LA ODISEA DE LA TRIBU BLANCA DE AFRICA (VIII)

Shaka: el Napoleón Negro

La fascinante historia de los blancos de Sudáfrica

Shaka: el Napoleón Negro
Shaka, el gran guerrero zulú. PD

Los afrikáners siempre han sostenido que ellos son pobladores primigenios de Sudáfrica.

Argumentan que blancos y negros llegaron a un país vacío, desde extremos opuestos, casi al mismo tiempo, y por tanto ambos tienen e1 mismo derecho histórico a reclamarlo.

Vasco de Gama y otros navegantes portugueses, que circundaron el continente un siglo y medio antes de que Jan van Riebeeck desembarcara en El Cabo, reflejaron en su libros de a bordo haber avistado «hombres negros como la madera de ébano» en la costa del Indico.

En cualquier caso, resulta indudable que los negros todavía no habían alcanzado el extremo sur de África, cuando se asentaron los primeros holandeses.

Van Riebeeck solo encontró hotentotes cuando en 1652 echó anclas en el Cabo de Buena Esperanza.

Durante los diez años que permaneció al mando del enclave, el meticuloso Van Riebeeck se tomó la molestia de escribir un diario, en el que apuntaba puntualmente todo to que le parecía relevante.

Las notas demuestran que era consciente de la presencia de africanos negros en las tierras inexploradas del norte.

Vasco de Gama.

Las tribus negras avanzaban hacia el sur a un ritmo lento, por oleadas que no conocían tiempo ni barreras.

Nadie esta absolutamente seguro de dónde procedían originalmente, aunque muchos antropólogos sitúan a sus ancestros en el área del Lago Chad, a medio camino entre Nigeria y Sudan.

Entre el segundo y e1 tercer milenio antes de Cristo, procedente de Egipto, arribó a la zona la revolución agrícola.

El cultivo de plantas y la cría de animales se expandió a través de la sabana, al sur del desierto del Sahara.

Hasta entonces, el corazón de África era una especie de fortaleza natural casi impenetrable. Cualquier viajero lo bastante intrépido para aventurarse en las entrañas del continente contraía casi de forma inevitable la malaria, la fiebre amarilla o la enfermedad del sueño.

El fortín natural estaba a su vez dividido en dos partes, seccionadas horizontalmente por la franja más espesa de la selva ecuatorial.

La mosca tsé-tsé, fatal para los animales domésticos, había creado un ancho cinturón que éstos no podían cruzar.

La mosca tsé-tsé.

No existían vías de comunicación que facilitaran el traslado del Hemisferio Norte al Hemisferio Sur. La mitad superior tenia algún contacto esporádico con el mundo exterior.

Unas veces en forma de traficantes de esclavos, otras de caravanas comerciales y ocasionalmente en forma de incidentes bélicos, pero se trataba de un roce escaso y superficial.

La mitad inferior era uno de los reductos mas profundos y secretos del planeta.

La temprana historia del sur de África es un misterio fascinante que el trabajo combinado de arqueólogos, antropólogos, lingüistas, musicólogos, biólogos e historiadores apenas ha empezado a desentrañar.

Hasta una etapa relativamente cercana, parece haber sido habitado exclusivamente por pastores hotentotes y cazadores bosquimanos, pueblos de piel amarilla que vivían en la Edad de Piedra.

No había africanos negros. Estos solo llegaron cuando la revolución agrícola cruzo la barrera de la selva ecuatorial.

Los antropólogos sugieren que la introducción de los cultivos en el África subsahariana causo una explosión demográfica y forzó a los clanes excedentarios a emigrar.

Al tiempo que se multiplicaban, progresaban hacia el sur llevando consigo la cultura de la Edad de Hierro, la azada y la lanza, que los capacitaba para dominar militarmente a los primitivos hotentotes y bosquimanos.

Las tribus negras avanzaban por oleadas, indiferentes al calendario y a las prisas.

Instrumentos de la Edad de Hierro.

La fecha en que cruzaron el rio Limpopo y penetraron en Sudáfrica es objeto de discusión, pero a mediados del siglo XV habían alcanzado el actual Transkei.

Fue en esa zona, entre Durban y Port Elizabeth, donde fueron avistados por los portugueses. Todos los grupos pertenecían a la misma familia negroide, la de los bantúes.

La palabra bantú procede del término indígena abantu, que quiere decir «gente».

