El papa Francisco, de 88 años, atraviesa un momento de salud delicado. Su reciente hospitalización, la cuarta en menos de cuatro años, pone en evidencia lo que muchos fieles y analistas han venido preguntándose: ¿hasta cuándo podrá sostener el peso del papado?
El Vaticano confirmó que el pontífice padece una neumonía bilateral, lo que ha complicado su ya frágil estado de salud.
Si bien su buen ánimo sigue intacto, el hecho de que necesite terapia antibiótica con cortisona revela que su recuperación no será sencilla. Y aunque Francisco ha demostrado una fortaleza encomiable en los últimos años, la realidad es ineludible: su edad y sus dolencias afectan cada vez más su capacidad para cumplir con sus compromisos.
Su agenda ha sido intensa a pesar de sus dolencias. Los problemas de cadera, la rodilla que lo obliga a desplazarse en silla de ruedas y las diversas infecciones respiratorias no le han impedido seguir con su labor pastoral.
Sin embargo, su hospitalización coincide con la antesala del Jubileo de 2025, un evento clave para la Iglesia católica, lo que plantea interrogantes sobre su capacidad para encabezar estas celebraciones.
El propio Francisco ha manifestado en diversas ocasiones que no contempla ralentizar el ritmo ni, mucho menos, renunciar. No obstante, su predecesor, Benedicto XVI, sentó un precedente con su dimisión en 2013, abriendo la puerta a la posibilidad de un retiro papal por razones de salud.
La fragilidad del papa no es solo un tema médico, sino también institucional. Si su estado sigue deteriorándose, la Iglesia se verá en la necesidad de reflexionar seriamente sobre los límites físicos del pontificado y la conveniencia de una transición ordenada. Por ahora, Francisco sigue firme, pero la pregunta sigue en el aire: ¿podrá el papa seguir guiando a la Iglesia o es momento de pensar en un nuevo liderazgo?