En efecto, parece que hablar de pucherazo es cosa de iluminados, en el peor sentido del término. Parece que es más políticamente incorrecto que hacerlo de otras cuestiones, aunque sean menos precisas y evidentes. No entiendo por qué. Estos días se habla de las nuevas elecciones como si se tratara del estreno del último musical de moda. La frivolidad campa a sus anchas en los medios de la oficialidad, de izquierdas y derechas. Se entra al trapo de Sánchez y de sus ocurrencias. Basta cualquier salida de pata de banco, a propósito, para que, cual tinta de calamar, esconda la esencial, lo realmente real y peligroso. Porque Sánchez es un peligro para la nación y si nos dejáramos de tanto chascarrillo inútil y habláramos a diario de lo que realmente importa y de todo el trasfondo del personaje, igual creábamos masa crítica. Estos días ya han empezado las cábalas sobre las posibles combinaciones postelectorales, que si baja este y sube el otro, de las estrategias de Sánchez y de su perfil de tahúr tramposo. El yerno de Sabiniano, el de las saunas gays, siempre juega con cartas marcadas y, cuando pierde, huye despavorido para no pagar sus deudas. Luego aparece con otra cara, de las mil que tiene, igual de duras, y asunto resuelto. Así son las cosas. Lo demás es pura superficialidad, humo, espuma, suflé político.
Sobre el tema de las próximas elecciones generales no se puede hablar en serio, como si se tratara de unos comicios serios y un candidato serio, como hasta ahora estábamos acostumbrados. Nadie en el PSOE de nuevo cuño, el llamado sanchismo, se puede considerar serio y de fiar. Si fuera así, habríamos visto dimisiones hace tiempo. ¿Pero quién va a dimitir si entre todos forman una secta y están unidos por el colágeno de la manipulación y la mentira? Una secta de las consideradas destructivas, a cuyos miembros, en caso de abandonarla o de ser rescatados, habría que desprogramar. La tónica de amoralidad que reina en los allegados a Sánchez sobrepasa todos los límites imaginables. La mentira es su estandarte. Siempre ha habido caraduras en todos los partidos y gobiernos, pero el número de sambenitos en el círculo “cum fraude” atenta contra las propias matemáticas. Todos, sin excepción, son dignos de pertenecer al grupo escogido.
No podemos considerar que estas sean unas elecciones serias, porque ya conocemos los resultados. Subidón, subidón. “Don fake” no se arriesgaría si no tiene las garantías del triunfo. Quiere gobernar a su antojo durante veinte años o más y convertir la gran España en un país de chipi chapa, con una historia diferente para ofrecer a los analfabetos del futuro que nacerán ya con el código de la leyenda negra en sus genes. Cosas de la epigenética. Tezanos se está encargando de manipular los sondeos, como ya hizo en las del 28-A. Y, como entonces, la prensa amiga y enemiga le hace la ola. Pero han aprendido de los errores del pucherazo anterior, han visto que el algoritmo se pasó de listo, y lo están organizando más a conciencia. ¿Por qué no se hace alusión a esto, aunque solo sea como posibilidad, como mera especulación? ¿Por qué esta especie de omertá a la que se suman izquierda, derecha, centro, norte, sur, este y oeste? Rige, de facto, una ley del silencio, a todas luces inexplicable. Ni un comentario sobre todo lo publicado sobre el pucherazo de las pasadas generales. Solo en medios alternativos, que no se financian con dinero público y, por tanto, pueden permitirse el lujo de ser libres, se ha podido ver el despliegue de la investigación realizada por equipos disciplinares, desde expertos en fraudes electorales a matemáticos. Nadie lo ha rebatido. ¿Pero nadie lo ha leído? ¿Por qué no se comentó nada al respecto? ¿Por qué de lo que no se habla no existe? No encuentro respuestas.
En los medios no progres, de Sánchez se ha dicho de todo –y con razón—, se le ha llamado de todo –con razón también—, desde mentiroso, frívolo, engolado, vividor, irresponsable, plagiario, deshonesto, prevaricador, falsificador de documentos, despilfarrador de dinero público en su propio provecho, entregado a los designios de Soros, en definitiva, capaz de cualquier cosa. ¿De cualquier cosa menos de organizar un fraude electoral? ¿Por qué no habrían de ser estas unas elecciones tan fraudulentas como su tesis, tan falsas como su libro o como aquella histórica votación del Comité Federal? Parece que hemos olvidado que a Sánchez se le ha pillado metiendo papeletas en una urna, a él y a los suyos, llamados pedristas por aquel entonces. ¿Recuerdan? Los compañeros del PSOE hablaron de fraude y pucherazo a las claras, y ese fue el inicio de su caída. Pues, si como dice el refrán, “quien hace un cesto hace cien”, a Sánchez se le puede condecorar como “cestero” mayor del reino. Ahora no tiene que introducir papeletas tras la mampara; el algoritmo lo hace por él, más las personas clave colocadas estratégicamente, como el gran Tétanos—perdón, Tezanos, lo digo por lo del veneno— y Serrano el director de Correos, muy bien puestito, porque, en las pasadas elecciones generales, lo del voto por correo fue un verdadero “caxondeo”, que decía el alcalde jerezano, Pacheco, con bastante salero. Aunque más que cachondeo habría que decir desgracia o drama.
Todo esto no quiere decir que la suerte esté echada irremediablemente y que estemos condenados a sufrir a Sánchez y a sus achichincles de por vida, o que sea lo mismo votar que abstenerse. Ni mucho menos. Las plataformas de vigilancia también han aprendido de errores pasados y van a contar con muchos más ojos que las anteriores.
Creo que hablamos y escribimos demasiado, pero no vamos a la raíz de las cosas. Hay que hilar palabras, hay que llenar espacios, hay que tener audiencia para cotizar anuncios y, sobre todo, hay que servir al amo. Yo, de eso, solo tengo el apellido. Por eso puedo decir lo que digo, de acuerdo a mi conciencia, sin miedo a que me tachen de esto o de lo otro. La ley del silencio no es para mí –al menos voluntariamente—, y los réditos me importan un bledo.