Los recién llegados pertenecían a cuatro grupos lingüísticos: los nguni, los sotho, los tsonga y los venda.

Los mas importantes eran los nguni, que representan los dos tercios de la población negra actual de Sudáfrica y comprenden a zulúes, xhosa, swazi y ndebele.

Los nguni aborrecían el pescado, pero siguieron el estrecho cinturón costero a lo largo del Océano Indico, donde encontraron agua y pastos para sus rebaños.

Los sotho se aposentaron en el Veld, las altas llanuras centrales.

La  progresión  impenitente  de los trekboers y la frontera erizada por los británicos no solo detuvieron el flujo descendente de las tribus bantúes, sino que las obligaron a replegarse unas sobre otras hacia el norte.

Trekboers en Sudáfrica.

La maldición de la falta de espacio vital se abatió sobre ellas. Una población cada vez mayor competía por unos pastizales y unas fuentes de agua cada vez mas escasas y eso exacerbó hasta lo inaudito las tensiones.

Hasta entonces, las luchas habían sido sobre todo rituales, con escaso derramamiento de sangre, pero la presión hizo que emergieran figuras militares y lideres carismáticos.

Una de estas personalidades fue Shaka, el «Napoleón Negro» que transformó la tribu zulú en un pueblo guerrero y despiadado, capaz de arrasar el subcontinente a principios del siglo XIX.

La gesta de Shaka comienza con una infancia desdichada, algo extraño en la sociedad africana.

Hacia 1787, Senzangakona, jefe del pequeño clan zulú, tuvo una tórrida aventura con una hermosa joven llamada Nandi, huérfana de un jefe del clan langeni.

La madre de Senzangakona era una langeni, lo que a los ojos de la tribu convertía la relación sexual de la pareja en un incesto, pero el ardiente jefe debió pensar que no tendría consecuencias.

Cuando los ancianos langeni acudieron at kraal de Senzangakona, unos meses mas tarde, para decirle que Nandi estaba embarazada, se originó un escándalo mayúsculo.

El kraal, un cercado en cuyo interior estaba la choza del jefe, las de sus mujeres, hijos y parientes, era el hogar tradicional de la familia africana y la noticia provocó un guirigay atronador.

Era una humillación espantosa para todo el kraal y los ancianos zulúes intentaron eludir responsabilidades, objetando que la muchacha no podía estar encinta.

Shaka.

Aquello debía ser obra de un escarabajo intestinal, que producía desarreglos en la menstruación.

Los ancianos langeni se retiraron ofendidos y al cabo de unas semanas, cuando la hinchazón del vientre de la joven era ya espectacular, mandaron llamar a Senzangakona para que recogiera a Nandi y al «escarabajo» o lo que llevara en su seno.

Nandi se aposentó como tercera mujer de Senzangakona, pero desde el primer instante planeo sobre ella la sombra de la vergüenza.

Madre e hijo vivían entre burlas, risas y desplantes mal disimulados.

Nandi era una mujer altiva, que soportaba difícilmente los desaires y recriminaba a su esposo su egoísta pasividad, lo que enturbió la relación entre ambos.

Tras varias disputas tormentosas, Senzangakona decidió deshacerse de ella y la envió de vuelta a los langeni, junto con Shaka.

El clan sintió que se abría la tierra bajo sus pies.

Nandi había traído la deshonra a su tribu fornicando con el lascivo Senzangakona y ahora los humillaba aun más, al ser devuelta por mala esposa.

Para colmo, estaban obligados a restituir las vacas que habían recibido como precio de la novia.

La vida de Nandi y sus hijos entre los langeni fue todavía mas desagradable de lo que to había sido con los zulúes.

Para colmo de desgracias, según cuenta Donald Morris en The Washing of the Spears, Shaka tenia unos genitales mas pequeños de lo normal y, como los niños correteaban desnudos por los kraals, se convirtió en el hazmerreir de la chiquillería.

Creció solitario y amargado.

El assegat de los zulúes, creado por Shaka.

Cuando Shaka tenia quince años, una gran crecida inundó la zona y anegó los pastizales.

Agobiados por la escasez de alimentos, para suprimir algunas bocas no deseadas, los langeni expulsaron del kraal a la abrasiva Nandi y a su hijo.

Ambos peregrinaron penosamente de un lado a otro, hasta atinar con la choza de una tía de Nandi, casada con un  guerrero cuyo clan formaba parte de la «confederación mtetwa».

