El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Me ha brotado escribir hoy de dos ángeles

ME HA BROTADO ESCRIBIR HOY DE DOS ÁNGELES

Aunque no es exacto, se aproxima bastante a lo que acostumbra a suceder, al hecho concreto que me dispongo a señalar a continuación. Con cada cambio de estación o trimestre (y eso ha ocurrido hace pocas fechas), un nuevo comunicante (ora sea o se sienta ella, él o no binario), después de haber leído durante algún tiempo (dos semanas, tres o un mes seguido) cuanto aparece publicado en mi bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro, se arma de valor u orilla su timidez y opta por redactar unas líneas y mandármelas a mi dirección de correo. En ellas me pregunta, velis nolis, cómo hago para escribir todos los días algo nuevo, labor que vengo realizando, desde hace casi cuatro lustros cabales, dos decenios.

Y yo, salvo que me haya dado por sacar a pasear mi ironía, básicamente, suelo responderles a todos ellos lo mismo, que la realidad es una estupenda abastecedora o suministradora de temas sobre los que discurrir o disertar. Y, de dicha tesis principal o madre, acostumbro a colegir o parir otras, verbigracia, hoy, esta, que basta con estar atento y concentrado en todo aquello que acaece a nuestro alrededor para que, sin necesidad de sostener con las manos una escopeta con la que disparar cartuchos o una caña con la que lanzar el señuelo al agua, podemos cazar al vuelo o pescar sin anzuelo un asunto sobre el que escribir todas las jornadas del año. En plata y a la pata la llana, que para escribir solo se necesitan cumplir, eso sí, a rajatabla, dos cláusulas imprescindibles, dos condiciones sine qua non: tener algo que pasar con ayuda de las palabras del cerebro al papel y con el inestimable y fautor BIC azul, ponerse a ello, porque lo que nos consta, de manera fehaciente, es que ese texto no se va a escribir solo. Yo no soy san Isidro labrador, del que se cuenta la leyenda o el milagro de que uno o dos ángeles le suplieron en su quehacer habitual, y fueron ellos quienes guiaron a sus bueyes para arar los campos, porque él estaba haciendo otro menester, rezar.

Bueno, pues, llegado a este punto de mi urdidura (o “urdiblanda”) hodierna, me ha nacido darle cuenta al atento y desocupado lector de que abundo con los antropólogos que sostienen la tesis de que el ser humano es una especie que aún sobrevive sobre la faz del planeta azul, la Tierra, porque puso en práctica en sus inicios dos artimañas o conductas inexcusables, que siguen realizando y/o llevando a cabo desde entonces, que propiciaron, propician y propiciarán su supervivencia, la colaboración o solidaridad y la compasión o empatía.

Se tiende a usar la frase de que el hombre es un lobo para el hombre a fin de denostarlo. La expresión latina “homo homini lupus” aparece en “Asinaria”, de Plauto, pero fue propagada y propalada por el filósofo inglés Thomas Hobbes en “De Cive”. Y no le faltaban razones de peso a Sigmund Freud cuando escribió estas líneas en “Civilización y sus descontentos” (1930): “Los hombres no son criaturas mansas, deseosas de ser amadas, que como mucho pueden defenderse si son atacadas; son, por el contrario, criaturas entre cuyas dotes instintivas se encuentra una poderosa dosis de agresividad. En consecuencia, su prójimo es para ellos no solo un posible ayudante u objeto sexual, sino también alguien que los tienta a satisfacer su agresividad, a explotar su capacidad de trabajo sin compensación, a usarlo sexualmente sin su consentimiento, a apoderarse de sus bienes, a humillarlo, a causarle dolor, a torturarlo y a matarlo. Homo homini lupus. ¿Quién, a pesar de toda su experiencia vital e histórica, tendrá el valor de refutar esta afirmación?”. Y, ciertamente, no conviene descartar esos pésimos rasgos misántropos, pero, entre nuestros congéneres, también cabe advertir e identificar los opuestos, filantrópicos. El hombre, en genérico, es capaz de lo mejor y de lo peor. Al dicho, por tanto, es lógico y normal hallarle también la vertiente positiva, que la tiene. Quien sea un espectador habitual de los documentales o reportajes de divulgación científica sobre fauna y flora de La 2, seguramente, habrá visto cómo una manada de lobos da caza a su presa. La colaboración del grupo es fundamental. Bueno, pues, tres cuartos de lo mismo ocurrió, ocurre y, si no marro, seguirá ocurriendo entre nosotros, semejantes de la especie humana.

Hoy, por ejemplo, le puedo aseverar al atento y desocupado lector que dos personas, Jesús María y Nabil, uno, cristiano, otro, musulmán, han demostrado por sus actos, sus frutos, sus gestos, sus gestas o hazañas, que, si no son ángeles, podrían fungir de esos seres alados sin tener que especializarse más, porque tienen las cualidades o virtudes precisas para ser expertos o peritos en altruistas pautas procedimentales. Y, como de bien nacido es ser agradecido, por eso aparecen sus nombres aquí. Alicia y Silvia, sus respectivas esposas, deben estar orgullosas de convivir con sus susodichos y óptimos maridos; y yo satisfecho de haber aprovechado la oportunidad de conocerlos para, a renglón seguido, poder encomiarlos.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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