En un gesto que ha estremecido a la política española, el etarra Arnaldo Otegi y el golpista Carles Puigdemont han protagonizado un encuentro en Waterloo que va mucho más allá de una simple reunión entre líderes separatistas. Este abrazo, cargado de simbolismo, no solo representa la unión de dos fuerzas independentistas, sino que también escenifica el control que ambos ejercen sobre un Pedro Sánchez cada vez más acorralado por sus socios de investidura.
El pacto de Waterloo: una conspiración a plena luz del día
El 25 de marzo de 2025, en la residencia belga del prófugo Puigdemont, se ha escrito un nuevo capítulo en la historia del chantaje político a España. Otegi y Puigdemont, lejos de esconderse, han hecho gala de su encuentro en redes sociales, presentándolo como una oportunidad para «compartir impresiones de la situación política y poner en común los retos» a los que se enfrentan Cataluña y el País Vasco.
Sin embargo, tras esta aparente cordialidad, se esconde una realidad mucho más oscura. La reunión se produce en un momento de máxima debilidad del Gobierno socialista, que no tiene los apoyos necesarios para aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Este hecho no ha pasado desapercibido para los líderes separatistas, que ven en la fragilidad de Sánchez una oportunidad para aumentar la presión y obtener nuevas concesiones.
La extorsión como estrategia política
El timing de este encuentro no es casual. En las últimas semanas, hemos sido testigos de una serie de cesiones del Gobierno de Sánchez al independentismo que han dejado a muchos españoles boquiabiertos:
- La condonación de la deuda a Cataluña de 17.000 millones de euros.
- La entrega de las competencias en materia migratoria a la Generalitat.
- Un acuerdo sobre el reparto de menores extranjeros no acompañados que beneficia claramente a Cataluña en detrimento de otras comunidades autónomas.
Estas concesiones, lejos de satisfacer las demandas separatistas, parecen haber envalentonado aún más a Otegi y Puigdemont. Su reunión en Waterloo no es más que una demostración de fuerza, un mensaje claro al Gobierno de que el precio de su apoyo seguirá subiendo.
La lengua del separatismo: ¿español, euskera o catalán?
En medio de esta tormenta política, no han faltado las voces críticas que cuestionan hasta los detalles más nimios del encuentro. La secretaria general del Partido Popular, Cuca Gamarra, ha lanzado una pregunta que ha resonado en las redes sociales: «Sin pinganillos ni traductores. ¿En qué idioma creéis que pactan cómo seguir extorsionando a Sánchez?».
Esta cuestión, aparentemente anecdótica, pone el foco en la hipocresía de unos líderes que defienden la singularidad lingüística de sus territorios, pero que no dudan en utilizar el español cuando se trata de conspirar contra el Estado.
Un Gobierno en rebeldía constitucional
La situación del Gobierno de Sánchez es cada vez más precaria. En un giro que roza lo surrealista, Moncloa ha anunciado que no presentará los Presupuestos Generales del Estado si no cuenta con el apoyo previo de sus socios. Esta decisión, que algunos han calificado de «rebeldía constitucional», contrasta fuertemente con las declaraciones del propio Sánchez cuando estaba en la oposición y exigía elecciones si el Ejecutivo no presentaba nuevas cuentas públicas.
La ironía de la situación no se le escapa a nadie. El mismo Sánchez que criticaba duramente la falta de presupuestos ahora se encuentra atrapado en su propia retórica, incapaz de sacar adelante unas cuentas que llevan prorrogadas desde 2023.
Europa: el nuevo campo de batalla
Pero el alcance de esta conspiración va más allá de las fronteras españolas. Otegi y Puigdemont han aprovechado su encuentro para debatir sobre «el papel que deben jugar las instituciones europeas frente al nuevo contexto geopolítico» y la «autonomía estratégica que debe asumir la Unión Europea».
Este interés por la política europea no es casual. Ambos líderes saben que la internacionalización de sus demandas es clave para presionar al Gobierno español. Mientras tanto, Pedro Sánchez se prepara para comparecer en el Pleno del Congreso para informar sobre «el nuevo escenario geopolítico de la UE», en medio de una controversia sobre el rearme de Europa y el gasto en Defensa que divide a su propia coalición.
Un futuro incierto para España
El abrazo de Waterloo entre Otegi y Puigdemont es mucho más que una imagen. Es el símbolo de una nueva etapa en la política española, donde el chantaje y la extorsión se han convertido en moneda de cambio. Mientras el Gobierno de Sánchez se debate entre la supervivencia y la rendición, los líderes separatistas avanzan sin disimulo en su agenda de ruptura con el Estado.
La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar Pedro Sánchez para mantenerse en el poder? Y lo que es más importante, ¿cuál será el precio que tendrá que pagar España por esta política de cesiones continuas?
El abrazo entre el etarra y el golpista en Waterloo no solo ha estremecido a la política española, sino que ha dejado al descubierto las costuras de un sistema que parece estar al borde del colapso. Solo el tiempo dirá si este encuentro marca el principio del fin de la España que conocemos o si, por el contrario, servirá como catalizador para una reacción que ponga freno a las ambiciones separatistas.
Curiosidades sobre el caso:
- La residencia de Puigdemont en Waterloo, conocida como «Casa de la República», se ha convertido en un símbolo del independentismo catalán en el exilio.
- Arnaldo Otegi, condenado por pertenencia a banda armada, pasó de ser portavoz de ETA a líder político de la izquierda abertzale.
- La condonación de la deuda catalana de 17.000 millones de euros equivale aproximadamente al presupuesto anual de algunas comunidades autónomas españolas.
- El uso del término «prófugo» para referirse a Puigdemont es objeto de debate, ya que algunos medios prefieren utilizar «exiliado» o «eurodiputado».
- La reunión entre Otegi y Puigdemont coincidió con el aniversario de la declaración unilateral de independencia de Cataluña en 2017, un hecho que no pasó desapercibido para los analistas políticos.