La presencia de los británicos y la insaciable necesidad de pastos de los trekboers habían bloqueado el camino de las tribus bantúes, que desde muchos siglos antes avanzaban lentamente hacia el sur.

En 1771, la Compañía declaró que la frontera se encontraba en Gamtoos River, 75 kilómetros al este de Algoa Bay.

Tras una sucesión de guerras fronterizas, el límite se situó 150 kilómetros mas arriba, en Bushman’s River.

Muy pronto, los blancos ocuparon otros 50 kilómetros y fijaron la raya en el Gran Fish River.

Era un circulo vicioso: cuanto más relegados eran los negros, menos pastos tenían, más impulsados se veían al pillaje y más atroces eran las represalias de los boers.

En 10 años, las tribus de la frontera se vieron privadas de mas de 50.000 kilómetros cuadrados de terreno.

Estaba descartada la posibilidad de levantar el campamento y emigrar a la busca de nuevas tierras, lo que enervó la competencia entre los clanes para obtener pastos y agua.

Las escaramuzas eran continuas y Dingiswayo, el mas astuto de los jefes nguni, intentaba estabilizar la situación extendiendo la hegemonía de la tribu mtetwa sobre sus vecinos mas débiles, de manera que cada uno se quedara en su sitio y pudiera ser controlado.

Boers contra zulués.

Dingiswayo había logrado agrupar a un considerable numero de clanes y los dirigía como una «confederación».

Fue allí, bajo la sombra del jefe, donde fraguo la carrera militar de Shaka. Pasada la pubertad, el chico comenzó a desarrollar una gran fortaleza, así como una considerable agresividad, cualidades que le situaron en seguida como líder natural de los jóvenes.

Era un espécimen físico extraordinario, con una musculatura hercúlea y casi dos metros de estatura.

A los 23 años, Dingiswayo se fijó en él y le reclutó para el mejor regimiento de su ejército: el izicewe.

En el alma de Shaka todavía rezumaban las cicatrices de su desgraciada infancia, pero la disciplina y la lucha fueron para él un tiempo de alegría y plenitud.

Estaba fascinado por la estrategia militar. Pasaba horas ideando tácticas de ataque, nuevos tipos de armamento o innovando técnicas de defensa.

La lanza le parecía un arma poco eficaz e invento un punzante assegat con el mango más corto y una hoja mas ancha que llamó iklwa, por el sonido que hacia al retirarse de los intestinos de la víctima.

Alargó su escudo de cuero sin curtir, de forma que cubriera hasta las rodillas, para poder avanzar bajo la lluvia de las lanzas hacia el enemigo y combatir cuerpo a cuerpo con él.

«Ngadla», gritaba tras abatir a su víctima. Ngadla quiere decir «he comido» y desde entonces ése es uno de los gritos de guerra de los impis zulúes.

Dingiswayo no tardó en nombrarle comandante del izicewe. También le introdujo en el consejo de los mtetwa, donde se discutían cuestiones políticas.

Educaba al muchacho para el liderazgo. Pronto quedó claro, sin embargo, que Shaka no compartía las reticencias del jefe hacia la guerra.

Para Dingiswayo, la contienda era una desgraciada necesidad, imprescindible para atraer a los clanes hacia la confederación y estabilizar sus relaciones. Por tanto, siempre estaba dispuesto a hacer las paces.

Shaka era intrínsecamente rencoroso. Había visto demasiadas veces a un enemigo derrotado volver al ataque con renovados bríos.

Consideraba un derroche tener que combatir dos veces al mismo rival.

Shaka, el Napoleón Negro.

Shaka era un ferviente apóstol de la aniquilación. Así apareció por primera vez el concepto de guerra total entre los negros del cono sur  africano  y durante las dos décadas siguientes se extendió como una plaga por toda la región.

Entretanto, los zulúes habían quedado bajo el mandato de los mtetwa y al morir Senzangakona, en 1816, Dingiswayo envió a Shaka para asumir la jefatura.

Era el año de las ejecuciones de Slagtersnek, donde se rompieron las sogas podridas y los británicos ahorcaron con la misma cuerda a los cinco trekboers rebeldes.

Shaka apareció escoltado por un grupo del izicewe. Cruzó silenciosamente ante los expectantes miembros del clan que le había expulsado cuando era niño y ordenó que se ejecutara inmediatamente a todos los que habían sido hostiles con su madre.

Una vez consumada su venganza, comenzó su reinado.

