El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

A veces, dos cuartetas son bastantes

A VECES, DOS CUARTETAS SON BASTANTES

PARA EXPLICAR EL PROCEDER HUMANO

Dice la expresión italiana “traduttore, traditore”, es decir, traidor el traductor, porque la traducción perfecta no existe, pero sí modos distintos de acercarse a ella. Así que está claro, cristalino, que cada quien traduce un texto de una lengua a otra a partir de su modo peculiar o personal de entender e interpretar qué pudo decir el autor, a su manera, o sea, subjetivamente. Este menda, verbigracia, tradujo la primera cuarteta del poema “El poeta es un fingidor”, de Fernando Pessoa (que contiene tres), así: ¿El poeta? Un fingidor. / Finge tan completamente, / que hasta finge que es dolor, / el dolor que en verdad siente”. El poema completo dice de esta guisa, según la versión del portal Ciudad Seva:

“El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente, / Que hasta finge que es dolor / El dolor que de veras siente.

“Y quienes leen lo que escribe, / Sienten, en el dolor leído, / No los dos que el poeta vive, / Sino aquel que no han tenido.

“Y así va por su camino, / Distrayendo a la razón, / Ese tren sin real destino / Que se llama corazón”.

Bueno, pues, el parecer que sostiene el vate portugués, Pessoa, del poeta vale también, mutatis mutandis, para el prosista, que es otro hipócrita redomado, de marca mayor, o sea, otro embustero, falsario, impostor o mentiroso, esto es, quien finge lo que no es o lo que no siente. Y aun para cualquier persona, tú, atento y desocupado lector, ora seas o te sientas ella, él o no binario, y yo, que no somos excepciones a la regla dada, también. Pongamos un ejemplo, que sea clarificador, para que se vea, de manera diáfana, el aserto hecho, de “El Lazarillo de Tormes”:

“Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y, delicadamente, con una muy delgada tortilla de cera, taparlo; y, al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y, al calor de ella luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía, que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada. Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo qué podía ser.

“—No diréis, tío, que os lo bebo yo —decía—, pues no le quitáis de la mano.

“Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido.

“Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.

“Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé.

“Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y, aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y, sonriéndose, decía:

“—Qué te parece Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud —y otros donaires que a mi gusto no lo eran”.

He alargado la cita de “El Lazarillo”, para llegar a la última frase extractada, que viene de perlas, a propósito, para poder, así, discurrir o disertar, brevemente, de la otra cuarteta en la que había pensado, a fin de completar la idea que había cazado al vuelo o pescado sin anzuelo, que se conoce como ley Campoamor y pertenece al poema LIX, titulado “Las dos linternas”, del citado poeta asturiano Ramón de Campoamor y Campoosorio, en la que cabe leer: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Ya que cada quien mira y cuenta los casos y las cosas, los hechos acaecidos de los que fue testigo presencial, desde su propia perspectiva o prisma. La ley Campoamor está ligada, hermanada, formando jumelage, o sea, es una mera variante del “efecto Rashomon”, del que he discurrido en otros textos recientes.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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