Uno de los libros de estas navidades es el de las memorias del ex presidente del Gobierno Mariano Rajoy. No es probable que se difunda la cantidad que Berstelmann ha pagado al ex mandatario pero es de desear que haya sido ampliamente inferior a la que Planeta abonó a José María Aznar o Espasa a Alfonso Guerra, dada las escasas aportaciones que hace en comparación a estos.
No es que el lector de memorias espera grandes sorpresas de un libro de memorias. Pero al menos alguna anécdota relativamente reseñable, algún ajuste de cuentas con una mínima claridad o alguna incidencia secreta que no hubiera trascendido por evitarse en el último momento. No es el caso de Una España mejor que parece limitarse a un refrito de las mismas malas excusas dadas por Rajoy a lo largo de su presidencia.
Habla de la corrupción como si la cosa no fuera con él, como si el presidente de un partido no tuviera la obligación de enterarse de las cosas que pasaran en su casa, ni de ordenar algún tipo de investigación interna ante los primeros indicios de 2009. En ‘Rajoylandia’ su único delito es haber sido tan bueno que creía en la presunción de inocencia. La lectura de ‘Una España mejor’ puede no ser una completa pérdida de tiempo, dado que sirve para tener una radiografía mejor de qué tipo de persona ocupó La Moncloa entre 2011 y 2018.
Los medios de comunicación según Rajoylandia
Dicen que la profesión que más tiene que perder cuando los políticos jubilados sueltan la lengua es la periodística, porque pueden soltar los favores que les venían a pedir los representantes de la canallesca, las memorias de José Bono vapulean a unos cuantos (Carlos Dávila, Julián Lago, Rafael Ansón, Cándido…) en las de Alfonso Guerra el difunto Javier Pradera tampoco queda demasiado bien. Que no tengan esa preocupación (nunca la tendrían) en Rajoylandia, el hombre no anda por la labor de soltar prenda en esa dirección.
En el libro Rajoy demuestra que la coherencia no es uno de sus fuertes. ¿O le parece coherente dejar caer que lo normal es que el líder de un partido dimita si los españoles no le dan la confianza en más de una ocasión (Página 373 en aparente referencia a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias), para en cambio sostener que no debía dimitir ante su segunda derrota ante Zapatero en 2008 porque su resultado había sido una derrota muy digna (página 58)?
Precisamente ahí suelta una primera puya a los medios de comunicación que hicieron campaña contra él (que eran, básicamente El Mundo de Pedro J. Ramírez y Libertad Digital de Federico Jiménez Losantos, que entonces controlaba la COPE). Pero Rajoy no cita sus nombres:
“Aquel fue un proceso peculiar (…) cada semana comenzaba con una dimisión sonada o con una diatriba contra mi persona; incluso se llegó a convocar una manifestación ante la sede del partido para exigir mi renuncia. (…) Medios de comunicación querían influir en su desenlace (…) filtraciones, conjuras y todo tipo de elementos similares”.
La campaña contra Rajoy de El Mundo y Libertad Digital es evidente para todo aquel que los leyera en aquel momento. Pero tampoco es cuestión que Rajoy se haga la victimita, pues gozó de un gran apoyo de medios que salieron en su apoyo y dieron estopa a los críticos. No sólo medios del centro-derecha como pudieran ser ABC, La Razón, Intereconomía, Periodista Digital o El Confidencial. ¿O no se olvida Rajoy de la línea editorial mantenida en ese periodo por medios como El País, la SER, RNE, TVE o El Periódico?
Rajoy no sólo no se atreve a citar el nombre de los medios o de los dimisionarios que le criticaban (Zaplana, Acebes, Ortega Lara, María San Gil, Mayor Oreja, Gabriel Elorriaga, Juan Costa, Ballesteros). Evita citar el nombre de quien se declaraba ‘amiga personal’ del locutor que lideraba la ofensiva y cuya única intervención en aquellos días fue para reiterar que algo estaba haciendo ‘muy mal’ el entonces presidente. Dado que hoy día Esperanza Aguirre está tan acabada como Rajoy, es de suponer que su silencio más que a miedo o elegancia, es a la mera costumbre de Rajoy de hablar sin decir nada.
Alude luego a otras conspiraciones interna para echarle desde dentro cuando ya era presidente. Pero salvo José María Aznar no tiene ganas de dar ningún otro nombre. Sólo dice que cuatro de sus ministros fueron tentados a hacerle la cama ‘y que tres de ellos le informaron de inmediato’ y así deja pintado como traidor al que no lo hizo, pero como no da su nombre, Margallo puede estar tranquilo y hacer que la cosa no va con él.
Los medios también son aludidos por Rajoy al hablar del fenómeno de la irrupción de Podemos: “Pablo Iglesias tenía una nula implantación territorial, pero una presencia masiva en los platós de televisión y ejercía una sorprendente fascinación en el mundo mediático”.
De nuevo Rajoy cita concretar el nombre de ningún medio. Pero su afirmación es indiscutible, la realidad es que entre el verano de 2014 y noviembre de 2014 el despliegue mediático hacia Podemos fue brutal hasta el punto de que no se podía hablar de otra cosa en ningún medio periodístico. No era sólo cosa de los medios progresistas o de Mediaset y Atresmedia. Incluso los medios que pudieran considerarse más próximos al PP como ABC, La Razón o las tertulias de Trece ‘El Cascabel’, ‘Más Claro Agua’ y ‘La Marimorena’ dedicaban cada minuto de su programa a hablar de Podemos como el enemigo del PP (y de España, de paso) ninguneando al PSOE hasta el punto que algunos tertulianos llegaron a reprochar en antena si “podía dejarse de hablar de Podemos en algún momento”.
Al PP no parecía disgustarle aquella promoción de Podemos como enemigo de la derecha por encima del PSOE y cuando uno de los ‘factotum’ de Atresmedia comentaba lo útil que estaba siendo el ‘sandwich’ mediático de dar cancha a Podemos contra el PSOE, no parece que lo diga con un interés de favorecer a los morados sino a los de la gaviota. Por lo que cuando se pregunta por la ‘fascinación’ mediática hacia Podemos, cabría preguntarse si es cinismo o si Rajoy no se ha planteado traspasar esa pregunta a algunos de sus colaboradores del momento.
En todo el libro hay sólo un medio de comunicación que Rajoy cita por su nombre. ¿Lo adivinan?
“Me gusta leer el Marca, por más que este hecho parezca irritar extraordinariamente a algunas personas que deben ser muy restrictivas en sus lecturas”.
Despertando la duda de si en algún momento el As se ha planteado una campaña de promoción en la que se anunciara como “el diario deportivo que no lee Rajoy”. Y de la ayudita a La Sexta para su integración en Atresmedia ni mu. Tampoco es probable que a la editora, segundo accionista del citado operador, le interese demasiado que Rajoy insista en ese punto.