¿LA VERDAD? ¡RODEADA DE MENTIRAS!
¿SERÁN BIENES RELICTOS LAS PALABRAS?
En castellano hay un acervo de vocablos (ora simples, ora compuestos) que me caen bien; uno de ellos es bienes relictos, que, según el Diccionario de la lengua española, “son los bienes que deja una persona a su fallecimiento y constituyen la herencia”. ¿Cuál va a ser mi caudal relicto, otra forma de llamar a los tales? Palabras (y las ideas que acarreen o contengan estas). Para algunos que las lean serán un tesoro. Para quienes pasarán de ellas, pues no les echarán ni siquiera una ojeada, nada. Nihil novum sub sole, o sea, nada nuevo bajo el sol, que se lee en el Libro del Eclesiastés.
Como todos mis hijos son de papel, los beneficiarios de mi herencia serán, a la postre, mis ocho sobrinos. A todos ellos, sin hacer distingos, les recomiendo, con especial encarecimiento, que sean honestos en su proceder, lo que más puedan. Y que, si tienen argumentos que oponer al criterio generalizado, imperante, los aduzcan. Si tienen la convicción de que deben decir sí o no, aunque el resto esté en contra, que no se callen y lo digan; ahora bien, aquí sí hago una excepción, salvo que insistir en su criterio les vaya a acarrear un perjuicio irreversible, esto es, los mande directamente a la hoguera o al paredón. Y es que a mí me sirve la diferencia que el psicoanalista austríaco Wilhelm Stekel advirtió entre insensato y sensato, que recoge Jerome David Salinger en su novela “El guardián entre el centeno”: “Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella”. ¿Por qué? Porque las personas no somos gatos, y nosotros no disponemos más que de una sola vida.
Les aconsejo, por tanto, que no hagan demasiado caso al último párrafo de ese opúsculo de Jorge Luis Borges que él tituló así, “El arte de injuriar”, donde cabe leer lo que sigue: “Una tradición oral, que recogí en Ginebra durante los últimos años de la primera guerra mundial, refiere que Miguel Servet dijo a los jueces que lo habían condenado a la hoguera: ‘Arderé, pero ello no es otra cosa que un hecho. Ya seguiremos discutiendo en la eternidad’”. ¿Por qué les animo a que lo lean, pero que no opten por seguir la estela de Servet? Por lo que considero obvio para mí, que acaso la eternidad, en el supuesto de que exista, que esa sigue siendo otra entelequia sin resolver, al final, devenga en una mera fusión de dos palabras: eterna inanidad.
Ahora que las iglesias están medio llenas (o semivacías, y noto que he sido asaz generoso, sobre todo, por mi propia experiencia, cuando acudo a misa los 25 de cada mes y ese día no cae en festivo) y la religión ha ido perdiendo adeptos paulatinamente, parece que estos los han ido ganado los partidos políticos (otro opio para el pueblo), en torno a los cuales se ha ido arremolinando la gente poco diligente e inteligente que, como suele decir un amigo mío, adicto a la hipérbole, quiere vivir sin dar un palo al agua. Los medios que usaban los oficiantes de las diversas religiones los siguen utilizando los miembros con cargo representativo en las formaciones políticas, sobre todo la propaganda, que define así el Diccionario de la lengua española: “Acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores”, aunque ahora ese concepto parezca más una fusión de dos, propaganda y ganga, o sea, “propaganga”, pues, para los ya persuadidos, el ideario de cada una de esas formaciones es una bicoca o chollo.
Esto va para mis ocho sobrinos y para quienes quieran leerlo y luego seguir el derrotero que cada uno de ellos haya elegido, que puede disentir del mío, del propuesto por mí, ya que acaso yo esté equivocado (convendría no olvidar que soy un epígono del falsacionismo de Karl Raimund Popper, para quien toda verdad es interina, provisional, y dura en pie mientras no es refutada por otra, que es la que la derriba de su pedestal, al demostrar que es falsa): si queréis ir por la calle con la cabeza enhiesta, no dejéis de dar vuestro parecer, de confrontarlo con el de los demás; tened en cuenta los criterios ajenos, pero haced el esfuerzo satisfactorio de formad vuestra propia opinión.
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com