Paree que se cierra una década marcada por una agobiante censura, en la que la cultura de la cancelación, los linchamientos culturales, el borrado de tuits o discursos, y las humillaciones y difamaciones contra quienes no comulgan con la izquierda o el progresismo han sido el pan de cada día en los medios de comunicación.
Este clima de intolerancia ha silenciado voces, polarizado debates y generado un ambiente donde la libertad de expresión se ha visto constantemente amenazada por la presión social y la vigilancia ideológica.
Desde su regreso al poder, Donald Trump ha emprendido una cruzada que marca un antes y un después en la política estadounidense y global: el desmantelamiento de la ideología conocida como woke.
Este término, originalmente asociado con la lucha contra las injusticias sociales, ha sido transformado por sectores conservadores en un símbolo de lo que consideran un exceso de corrección política.
Con medidas drásticas y el respaldo de grandes empresas, la administración Trump busca redefinir los límites del debate cultural y político.
¿Qué significa realmente ‘woke’?
El término woke, que en inglés significa «despierto», surgió en las décadas de 1940 y 1960 en el contexto de los movimientos antirracistas liderados por la comunidad afroamericana.
Era una llamada a mantenerse alerta frente a las injusticias sociales.
Sin embargo, su significado ha evolucionado, ampliándose para incluir temas como igualdad de género, derechos LGTBI+, justicia climática y diversidad cultural.
Durante años, el concepto fue adoptado por universidades, gobiernos y multinacionales como parte de sus políticas inclusivas.
Sin embargo, estas iniciativas comenzaron a recibir críticas por ser percibidas como liberticidas o autoritarias. Este cambio de percepción ha sido clave para que líderes como Trump capitalicen el descontento y promuevan una agenda opuesta.
Para muchos, woke se ha convertido en sinónimo de imposición ideológica, censura y cancelación: una amenaza a libertades como la de prensa o Expresión.
La ofensiva de Trump contra lo ‘woke’
Desde su reelección, Trump ha convertido la lucha contra lo woke en un eje central de su gobierno. Entre las medidas más destacadas se encuentran:
- Reconocimiento exclusivo de dos géneros: Una orden ejecutiva establece que el gobierno federal solo reconocerá los géneros masculino y femenino, eliminando políticas previas relacionadas con identidad de género.
- Eliminación de programas de diversidad e inclusión: La administración ha cancelado iniciativas gubernamentales destinadas a promover la equidad racial y de género.
- Restricciones educativas: Universidades públicas que incluyan estudios sobre discriminación racial o identidad de género podrían perder financiación federal.
- Deportes femeninos exclusivos: Restricciones para que mujeres trans participen en competencias deportivas femeninas.
Estas decisiones han sido celebradas por sectores conservadores que consideran que lo woke amenaza los valores tradicionales estadounidenses. Según Trump, estas políticas «han intentado reemplazar la democracia americana» y fomentar divisiones sociales.
Las multinacionales cambian de rumbo
El impacto del discurso anti-woke no se limita al ámbito político. Grandes empresas como Ford, Harley-Davidson o Jack Daniel’s han comenzado a abandonar agendas progresistas para enfocarse en sus negocios principales. La presión pública y los cambios culturales impulsados por líderes como Trump han llevado a muchas compañías a replantearse sus estrategias inclusivas.
Incluso gigantes tecnológicos como Meta (Facebook e Instagram) han relajado sus políticas de moderación, permitiendo expresiones consideradas ofensivas bajo el argumento de proteger la libertad de expresión. Este giro ha generado críticas tanto dentro como fuera del ámbito corporativo. Por un lado, se celebra una mayor apertura al debate; por otro, se teme un aumento del discurso de odio.
¿Un nuevo paradigma global?
El cambio responde a varios factores. Por un lado, el agotamiento social frente a lo que algunos perciben como una «censura progresista».
Por otro, empresas enfrentan presiones económicas para evitar divisiones entre sus clientes. Además, el creciente movimiento conservador liderado por figuras como Trump o Javier Milei en Argentina ha fortalecido esta tendencia global.
En términos culturales, esta reacción también puede interpretarse como un péndulo político: tras años de avances progresistas, sectores tradicionales buscan recuperar terreno perdido.
Sin embargo, no todos ven con buenos ojos este cambio. Organizaciones LGTBI+ y defensores de los derechos civiles advierten sobre las consecuencias negativas:
- Aumento del discurso de odio: Relajar las políticas inclusivas podría normalizar ataques verbales hacia minorías.
- Retroceso en derechos conquistados: Temen que se desmantelen avances logrados durante décadas en materia de igualdad.
- Impacto económico: Políticas exclusivas podrían limitar mercados internacionales donde lo woke sigue siendo predominante.
Por su parte, Europa observa estos cambios con cautela. Aunque algunos países podrían seguir el ejemplo estadounidense, otros apuestan por reforzar regulaciones inclusivas.
El fin de la era woke no está garantizado.
A pesar del fuerte impulso conservador en Estados Unidos y otros países, movimientos progresistas aún cuentan con amplio respaldo social e institucional.
El debate sobre diversidad e inclusión sigue siendo una batalla cultural que definirá las próximas décadas.
Lo cierto es que Donald Trump ha logrado colocar esta discusión en el centro del escenario político mundial.