OPINIÓN

Israel de la Rosa: «El deseo paralelo»

Israel de la Rosa: "El deseo paralelo"

En la vida, el deseo es un motor infalible que nos mueve, que nos impulsa con fuerza desmedida, que nos arrastra deliberadamente, que sin cesar nos alienta a conseguir un propósito. Es la suculenta zanahoria —si suculenta pudiera considerarse una triste zanahoria— que estimula nuestra apasionada carrera en pos del objetivo, noble o no, trazado con tinta indeleble en el horizonte. Definido este poderoso acicate de manera prosaica, sin aspavientos poéticos, el deseo vendría a ser la gasolina de cada día, la renovada palmadita en el hombro, el café de la mañana.

No obstante, este universo contemporáneo y ruidoso en que habitamos, el contexto furioso, cambiante y enigmático, saturado de tantos destellos abigarrados, de senderos tortuosos que conducen por lo general al abismo, al desencanto; el mundo que hasta ayer a duras penas comprendíamos, o creíamos comprender, hoy, para complicar un poquito más las cosas, se divide en dos: el mundo físico y el mundo virtual. La realidad que hasta ayer a duras penas entendíamos, o que nuestra vanidad creía entender, se ha dividido en dos: la realidad tangible y la imaginaria. Y el deseo, motor infatigable, espuela vigorosa sin la cual la naturaleza del ser humano se desvanece, también ha acabado, inevitablemente, dividiéndose en dos, fraccionando y perdiendo así su fuerza, su empuje.

Es incluso probable —teoría aterradora— que una mayor parte de este deseo, la más esencial, se haya mudado definitivamente al mundo virtual, a ese terreno escabroso, infantil y paralelo. Ya no sabemos con seguridad qué nos satisface más, qué nos emociona más, si la carcajada franca e impetuosa de un amigo sentado frente a nosotros o el «jajaja» impersonal de una conversación a distancia. Si un cálido abrazo en un portal o el dibujo de un corazoncito en una pantalla. Si el consejo sincero de un hermano o la frase trasnochada, filosófica y ridícula, publicada con preciosa tipografía en las redes. Ya no sabemos con seguridad si anhelamos verdaderamente el contacto humano, o si, por el contrario, ese universo artificial, falaz, suplantador, nos basta y nos sobra para sentirnos satisfechos. Si ese deseo paralelo, empleado y extraviado en estúpidas ramificaciones, en un laberinto evanescente de simuladas alegrías, de existencias espurias, nos basta y nos sobra para lograr una realización personal. Apenas quedan certezas. Es muy difícil aislar las convicciones entre las dudas, pues la vorágine cotidiana, sazonada por el estallido gradual y frenético de la tecnología, ensordece abrumadoramente nuestro sentido común. Ya no somos capaces de afirmar con seguridad qué nos conmueve más, si despedir a un ser querido una mañana de primavera, bajo una fina y lagrimeante lluvia, o contemplar el vídeo de dos gatitos jugando con una pelota.

Para alcanzar la cumbre del amor, de un amor vertiginoso que provoque los más atronadores latidos, para descender a una sima de burbujeantes impresiones, inefable paraíso, para recuperar aquel espíritu naciente, abrasador, a lomos del cual galopábamos ayer con aplomo hacia la más deslumbrante y arrebatadora felicidad… Para todo eso, no olvide usted suscribirse y darle like.

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