El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Religión y política son drogas

RELIGIÓN Y POLÍTICA SON DROGAS

LA TERCERA, PUJANTE, ES EL SMARTPHONE

La religión, la política y el teléfono inteligente han sido, son y serán el opio del pueblo, como los chicos malos seguirán siendo una droga dura para algunas féminas que, ora ansían ejercer de sacos de boxeo, ora que las traten los susodichos como sumisas, no ilustres, fregonas.

Cualquier edad es adecuada para estudiar; de hecho, no hay formación si esta no es continua. Ahora bien, yo siempre he escuchado la misma cantilena o cantinela, que la niñez es la etapa de la vida del ser humano más apropiada o mejor para aprender, sobre todo, idiomas y lenguas muertas. Y, asimismo, cualesquiera otras materias del saber. Entre ellas, incluyo la historia de las religiones, por supuesto. Cuando una de estas ha conseguido arraigar, consolidarse, cuajar, qué difícil es o resulta arramblar con ella. Solo una reflexión concienzuda, sistemática, la logra desbaratar y echar por tierra.

Por lo general, la religión en la que creemos, que se nos impuso, porque no tuvimos la oportunidad de elegir, es la que conservamos a lo largo de toda la vida. Su liturgia y sus ritos nos acompañan (me refiero a los católicos) desde la cuna a la tumba, desde el sacramento del bautismo al de la extremaunción y la misa de funeral.

Karl Marx acertó en su diagnóstico: “La religión es el opio del pueblo”. Si hubiera sido un augur o vidente, hubiera podido atisbar o avistar cuanto iba a acaecer en el futuro, que el creyente, con la fe del carbonero, se desencantó de la religión por culpa de los comportamientos incoherentes de algunos representantes del clero, que predicaban lo que ellos no seguían (“consejos vendo y para mí no tengo”, son las siete palabras del refrán de marras, que se le adjudica o atribuye al alcaraván, que da gritos, pero no da la cara, y acaba cazado por el ave rapaz) y eso demostraba bien, a las claras, su incongruencia; o eran unos pederastas irredentos, abusadores de menores, cuyos procederes indeseables, verdaderos desmanes, cometidos por quienes deberían haberles cuidado, defendido y protegido, y se decantó por un sustituto suyo, sí, la política. Pero, como no hay nada a salvo de poder ser corrompido o corromperse, otro tanto aconteció con varios representantes de esta, de los que también trascendieron diversas tropelías cometidas por ellos, recogidas por los diversos mass media, que divulgaron ciertas actitudes venables en las que incurrieron, por falta de los controles pertinentes, algunos políticos elegidos, primero por el partido en sus listas y luego por los electores, que no estuvieron a la altura del cargo que ocupaban ni de las circunstancias; y lo mismo que sucedió con los religiosos ocurrió con los políticos, que claudicaron ante sus tentaciones o se dejaron sobornar o comprar su voluntad.

Por tanto, cabe preguntarse: ¿dónde está ahora la droga del pueblo? La respuesta es obvia, donde el ciudadano se siente seguro, siendo un esclavo, en su teléfono inteligente. Ahora el opio popular cabe hallarlo en un cacharrito de quinta generación, dicen, que tiene pantalla táctil y que es la virgen de neón que antes estaba sobre la mesilla de noche, junto a la cama, que yo vi un montón de veces cómo la besaba mi madre, cuando le ayudaba, a la hora de acostarse, tras ponerle las bolsas de orina para la noche (le habían practicado dos nefrostomías).

Ahora, según me cuentan, lo primero que hace un joven, nada más despertarse, antes de levantarse de la cama, es desbloquearlo para ver cuáles son las novedades, como si fuera un capitán del Ejército de Tierra, que manda una compañía, y se las pidiera al responsable de guardia. Y lo último que hace, antes de apagar la luz e intentar conciliar el sueño, si es que logra dicho fin, es consultar lo que sea en él.

Lo que mucha gente desconocía y ahora empieza a saber es que la afición extrema que crea el uso indiscriminado del móvil es peor incluso que la dependencia que creaban la religión y la política. Hace muchos años, leí a un perito en el tema, a Jaron Lanier, y él me abrió los ojos. Y, por esa razón, no tengo (tras decidir no comprarlo) un teléfono inteligente (tampoco tengo ordenador; aseveración que me he cansado de hacer, sin ser creído, pero es cierta, la fetén, ciento por ciento). Él, que fue uno de los primeros gurús de Silicon Valley, tuvo noticia de lo que apuntaban los primeros estudios que se hicieron, negativos. Atestiguó que sus jefes, los magnates del Valle del Silicio, prohibían a sus hijos utilizarlos, por la adicción, superior a la heroína y a las máquinas tragaperras. Ni siquiera dejaban que quienes trabajaban en el interior de sus mansiones entraran a las mismas el cacharrito. Habían habilitado fuera, en el porche, un mueble para dicho menester. Lo dejaban allí, antes de entrar en la casa, y lo recogían, terminada su jornada laboral, a la salida.

O esto cambia mucho o pronostico, sin haber obtenido aún el grado de augur, carrera que no curso, por supuesto, solo por ser un avezado en el arte de hacer deducciones, que, dentro de unos años, harán falta muchos profesionales, miles de psicólogos y psiquiatras, dedicados, en exclusiva, a atender y tratar de desenganchar a tantos y tantos jóvenes de la herramienta del diablo.

Aunque habría que hacer muchas salvedades, ya que el uno es un huevo, la otra una castaña pilonga, y la otra una nuez moscada, el móvil de quinta generación, por su dependencia, mutatis mutandis, tiene muchas concomitancias con la religión y la política, y crea tanta adicción como algunas féminas tienen dependencia de los chicos malos, a los que aman, permitiendo que abusen de ellas y las conviertan en sus esclavas.

Nota bene

Andrés Rábago, EL ROTO (cuánto sarcasmo acarrea o cabe hallar en la elección de dicho seudónimo), el pasado domingo 20 de abril de 2025, en la viñeta de la página 15 del diario EL PAÍS, estuvo genial. Dibujó el cadáver de un varón encamado y un móvil que gravitaba sobre el cuerpo inerte del finado, como si fuera su alma, y escribió: “EN EL MOMENTO DE LA MUERTE, EL MÓVIL SE DESPRENDE DEL CUERPO”. Insisto: estuvo magnífico.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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