Al concluir, doce años mas tarde, los zulúes ya no eran un clan insignificante de apenas 15.000 personas instaladas en un diminuto valle, sino el reino mas poderoso que el África negra ha conocido, con mas de dos millones de súbditos repartidos en cientos de miles de kilómetros cuadrados.

Shaka reorganizo el clan con la misma determinación con la que Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte o Federico el Grande modelaron en su día Grecia, Francia o Prusia hasta convertirlas en verdaderas máquinas militares.

Abandonó el kraal de su padre y mandó construir otro nuevo que llamo Bulawayo: «el lugar del que mata».

Montó un numeroso ejército bien entrenado y equipado, sometido a la más dura disciplina y al celibato.

Solo a partir de los 40 años algunos guerreros podían casarse. El propio Shaka nunca contrajo matrimonio.

Tenía a su disposición un serrallo de mas de mil doncellas capturadas durante sus hazañas bélicas, pero no tuvo un heredero.

El lo explicaba arguyendo que no deseaba un hijo que un día pudiera oponérsele. Las malas lenguas lo atribuían a su supuesta impotencia.

Todos los frenos y contrapesos del sistema de consenso, que habían imperado hasta entonces a la hora de adoptar decisiones tribuales, se desvanecieron ante la fuerza de la personalidad de Shaka y el temor que inspiraba a todos cuantos le rodeaban.

Su reinado se convirtió en una dictadura militar, algo completamente extraño a las tradiciones bantúes.

Mapa de la gran migración bantú, hacia el sur de Africa.

Cuando su reestructuración comenzó a tomar cuerpo, Shaka empezó a mirar mas allá de su pequeño clan, comenzando por los langeni, con quienes también quiso saldar las cuentas de su desdichado pasado.

Tras invadir su poblado, ordenó empalar con las estacas de sus propios kraals a todos los que le habían maltratado de pequeño y obligo a los supervivientes a incorporarse al clan zulú.

Fue el principio de la expansión. Mientras vivió Dingiswayo, el belicoso Shaka  siguió  reconociendo  su  autoridad y limitó su voracidad a  los  modestos  clanes  cercanos.

A la muerte del anciano jefe, en  1818, desapareció  todo motivo para refrenarse  y absorbió  rápidamente toda la confederación mtetwa.

Shaka había  construido una gran  nación, pero era una nación hecha para la guerra.

Cada conquista provocaba un crecimiento del ejército, con la incorporación de los guerreros más dotados de la  tropa  derrotada.

Para  sostener a las  huestes  había  que  capturar nuevos  botines y eso obligaba a mantener a los combatientes permanentemente ocupados, dedicados a matar  y  saquear.

Los impis zulúes se propagaron como un incendio por las llanuras que bajan desde las montañas de Drakensberg, en el noroeste, hasta el Océano Indico, en el sudeste, suscitando la huida amedrentada de los habitantes de estos territorios.

Fantasmales comitivas de miles de personas hambrientas y enloquecidas escapaban en todas direcciones, arrasando a su paso a otras comunidades.

La onda expansiva llegó hasta el Lago Tanganika, salpicó Mozambique, afecto a Zimbabue y creó nuevos reinos guerreros, como el de los ndebele, que se convirtieron en el poder militar dominante en el norteño Transvaal.

Nandi, la madre de Shaka, falleció en 1827 y su funeral desató una de las manifestaciones de histeria masiva más asombrosas de la Historia.

Grupo de zulúes ataca a un blanco que queda aislado, en el combate.

Como si necesitaran convencer a su tiránico jefe de la hondura de su pena, las multitudes empezaron a masacrarse, en una reacción en cadena que hizo palidecer por su bestialidad muchas de las guerras anteriores.

Un año después, en 1828, Shaka fue asesinado por sus lugartenientes. Lo atravesaron con dos de las temibles assegais que él mismo había diseñado.

Le sucedió en el trono su hermanastro Dingane.

En el breve espacio de doce años, los que transcurrieron desde que Dingiswayo lo designó para hacerse cargo del modesto clan zulú, hasta el golpe militar que acabo con su vida, perecieron violentamente en la zona mas de dos millones de personas.

Cuando los boers iniciaron en 1835 su Grand Trek, para escapar del dominio inglés, encontraron las llanuras centrales virtualmente despobladas.

No tardarían mucho, sin embargo, en experimentar en propia carne la furia guerrera de los impis.

ALFONSO ROJO

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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