El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Realidad y sueño se compensan

REALIDAD Y SUEÑO SE COMPENSAN

Puede que en más de una de las innumerables urdiduras o “urdiblandas” en prosa que he trenzado y portan mi firma haya defendido con diversos ejemplos o razones la tesis de que los ámbitos de la realidad y el sueño tienden a compensarse o, si se prefiere esta otra alternativa u opción, que cuanto no suele acaecer mientras estamos despiertos, en estado de vigilia, acostumbra a acontecer mientras nos hallamos dormidos, descansando en los mullidos brazos de Hipnos o Morfeo. Los variopintos episodios oníricos que he vivido prueban documentalmente (al menos, para mí), de manera fidedigna, dicha tesis.

Bueno, pues, hoy me veo empujado a agregar un elemento nuevo o más a dicha teoría; y, por eso, me dispongo a complementarla o completarla con esta otra idea. Aunque en nuestra realidad reina el caos, el desorden, la entropía, tendemos a encontrar en medio de ese desbarajuste, asimismo, diversas manifestaciones o muestras de orden; y, así, podemos afirmar que al día le sigue la noche, al invierno la primavera, a la tempestad la calma, etc.

Agregaré algo más; juzgo que quienes nos dedicamos en cuerpo y alma a escribir literatura de ficción (que la hay en prosa y en verso es una evidencia tan notoria, que no se puede negar o refutar), aunque nos basemos en un hecho auténtico, fetén, real, tendemos a añadir antes, durante y después del episodio prístino, un montón de sucesos que no tuvieron nada que ver con el acontecimiento original, primigenio, por la sencilla razón de que son verosímiles, o sea, aunque no lo acompañaron, sensu stricto, pudieron hacerlo. Es más, en la novela, el cuento, la pieza teatral, el cómic, el filme, el poema, al autor, guionista y/o director de la obra le suele apetecer hacer cuanto no acostumbra a llevar a cabo en la vida normal, y, de ese modo, por ejemplo, si se comporta en la realidad como un cobarde, tiende a usar el recurso literario de la hipérbole, pues no se conforma con presentar a un protagonista que sea valiente, sino que este funge de temerario, aunque, a la postre, devenga en héroe, ora sea o se sienta ella, él o no binario.

Y, como en el convento sigue sin haber un hermano que aventaje a fray Ejemplo en saber teórico y práctico, pongo a continuación uno que sea clarificador.

Hace escasas fechas, recordé una anécdota que nos fue narrada a mi amigo Chus y a mí por María, la esposa de quien era entonces, a la sazón, mi compañero de habitación, mientras a este le estaban operando en uno de los quirófanos de aquel complejo hospitalario. María había estado casada antes con otro señor que, por ser educado o por mala suerte, o por una mera alianza o suma de ambas razones de peso, resultó occiso, al morir asesinado.

Al primer marido de María algo de lo que había ingerido le había producido gases sin cuento, y decidió acudir al baño de la cafetería a la que habían entrado para evacuar el contenido del colon y expulsar cuanto antes los molestos gases que se le habían apelotonado al final del recto, pugnando por salir raudos y sonoros de aquella cárcel hedionda. Bueno, pues, allí un terrorista había colocado media hora antes un artefacto explosivo que estalló mientras él gozaba estando sentado, soltando pedos a tutiplén y un zurullo maloliente. El primer esposo de María falleció ipso facto. De él solo pudo recuperarse el anillo de casado, que seguía portando María, junto al suyo, de su primer matrimonio, en un dedo de su diestra. En el anular de la izquierda llevaba la alianza de su segundo marido y la suya.

Los hechos narrados brevemente aquí ocurrieron hace cuatro décadas y el relato de María hace dos, la mitad. ¿Por qué lo volví a recordar hace pocas fechas? Mi tesis es que no había escrito una línea o verso sobre la susodicha y luctuosa anécdota, y mi inconsciente me advirtió del olvido cometido, de que había echado el evento terrorista en saco roto y, según mi inconsciente, en él había una historia con fuste narrativo. Supongo que ahora el susodicho habrá quedado satisfecho con mi doble labor literaria, en verso y prosa, y no me volverá a recordar el vil atentado en otro sueño. Aunque, conociéndolo como lo conozco, acaso me asaetee o pinche hasta que me digne escribir un medio esperpento escatológico al que la anécdota, sin duda, se brinda o presta. Que María me perdone, si aún vive y corono lo dicho, espoleado por ese incitador sin escrúpulos que también es mi inconsciente, canso o cargante como él solo.

Nota bene

   A fin de confirmar o ratificar mi tesis, la pasada noche he vuelto a constatar lo que ya sabía: cuanto más seguro me siento, en la realidad, teniendo bien agarrado un BIC azul con los dedos anular, índice y corazón de mi diestra, más me pierdo, como un pipiolo en un laberinto, en el sueño, callejeando por algunos barrios periféricos de mi ciudad, Algaso, que me resulta desconocida. Cuanta más confianza tengo en mí mismo, por considerarme un perito, en el primer ámbito, más torpe me comporto, en el segundo, aturdido, por no dar pie con bola. O sea, que más le vale a quien, gracias a sus alas, alcanza el cielo, que tenga los pies sobre el suelo.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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