¡QUÉ CONTRADICTORIA ES NUESTRA EXISTENCIA!
(COMO LO FUE LA ROSA PARA RILKE)
AL FINAL, GUÍA AL PUEBLO EL QUE NO QUIERE
Ayer, domingo 16 de marzo de 2025, leí con gusto las dos piezas literarias de Jaume Collboni y Javier Cercas en las páginas 6 y 7 del diario EL PAÍS. He de reconocer que me plugo más la de mi guía, maestro y quinto (¿elegido por mí o impuesto por él, además de por otras circunstancias o agentes favorecedores?; no sé por cuál de las dos opciones propuestas decantarme, de veras, como le pasó al asno de la absurda paradoja ideada por el escolástico Jean Buridán), pero acepto que haya discrepantes, porque soy transigente, no dogmático. Tanto la rotulada “La Unión somos todos” como la titulada “Nuestra patria es Europa” tenían sus respectivas enjundias. Mi primera intención fue extractar sus contenidos, aportándoles luego mis escolios o matices, pero creo que, a la postre, mejor propósito va a ser promover que ambos textos se lean (y relean) íntegros, para que no quede un ápice o pizca sin comprender en su totalidad.
Está claro, cristalino, que, amén de otras muchas cosas, una ciudad son sus ciudadanos, todos, sin excepción, pues todos son importantes, hasta los que tienen alguna discapacidad o se ven incapaces de coronar lo que sea (sea esto bueno o malo). El abajo firmante de estos renglones torcidos ha aprendido casos y cosas de personas que creía menos inteligentes que él; así que en dicha constatación cabe advertir que estaba errado en mi apreciación, porque asimilé, gracias a él, cuanto desconocía hasta entonces. Me pasó, mutatis mutandis, como a José Saramago que, en su discurso de recepción del prestigioso Premio Nobel de Literatura de 1998, afirmó algo que sorprendió a mucha gente, entre ellos, a servidor, que el congénere del que más había aprendido en su vida era analfabeto, iletrado.
Quien no entienda que la ciudad son sus ciudadanos hará bien en leer los mejores libros de historia que halle en su biblioteca personal o en la pública de su villa, que es tan madre como maestra, como otro tanto se predica de la experiencia de cada quien, y podrá saber qué ocurrió en Roma, hace casi dos milenios. En esos libros podrá pasar su vista por esta información, verbigracia, que el emperador Caracalla (seudónimo; dicho apodo se lo pusieron porque gustaba vestir la larga túnica llamada así por los galos, que fue adoptada por los romanos), en el año 212 de nuestra era, promulgó el Edicto de Caracalla o Constitutio Antoniniana, que confirió la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio, salvo algunas excepciones. Bueno, pues ahora nuestra ciudad se llama Europa y nuestro Estado Bienestar, un cúmulo de derechos y libertades, deberes y obligaciones.
Me peta y no me place el lema elegido para la manifestación del pasado sábado, en la Piazza del Popolo de Roma, que parafraseaba la usada por Giuseppe Garibaldi para la creación de Italia (obra de muchos artífices, entre otros, Víctor Manuel II, rey de Cerdeña; Giuseppe Mazzini; Camillo Benso, conde de Cavour; y el mencionado Garibaldi y sus camisas rojas): “Aquí se hace (Italia) Europa o se muere”. Pues, nada más escribir que me agrada, noto que me disgusta. Me doy cuenta de que incurro en una clamorosa contradicción, porque soy un pacifista convencido. Y seguiré sosteniendo donde sea, mientras no sea persuadido de que estoy marrado, el argumento ideado por el psiquiatra austríaco Wilhelm Stekel, que leí en la novela “El guardián entre el centeno”, de Jerome David Salinger, donde se recuerda la distinción esgrimida por el citado galeno: “Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella”.
Ayer, asimismo, en el mismo diario, Manuel Vicent, en la columna titulada “Para salvar el pellejo”, de la contraportada, tras advertir las contradicciones que cabe identificar en otro de mis guías y maestros, Miguel de Unamuno y Jugo (me autodenomino Otramotro por él), dice del inolvidable rector magnífico de la Universidad de Salamanca: “(…) para acabar cazando moscas sin saber en qué bando estaba”. Ahora bien, cabe objetar esto: ¿Ha habido, hay y habrá algún semejante nuestro que sepa, a ciencia cierta, si está en el bando o lado correcto o en el equivocado? Y sigue escribiendo, negro sobre blanco, el guía y maestro, que también lo es Vicent, cuánto he aprendido leyéndole los fines de semana, así: “Y todo porque le dolía España”. Y remata, tras usar vocablos de contenido bélico, de esta guisa: “En vista del caso, ¿qué le gustaría salvar primero el pellejo o la patria?”.
Cercas escribe (entre burlas y veras; aquí tampoco termino de decidirme): “No tengo ni idea de cómo se organiza una manifestación, no digamos una manifestación en toda Europa, ni siquiera sé si podría de verdad organizarse. ¿Podría? ¿Alguien sabría hacerlo? Ni idea. Lo único que sé es que es necesaria”. Con gusto iría junto a Cercas, mi quinto, en esa manifestación, promoviendo más Europa, pero dudo de si eso no sería tan reprochable como lo son las ansias expansionistas de EE UU y de Rusia. No iría delante de él, pero tampoco detrás de él, por la misma razón que adujo otro guía y maestro, Albert Camus.
Nota bene
Para ayudar a la comprensión del parágrafo que remata mi texto, agrego aquí la frase de Camus: “No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo”, que, basándose en ella, completó el terapeuta y escritor argentino Jorge Bucay así: “No camines delante de mí, porque no podría seguirte. No camines detrás de mí, porque podría perderte. No camines debajo de mí, porque podría pisarte. No camines encima de mí, porque podría sentir que me pesas. Camina a mi lado, porque somos iguales”.
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com