QUE A LA PROSA EL HUMOR NUNCA LE FALTE
COMO RECOMENDÓ ANTONIO MACHADO
POR BOCA DE SU FIEL JUAN DE MAIRENA
“La prosa, decía Juan de Mairena a sus alumnos de Literatura, no debe escribirse demasiado en serio. Cuando en ella se olvida el humor —bueno o malo—, se da en el ridículo de una oratoria extemporánea, o en esa que llaman prosa lírica, ¡tan empalagosa!…”.
Antonio Machado, en “Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo)”.
En esta vida he tenido la oportunidad de comprobar, de manera fehaciente, y no una sola vez, sino varias, que hay desafíos que, en principio, parecen imposibles de conseguir, hasta que alguien se pone el mundo por montera, cree que, aunque pocas, tiene posibilidades de lograrlo, pone todo su empeño en alcanzar su objetivo, la cima que se había propuesto escalar, y huella esa cumbre o cruza la meta satisfecho. O sea, que lo imposible puede devenir posible, siempre que haya quien crea que lo difícil puede llevarse a cabo, aunque al grueso del público asistente al acto o evento ese reto le pareciera descabellado.
Y, como en el convento de Algaso sigue sin haber un hermano que aventaje en saber teórico-práctico a fray Ejemplo, pondré a continuación uno que sea clarificador.
Es evidente que yo no estuve en el seminario menor de Navarrete (La Rioja) en el año 1970. Pero, durante los doce (o quince minutos, como máximo) que ha durado hoy mi rato de siesta, mientras permanecía descansando en los mullidos brazos de Hipnos o Morfeo, durmiendo a pierna suelta, he soñado que entraba en una pastelería de postín de Logroño y he comprado (pues llevaba dinero de sobra en los bolsillos de mis pantalones para darme el dulce capricho; reconozco, sin ambages, que soy laminero) una bolsa con las mejores magdalenas que había allí, las de la marca Marcel Proust, que, según me ha dicho el dueño, “si las mojas o bañas en café con leche o té caliente, aunque me consta que otros han probado a hacer lo propio en una taza o tazón de leche con Cola Cao con grumos y eso también ha cursado con idéntico resultado, sin ni siquiera habértelas llevado aún a la boca, se empiezan a desencadenar en tu mente un montón de recuerdos que acaece el milagro o prodigio, pues hasta llegas a rememorar lo meramente imposible, es decir, a tener memoria de haber estado en Navarrete en 1970, verbigracia, cuando tenías ocho años, porque eso, en verdad, no ocurrió”. Ahora bien, luego puedes caer en la cuenta de que, como el inconsciente va por libre, es lógico y normal que haya jugado con el hecho de que ayer te llevaste a los ojos varias revistillas de Navarrete, publicadas ese año, y eso, obviamente, ha propiciado que el suceso en el sueño fuera posible.
Puede que, entre los atentos y desocupados lectores de las urdiduras o “urdiblandas” de Otramotro, haya alguno que no entienda por qué elegí al religioso camilo Jesús Arteaga Romero para que, fundido con su colega y convecino azquetano Pedro María Piérola García, lograra crear y dar forma a mi personaje literario fray Ejemplo. Bueno, pues ahí va el dechado, modelo, paradigma o prototipo. Me limito a copiar (con leves variantes) el apunte de una crónica que aparece en el número 118, de marzo de 1970:
“EL P. JESÚS ARTEAGA A EXAMEN. No había posibilidad de obtener una licencia para conducir una vespa sin pasar por el examen. El P. Jesús, ni corto ni perezoso, se preparó, y el día 16 le tocó el turno. Media hora de suspense en teórica y… aprobado. La práctica, a pesar de su defecto físico (tenía amputado un miembro inferior hasta el muslo, pero llevaba prótesis; varias veces nos refirió lo imposible de entender para nosotros, por considerarlo inaudito, insólito, que le dolía el dedo gordo del pie del miembro fantasma), tenía que hacer el mismo examen que los demás. Vespa en marcha, enfiló el primer bolo, el segundo…, y sin titubear lo más mínimo, salió airoso de la prueba. Ahora viene lo difícil. Después de aprobarlo todo a la primera, tiene que presentarse al médico, cambiar el freno de pie, mirarse la vista, un sinfín de cosas que le han traído por el camino de la amargura. Suponemos que, al final de todos estos lances, le darán el carné. Nada, está visto que no se puede tener mal pie, porque le acompaña a uno la ‘mala pata’”.
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com