EL DON DE LA ESCRITURA ES UN INFIERNO,
SI CARECES DE IDEAS Y CONSTANCIA
Como la realidad de cuanto me acaece (u ocurre a mi alrededor) es mi mayor fuente de inspiración (en torno a ella, acostumbro a tener siempre desplegados y atentos los cinco sentidos clásicos, la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, incluido el sexto, el de la intuición, pues ella me dice muchas veces, como si fungiera servidor de rabdomante o zahorí, dónde debo buscar para hallar mi próximo manantial subterráneo o pozo de razones —reconozco que la idea que acabo de expresar es hija de otra ajena, que asimilé del virólogo estadounidense Jonas Edward Salk: “la intuición le dirá a la mente pensante dónde buscar lo siguiente”—; puede que otros llamen de diferente manera al susodicho sexto sentido, pero, como no soy dogmático, sino transigente, acepto, de buena gana, distintas denominaciones y otras perspectivas o prismas subjetivos, en principio, tan válidos como el mío sobre el tal), para mí es una bendición, aunque me tenga que flagelar, efecto colateral, indeseado o secundario del mismo, un día sí y otro también, con su pareja de baile, porque a mí nunca me inspiró Terpsícore, la musa de la danza, el látigo.
Aunque me confieso ateo, suelo mencionar a Dios cada vez que me brota hablar de la concesión de ese talento que es, no me cabe la menor duda, escribir a diario; así que admito, sin ambages ni requilorios, que yo no escapo a esa contradicción a la que es tan asiduo el ser humano, ora sea o se sienta ella, él o no binario. Cuando no hago tal cosa, mentar a la divinidad (qué difícil le resulta al bípedo implume cepillarse todos los prejuicios que ha ido acumulando a lo largo de su existencia; en mi caso concreto, he de reconocer que algunos se muestran o son más renuentes a ser retirados o eliminados que otros, ya que llevan contigo o tú los llevas acarreando desde la más tierna infancia; así que, cuando lo logras, sientes esa combinada complejidad, el mestizaje de lo positivo y lo negativo que lleva aparejado el hecho, al haber alcanzado el reto y al haber perdido una porción de ti, como un apéndice o tentáculo), me las ingenio para echar mano del seudónimo que utiliza Dios cuando no le apetece firmar con su verdadero nombre, el azar.
No falta quien piensa que escribir es coser y cantar para quien está habituado a hacerlo, como servidor. Lamento tener que defraudarlo en su creencia, si se dispone a leer, a continuación, mi parecer: escribir requiere mucho trabajo; quien no tenga vocación de cincelador esforzado o perseverante picapedrero, le aconsejo encarecidamente que no le pida a Dios que le otorgue dicho don, porque me temo que, o mucho me equivoco, o si lo recibe, no tardará en renegar de Él y su don, por dejarle la sensación refractaria de ser más que ciudadano libre, a la hora de ejercer su labor, un esclavo, sí, tal cual.
Como te sientas en la silla de tu escritorio, sin haber cazado antes al vuelo o pescado sin anzuelo una idea sobre la que discurrir o disertar, comprobarás que estás vacío, inerme, aunque sostengas un BIC azul con tu diestra, un mero muñeco de trapo o pelele, sin alma, que puede ser una buena definición de homúnculo, hombre pequeño (no en estatura, sino en dignidad), despreciable y despreciado, como, anteayer, lunes 28 de abril de 2025, de norte a sur, de este a oeste, día del apagón poliédrico, del caos total en la vulnerable España (¿de verdad hay alguien que gobierne el barco estatal, el autonómico, el municipal, a los mandos de alguna de las tres naves?), se han sentido tantos contribuyentes en tantos sitios.
Hay quien cree que es normal que puedas hacer mil y una cosas y, cuando termines de llevarlas a cabo, que te brote fácilmente un pensamiento estupendo, y que, entre una tarea y otra, dispongas de un tiempo libre o un hueco en tu agenda, para dedicárselo, desarrollarlo en un santiamén y escribirlo sin contratiempo. Lamento decirle que marra morrocotudamente, que las cosas en el ámbito de la creación literaria no suelen funcionar así. Y, si alguna vez eso ha ocurrido, es una clara excepción a la regla.
Ángel Sáez García
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