El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Lo vivido es distinto a su recuerdo

LO VIVIDO ES DISTINTO A SU RECUERDO

Nadie con dos dedos de frente ha puesto en tela de juicio o reparos a esta certeza apodíctica, que en cuanto vive todo fluye. Y no solo el agua que circula por un río, sea este el que sea, pongamos por caso el Linares o el Alhama. “Panta rei” adujo, en griego clásico, Heráclito de Éfeso (y no “Espanta el rey”, como interpretó otro, ya que, entre los que cumplen, gozan o tienen dicha condición de monarca, cabe hallar, como lo propio se predica entre todos los trabajadores de cualesquiera profesiones, buenos, mediocres o regulares y malos, como en una botica o droguería, vaya). Quería dar a entender o decir que un hombre, llamémosle, verbigracia, Perico de los Palotes, no puede bañarse dos veces en el mismo río, por dos sencillas razones de peso; una, porque, aunque el sujeto sea el mismo, el citado Perico, las horas de sus días, su edad o existencia no es idéntica a la primera, la prístina; y dos, porque el agua que discurre ahora por dicha corriente no es la misma, ya que esta está conformada por distintas moléculas de H2O.

Una idea, si no calcada ni idéntica, similar a la de Heráclito podemos leer en otros autores (ellas, ellos o no binarios), como, por ejemplo, en este, clarificador, entresacado de la obra titulada “Una vuelta por mi cárcel” (1991), póstuma, de Marguerite Yourcenar: “No vemos dos veces el mismo cerezo ni la misma luna sobre la que se recorta un pino. Todo momento es el último porque es único. Para el viajero, esa percepción se agudiza debido a la ausencia de rutinas engañosamente tranquilizadoras, propias del sedentario, que nos hacen creer que la existencia va a seguir siendo como es por algún tiempo”. Otro tanto cabe decir de otras obras. Aunque yo suelo recordar de memoria el grueso de un parlamento de don Fulgencio, que cabe leer  en el capítulo VIII de la novela “Amor y Pedagogía” (1902), de Miguel de Unamuno, cada vez que he rememorado y proferido las palabras que contienen esas líneas ha sido distinta a la primera y a las más de veinte (por poner una cifra aproximada) que eso mismo ha acontecido, haya sido dentro de un aula o fuera de ella, en una charla o conversación: “—Extravaga, hijo mío, extravaga cuanto puedas, que más vale eso que vagar a secas. Los memos que llaman extravagante al prójimo ¡cuánto darían por serlo! Que no te clasifiquen; haz como el zorro que con el jopo borra sus huellas; despístales. Sé ilógico a sus ojos hasta que renunciando a clasificarte se digan: es él, Apolodoro Carrascal, especie única. Sé tú, tú mismo, único e insustituible. No haya entre tus diversos actos y palabras más que un solo principio de unidad: tú mismo. Devuelve cualquier sonido que a ti venga, sea el que fuere, reforzándolo y prestándole tu timbre. El timbre será lo tuyo. Que digan: ‘suena a Apolodoro’ como se dice: ‘suena a flauta’ o a caramillo, o a oboe o a fagot. Y en esto aspira a ser órgano, a tener los registros todos”.

Y es que está claro, cristalino, que todos mis congéneres, los habidos y por haber, antes y después de que fuera alumbrado servidor, fueron, somos y serán seres únicos e irrepetibles. Y cada una de las veces que hemos hecho algo también ha sido una acción única, aunque las hayamos realizado de semejante manera, por el simple argumento o motivo de que los de nuestra especie somos animales de costumbres. Cada día de nuestra existencia es distinto del anterior, aunque se parezcan, como una gota de agua a otra, tanto que sea difícil distinguirlos y veamos en uno una copia o réplica de otro, como eso cabe colegir tras ver la película “El día de la marmota” (1993), dirigida por Harold Ramis, que, en España, se tituló “Atrapado en el tiempo”, protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell.

Al abajo firmante de estos renglones torcidos le chifla volver física y mentalmente al lugar donde fue inmensa e intensamente feliz antaño, otrora. Bueno, pues, aunque tiene la impresión refractaria de que regresa todas ellas al mismo cronotopo, o espacio-tiempo, al seminario menor de Navarrete (La Rioja), durante los tres cursos académicos que estudié allí, los del 74-75, 75-76 y 76-77, donde tuve los mismos y algún nuevo educador o maestro, los mismos y algunos nuevos compañeros, sensu stricto, no lo hace, porque eso es meramente imposible, ya que las vivencias que tuve allí no son exactamente las que ahora recuerdo de ellas; y estos recuerdos recientes no son iguales a los que tuve antes, ya que estos han podido verse modificados cuando los puse en común con los que tenían otros excompañeros y me convencieron de que yo había sumado dos a un mismo día, pero correspondían a jornadas diferentes.

Es evidente que cada quien guarda recuerdos de lo ocurrido de una manera peculiar, que son los que componen el sumatorio de sus vivencias personales. Hay quien, por unas razones, las que sean, recuerda o dice recordar fielmente una serie de hechos, que otro, por diferentes motivos, ha olvidado.

Mi memoria guarda lo que me acaeció u ocurrió a mí, que pudo ser lo que te pasó también a ti, lector, pero tú lo recuerdas de un modo y yo de otro, por la simple razón de peso de que tú y yo somos seres distintos. Quien haya visto en una pantalla, grande o pequeña, la película “Rashomon” (1950), de Akira Kurosawa, habrá entendido, grosso modo, cuanto he querido decir y dejar explícito aquí, que no se puede negar el “efecto Rashomon”, o sea, que cada quien cuenta la feria como le fue a él, y el perspectivismo tampoco admite controversia posible, es decir, que nuestras vivencias son subjetivas y cada uno de los que asistimos al mismo espectáculo contamos lo sucedido de distinta forma. La anécdota de la exhibición de una manzana en una conferencia impartida por José Ortega y Gasset abunda, si no en la misma, en parecida idea. La verdad, por tanto, acaso sea la suma, reunión o adición de certezas parciales, peculiares, subjetivas.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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