El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Tú tienes los redaños de objetar…?

¿TÚ TIENES LOS REDAÑOS DE OBJETAR

AL QUE ACABA DE ARGÜIR UNA SANDEZ?

Todos hemos escuchado decir a alguien alguna vez, sin tener los arrestos de refutar, esa estupidez de que “las enfermedades del cuerpo las da Dios para la salud del alma”. Menuda necedad. Haría mejor el Ser Supremo en quedárselos todos para sí mismo, sin repartirlos o transferírselos a nadie, y solo erogar bienes (eso sí) de cualquier jaez. ¿Qué culpa tiene un niño de padecer un cáncer? Así que, por favor, no me vengas, atento y desocupado lector, ora seas o te sientas ella, él o no binario, con la cantilena o cantinela de la que muchos echan mano. No me puedo creer, en el caso de que el Todopoderoso exista, que la violencia vicaria la inventara Él, el Omnisciente, en el supuesto de que los progenitores de la criatura fueran culpables de algo. ¿Esa presunta culpabilidad (¿acaso hay alguien sobre la faz del planeta azul, la Tierra, que esté libre de ella?) puede ser una excusa o motivo para que un inmisericorde les haga sufrir a padres e hija/o?

Quien sea asiduo a las esquinas donde se ubican los paneles sobre los que se colocan las esquelas de las personas recientemente fallecidas, o frecuente los obituarios de los diarios, habrá tenido noticia de lo consabido, lógico y normal, que los hombres mueren antes que las mujeres. Quien lea los periódicos y en ellos las noticias sobre los estudios realizados en torno a la gente suicidada, habrá comprobado, por las cifras, que, en términos generales, de cada cuatro suicidas, tres son varones y una hembra. Así las cosas, cabe formular/se, por ende, la siguiente pregunta: ¿Por qué nuestros congéneres del sexo masculino fenecen antes y se suicidan más que nuestros semejantes del sexo femenino?

Dice la navaja de Ockham (“pluritas non est ponenda sine necessitate”, o sea, la pluralidad no se debe proponer sin necesidad) que, en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la correcta. Ergo, puede que la exégesis más plausible del asunto en cuestión esté en actuar, como los trapecistas, con red salvadora, es decir, en que las mujeres son entes más sociables que los hombres y han aprendido, aun desconociéndolo, ese adagio sueco que dice que una alegría compartida es una alegría doble; una pena compartida es la mitad de una pena. En plata, a la pata la llana, que contarle a alguien cuanto te pasa, y más si esto es malo, puede atenuar o mitigar tu dolor y hasta salvarte la vida.

En el opúsculo “El arte de injuriar”, de Jorge Luis Borges, que es la última de las dos notas de su libro “Historia de la eternidad”, el postrero de sus parágrafos dice así: “Una tradición oral que recogí en Ginebra durante los últimos años de la primera guerra mundial, refiere que Miguel Servet dijo a los jueces que lo habían condenado a la hoguera: Arderé, pero ello no es otra cosa que un hecho. Ya seguiremos discutiendo en la eternidad”. Puede que las personas suicidas sufran tanto que se vean abocadas al raudo sanseacabó. El congénere empático es capaz de hacer el esfuerzo de ponerse en el lugar del otro, el suicida, verbigracia, pero desconoce cómo y cuánto sufre y tal vez se pregunte, como hace el que ha determinado cortar por lo sano, por qué y para qué vivir, ya que, si, estando en la misma gloria la existencia carece de sentido, hacerlo en esas condiciones aún lo debe tener menos. O acaso haya llegado a la conclusión de que la eternidad no es más que una autoañagaza o patraña intelectual para alargar su alma hasta convertirla en inmortal, tras haber constatado su finitud corporal.

El domingo 18 de mayo, en las páginas 2 y 3 del suplemento IDEAS, de EL PAÍS, en la entrevista por videoconferencia que Joseba Elola le hizo al filósofo esloveno Slavoj Zizek, juzgo que conviene leer las últimas cuatro preguntas del periodista y las respuestas del pensador, por pertinentes, distintivas y relevantes (que paso a transcribir tal cual aparecen):

P. ¿Cómo describiría el punto en el que se encuentra en su vida?

R. Estoy triste, estoy en pánico porque estoy haciéndome viejo. Soy un workaholic, yo no trabajo para vivir, vivo para trabajar. Tengo 76 años, necesito dormir mucho y estoy perdiendo facultades para trabajar. No me gusta. No creo que la edad aporte ninguna sabiduría.

P. ¿No aporta sabiduría?

R. ¡No! ¡La sabiduría es lo que más odio! Hay un dicho muy vulgar en Eslovenia que dice: no puedes orinar contra el viento, ja, ja. La sabiduría es una absoluta estupidez conformista.

P. Permítame hacerle una última pregunta y siéntase libre de no responderla. ¿Piensa usted en la muerte?

R. No. Yo quiero morir como mi amigo Fredric Jameson, de un ataque al corazón. Odio la idea de morir lentamente, pensando en cuál será mi legado, blablablá, quiero trabajar hasta mi muerte. Dormirme pensando que mañana será otro día y no despertar. No puedo imaginarme a mí mismo, sentado como un viejo idiota, sin trabajar. Incluso me quitaría la vida.

P. ¿Se quitaría la vida?

R. No quiero dolor. Yo no tengo miedo a la muerte, tengo miedo a morir lentamente y con dolor. Si me enterara de que mi esposa o uno de mis hijos muere, mi primera pregunta sería: ¿cómo fue? Si fuera un accidente, instantáneo, diría: ah, pues vale. Y seguiría trabajando en mi ordenador. Si fuera una muerte lenta y con dolor, no podría soportarlo, probablemente me quitaría yo también la vida.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

TIENDAS

TODO DE TU TIENDA FAVORITA

Encuentra las mejores ofertas de tu tienda online favorita

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído