CONVIENE RECLAMAR, SI YERRO HA HABIDO
AUNQUE NO SEAS TÚ EL BENEFICIADO
De vez en cuando, no de manera asidua, alguien que me lee con frecuencia me reconoce, yendo ambos por la calle, y me llama o me para y, de modo espontáneo, me formula esta pregunta o una parecida: ¿De dónde sacas tantas ideas sobre las que escribir? Si se ha confesado lector habitual de las urdiduras o “urdiblandas” de Otramotro, le suelo responder que ella, él o no binario, sea quien sea o se sienta quien me haya interrogado, que ya conoce mi contestación de antemano: de la realidad. Si uno está atento a todo aquello que le acontece a él, personalmente, u ocurre a su alrededor, la realidad es una estupenda y variopinta fuente de inspiración de asuntos o temas. Este menda la ha comparado muchas veces con el cerdo que las familias de los pueblos, durante la larga posguerra (incivil, como la guerra, sí, pero esta vez fue poco civilizada por alguna gente del bando ganador) y hasta décadas después, con corral y pocilga, cebaban durante el año y, llegado san Martín u otro miembro del santoral cristiano, que, entonces como ahora, en la variedad seguía estando el gusto, era sacrificado por el matarife de turno. De él se aprovechaba todo, hasta los andares, remataba un dicho. Bueno, pues, otro tanto o tres cuartos de lo propio cabe hacer con cuanto nos acaece en el día a día.
Dice un latinajo que errare humanum est, sed perseverare diabolicum, o sea, errar es humano, pero perseverar (en el yerro, se sobreentiende) diabólico. Según ha comprobado, de manera fehaciente, al abajo firmante de estos renglones torcidos, somos o formamos una legión, o dos y hasta más, los congéneres, entre los que me cuento, por supuesto, que no somos demonios o diablos, pero constatamos que hemos tropezado varias veces en la misma piedra, que semeja el yerro de turno. Así que, asumido, que el ser humano es un ente falible, por naturaleza, incluso aquel de quien se predica que no falla, el papa, cabe agregar que el nuevo pontífice León XIV, que no es una excepción a dicha regla (y, si le damos tiempo al tiempo, incurrirá en una equivocación, seguro), aunque nos caiga estupendamente; ergo, lo que debemos hacer es seguir el consejo que dicen que adujo Buda: “el hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor”. Es decir, con el yerro lo que hay que hacer, una vez lo hemos identificado, es proceder a enmendarlo, subsanarlo.
Como acostumbro a hacer todas las semanas (el hombre es un animal de hábitos), el viernes por la tarde acudí al supermercado Alcampo, de Tudela, para adquirir aquello que había echado en falta en la despensa o la nevera. Al ir a coger el carrito de la compra, se me acercaron dos voluntarios del banco de alimentos, hembra y varón, para ofrecerme sendas bolsas para colaborar. Les dije que no las necesitaba, pero que, al salir, tras pagar en caja lo comprado, les entregaría alguno de los artículos que había elegido y apoquinado, pensando en ellos.
Como nadie está libre de errar, la cajera que me cobró la compra realizada, teas parejas de artículos, se equivocó. Acaso este menda contribuyó a ello, porque ella ya había empezado a pasar la compra por el escáner, cuando le solicité una bolsa para llevarla más fácilmente. Me di cuenta del error antes de salir por la puerta. Había comprado dos kilos de arroz para entregárselos a la voluntaria, que los recogió. Pero, como he referido, repasando la cuenta, la factura simplificada, reparé en el yerro. Me había cobrado los dos kilos de arroz en un solo apunte y luego, tras pasar la bolsa, el otro kilo de arroz y las otras dos parejas de artículos restantes. Les comenté a los voluntarios el hecho y me acerqué hasta la cajera que me atendió, a la que le expuse dónde juzgaba servidor que había descansado o estado la razón del fallo. La cajera no puso objeción a la reclamación. Pasé y cogí otro kilo, que se lo entregué esta vez al voluntario varón, que me hizo este breve comentario: ¡Bien peleado!
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com