Miquel Iceta no engaña a nadie y, en realidad, es el perfecto ariete que usa Pedro Sánchez para que lance por su boca lo que el presidente del Gobierno no se atreve a decir. Este 29 de marzo de 2019 los editoriales y tribunas de papel dejan retratado a base de bien al líder del PSC.
Ignacio Camacho retrata en ABC la figura de Iceta y asegura que por mucho que quiera ahora matizar sus palabras, el líder el PSC siempre ha ido por la misma senda, la de pasar la mano por la espalda a los golpistas:
Iceta no es en este PSOE un dirigente cualquiera. Fue pieza determinante en la victoria del ahora presidente en las primarias internas y es el hombre que lo asesora sobre política en Cataluña, el que urde y negocia su estrategia, el que le susurra al oído acerca de tal delicada materia. A pesar de su talante más bien trivial gasta fama de buena cabeza porque en el páramo político de su tierra sobresale cualquiera que tenga cierto oficio y experiencia. Es un táctico hábil cuya habilidad maniobrera requiere que gente más sensata embride sus ideas para que no acaben pasando de presuntas soluciones a reales problemas. Y posee una acusada locuacidad -«casca mucho», como dice Arrimadas- que le ha ganado una reputación indiscreta: suele formular en alto y con aire presuntuoso cualquier ocurrencia propia o ajena. Él fue el que destapó el invento del relator, el que propuso indultar a los líderes de la revuelta y el que ha aconsejado a los separatistas que pospongan la secesión una década y vayan mientras reuniendo la mayoría para obtenerla. En Berria, una publicación del mundo posetarra por más señas: el sitio justo y adecuado para ponerle fecha a un proceso de independencia.
Carlos Herrera recuerda los mismos episodios que su colega Camacho referidos a Iceta:
No debemos olvidar que Iceta fue quien habló de indultos por primera vez, dando a entender que la Justicia podría decir lo que considerara oportuno pero, en el caso de emitir serias condenas, el poder político debería enmendarle la plana y liberar el escenario carcelario a la búsqueda de otro de consensos que tal y tal. Solo se le dijo, y seguramente estaba pactado, que no era momento de hablar de ello, cuando cualquier malpensado podía pensar que era un simple reparto de papeles. Con la famosa figura del ‘relator’ ocurrió algo parecido: Iceta volvió a ser el primero que señaló la posibilidad de un intermediario, tal y como había exigido Torra, para la famosa mesa de partidos en la que decidir el futuro de Cataluña.
Hughes tiene claro que Iceta no está arrepentido de nada:
Las palabras de Iceta son un escándalo, pero en su escandalosa naturaleza resultan útiles porque han puesto subtítulos a lo que está pasando, una voz en off a la simple inercia de los acontecimientos. Iceta ha cantado ‘la traviata’. Tan escandaloso como el reconocimiento de la autodeterminación es el plazo que da a la voluntad española. Los nacionalistas deben guardarse el referéndum diez o quince años, «hasta que haya un cambio de mentalidad en la opinión pública española». De que cambiará no hay ninguna duda. Quince era el plazo de una generación para Ortega, y quince son los años (o incluso menos, simplemente diez) para que el español, sometido a maceración por unos medios y unos partidos corruptos hasta la médula, vaya aceptando lo que se le plantea como inevitable. ¿Por qué el señor Iceta no pide quince años para que el proceso sea el inverso? Porque Barcelona manda más en los medios de Madrid que Madrid en la TV3.
Para el editorial de El Mundo no hay sorpresa en la última declaración de Iceta:
Una vez más, Miquel Iceta ha vuelto a decir en público lo que muchos en el PSOE solo dicen en privado. Y todo indica que no se trata de otra torpeza del primer secretario de los socialistas catalanes sino de una coordinada acción electoral. Porque el mismo día que Pedro Sánchez presentaba sus 110 propuestas, ocultando su verdadero plan para Cataluña, Iceta lo explicitaba en una entrevista publicada en el diario vasco Berria, donde afirmaba que «la democracia deberá encontrar un mecanismo para encauzar» el secesionismo si el porcentaje de catalanes a favor ascendía al 65%. Es decir, estableció de facto un marco mental para la autodeterminación a medio plazo, haciendo suya la consigna que durante la Transición se convirtió en mantra entre el pujolismo: «Avui paciencia, demá independencia»
Plácido Fernández-Viagas comenta el despropósito que esconde la propuesta de Iceta:
Sería absurdo sostener que el deseo de secesión de un 65% de la población de Cataluña no constituyese un problema. Claro que lo supondría, implicaría el rechazo del mundo de valores que encarna nuestra Constitución. Sería suicida no tenerlo en cuenta políticamente, pero lo que no se podría hacer en ningún caso es prescindir del derecho de decidir que tenemos el resto de los españoles, tan catalanes como los residentes en Gerona o en Manresa.
Juan Velarde es redactor de Periodista Digital @juanvelarde72
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