalizada, como si hubieras planteado algo sacrílego -hay quienes así pueden considerarlo-; sino de un análisis serio, como el tema merece.
En relación con los datos que aportan los evangelios apócrifos, es conveniente citarlos en otras versiones. Por ejemplo, en aquélla en que los apóstoles, sorprendidos, le preguntan a Jesús por esa relación especial con María Magdalena, a quien frecuentemente besaba en la boca -como no lo hacía con nadie más-. Una respuesta apócrifa de Jesús es sorprendente: la beso en la boca «para que se vuelva varón». En otras palabras, para que deje de ser mujer -implícitamente, un ser humano de categoría inferior-, y acceda a la plenitud de lo masculino -un planteamiento apócrifo totalmente contrario al modo de ser de Jesús, y por lo tanto, difícilmente aceptable.
¿Resultan, pues, los apócrifos una base confiable? Más bien, propongo que el camino para comprender las relaciones personales de Jesús no son los apócrifos, sino los evangelios, como veremos más adelante.
Respecto a tu argumento teológico: «lo que no es asumido no es redimido», conviene también dilucidarlo con todo detalle, y entonces valorarlo.
Dios es para el hombre un misterio insondable. Si bien la creación nos da pistas sobre su existencia, todo lo que sabemos de él lo sabemos por la revelación. Dios nos reveló su plan de salvación del hombre al enviar a su Hijo, encarnado por la acción del Espíritu Santo. Por su parte, toda la vida de Jesús y todas sus acciones son en cumplimiento a la voluntad de su Padre, en función de trasmitirnos la vida divina. Por lo mismo, todo lo que sabemos del Hijo es también por revelación, que nos es trasmitida a lo largo de los siglos por la tradición y la escritura. Por consiguiente, tu argumento de que algo de la vida de Jesús «no se puede excluir», basándose en datos apócrifos, se revierte diciendo que nada se puede afirmar con certeza teológica si no nos consta por medio de la revelación, y siempre es en función de la salvación. De manera que una supuesta relación corporal de Jesús resulta una mera especulación sin ningún «fondo histórico verdadero», y totalmente cuestionable.
Volviendo al dicho teológico que aduces, sospecho que lo extrapolas indebidamente hasta convertirlo en otro distinto y más estrecho, a saber, «Todo aquello que no es ejercitado por Jesucristo no está redimido». Me parece que la extrapolación no es válida. Jesucristo asumió plenamente la sexualidad humana al ser totus homo, sin que para redimirla fuera preciso ejercitarla. Su amor ciertamente fue sexuado, como amor de un hombre, sin que tuviera que ser sexual para tener valor salvífico.
La relación de Jesús y Magdalena según los evangelios
Descartada toda relación apócrifa, por su dudosa validez histórica, también hay que diferenciar la relación de Jesús con María de Nazaret, su Madre. Aun desde un punto de vista meramente humano, una relación materno-filial tiene un carácter tan especial, que no es comparable a ninguna otra, ni de amistad ni conyugal. Más aún, si la contemplamos, como es el caso, como una relación en la esfera de lo divino -del Hijo de Dios con una criatura radicalmente llena de gracias-, se trata de una relación absolutamente única. De manera que, al hablar de cualquier relación humana de Jesús, debemos diferenciarla totalmente del amor de Jesús con la Santísima Virgen.
Desbrozado así el campo, podemos ya abordar la relación de Jesús con Magdalena en los evangelios con una clave hermenéutica que podríamos llamar de preeminencia. De todas las relaciones que el Nuevo Testamento describe, ninguna más preeminente que ésta.
Hoy en día estamos conscientes de que, por el orden patriarcal prevalente en aquellas sociedades, esta preeminencia quedó algo opacada, y muchos datos se perdieron. Sin embargo, hay los suficientes para lograr una intelección renovada.
Dejemos a los exegetas precisar cuáles de las menciones evangélicas se refieren específicamente a Magdalena -o bien a alguien más-, y aceptemos que la mujer que fue liberada por Jesús de siete demonios fue ella; la que amó mucho porque se le perdonó mucho fue ella; la que pasó por un proceso de metanoia más profundo que nadie fue ella; la que le lavó los pies con sus lágrimas y los secó con sus cabellos fue ella; la que con sus amigas atendió constantemente a Jesús y sus amigos, desafiando las normas sociales de su época, fue ella; la compañera de la Madre junto a la cruz fue ella; la primera en encontrarse con el Resucitado fue ella; la primera enviada por Jesús fue ella; la testigo preeminente de la resurrección fue ella; la primera evangelizadora fue ella.
A partir de ahí, y aplicando la clave hermenéutica de la preeminencia, podemos repasar muchos pasajes evangélicos que nos develan la relación que estamos considerando. Por ejemplo: si se habla del discípulo amado, cuanto más se puede hablar de la discípula amada. «Como el Padre me amó, así te amo yo, Magdalena». «Cuando estabas en aquel lugar, yo te vi». «Ven y sígueme». «De entre todos los nacidos de mujer, nadie mayor que Magdalena». «A ti te son revelados los misterios del Reino de Dios -probablemente nadie entendió mejor a Jesús que Magdalena-«. «Como el Padre me envió, así yo te envío». Y en la misma forma en el total de los evangelios.
Por otra parte, en toda la historia humana ella fue la mayor de las místicas -Teresa de Ávila y cualquier otra son pequeñas-. A nadie le atravesó una espada tan terriblemente el corazón como a ella al contemplar a su amor clavado de pies y manos, como un gusano y no un hombre. Nadie sufrió una pérdida tan irreparable como ella al verlo muerto y sepultado. Nadie lloró como ella en aquellos tres días. Nadie corrió tan de mañana al sepulcro para al menos ungir su cadáver. Nadie sintió tal pánico al no encontrarlo.
Y ni Pablo, arrebatado al cielo, ni ningún otro oído oyó jamás palabras como aquella: «María»; ni ningún otro ojo vio jamás como ella la gloria de aquel cuerpo resucitado; ni nadie respondió jamás al amor como ella con aquel «¡Raboni, Maestro!»; y nadie recibiría tal iluminación del Espíritu Santo y tales revelaciones del Padre como ella.
En resumen, nadie amó a Jesús como ella, y en el corazón de Jesús probablemente no hubo amor más grande que Magdalena, si bien también estamos ahí tú, yo y todo el mundo. Pero, si hay que suponer algún «fondo histórico verdadero» que explique la predilección de Jesús por Magdalena y sus manifestaciones de cariño -que los otros discípulos ciertamente habrán notado- fue este amor mutuo, sin exclusivismos, y sin tener que implicar relación carnal alguna.
Leonardo, tanto tú como yo vivimos un tiempo el amor en la castidad religiosa, tú como franciscano y yo como jesuita (en mi caso, salí de la Compañía de Jesús antes de la ordenación sacerdotal). Y por la providencia de Dios, ambos tuvimos la fortuna de vivir posteriormente el amor de una compañera, con la profundidad pneumosomática del sacramento del matrimonio. Pero, pidamos al Espíritu Santo ser capaces de distinguir ambos ámbitos y no extrapolarlos, y de contemplar místicamente el amor en el Corazón de Jesucristo tal como fue en su realidad histórica, incluyendo su amor por María Magdalena.
Con un abrazo.