(I) El parecido.
Tiene cara y pelo de César. Se empezó a peinar hacia delante cuando empezaron las primeras calvas. El parecido entre Cesar y Sánchez comienza a ser preocupante, aunque no haya sustituído el traje por el pecho de coraza. Sólo le falta la hoja de laurel. Se diría que el poder se le ha subido a la cabeza.
Podra comprobar en estas líneas si tiene paciencia, muy estimado lector, aún en veces o en capítulos, las asombrosas coincidencias que hacen pensar que Sanchez tiene la biografía de César o las Vidas paralelas de Plutarco en la mesita de noche.
Aunque la diferencia de genio político pudiera conducir a risa, la democracia debe estar siempre alerta y conviene no menospreciar a ningún tirano, porque hasta los autócratas de medio pelo tratan de prorrogar su consulado hasta lograr la impunidad o coronarse Rey, como Tarquino el Soberbio.
Arrogante en busca de gloria y de la Historia, Sánchez quiere ser al mismo tiempo Sánchez y César, que también llevaba hasta el extremo el cuidado de sí mismo.
Sanchez, como César, se hizo con la Hispania Citerior gracias al traidor Puigdemont y con la Ulterior, doblegando a Page como a Terencio Varrón, que era hombre de Pompeyo.
La diferencia es que César, en 10 años, conquistó la Galia, 800 ciudades y 300 naciones para volver a Roma en loor de multitud, mientras Sanchez conserva de milagro dos comunidades autónomas y no pudo estar ni diez minutos en Paiporta de donde salió escorrido, porque si no, lo linchan. César venció en Farsalia. Sanchez es una farsa todo él.
Está transido. No hay más que verle. Tres dias despues de ir a China a «cortarse el cuello» y mandar un centurión a Washington para conservar el sillón, mientras el mundo llora la muerte del papa Francisco, Sanchez hace una comparecencia obligada adornada con frases pintadas por sus asesores y se pliega como un esbirro del Imperio repitiendo, como si se lo hubieran dictado, que vamos a cumplir la exigencia del 2 % en defensa sin presupuesto, sin Congreso y sin nada, para equilibrar los de Trump.
(II) «Las alianzas familiares»
Sanchez, como César, forjó su ascenso en alianzas familiares, la primera con Begoña Gomez, apoyado por su suegro. César lo hizo con Cornelia, la primera de una lista interminable de mujeres, Pompeya, Calpurnia.., que no terminarían de despejar los rumores de su presumible homosexualidad y fue apoyado también por su suegro Cinna, lugarteniente de su tío Mario.
Pero ni Sila, que vió venir a César como a cinco Marios; ni Cicerón, indulgente con él en sus Catilinarias; ni Catón, que intentó emplear todos los mecanismos constitucionales dentro de los límites de la legalidad, lograron detener las ambiciones de César. Prestigioso senador, Catón intentó procesar y condenar a César, enviarle al exilio, al ostracismo y acabar con su tiranía que aplastaba la Constitución. Aquí, secuestradas las instituciones, tan sólo el Tribunal Supremo y unos pocos jueces buenos y valientes están persiguiendo y resistiendo los abusos del autócrata.
Se le veía venir de lejos igual que al trepa de Pedro Sanchez, cuya llegada al poder puso en evidencia la fragilidad de unas Instituciones que en manos de la partitocracia que se las reparte, fueron tomadas sin ofrecer resistencia a quien entró «como Pedro por su casa».
Pero las coincidencias de los dictadores no terminan aquí.
(III) Amistades peligrosas
César había repudiado a Cornelia cambiándola por Pompeya y nombrando cónsul a otro suegro, Pisón, para que le guardara las espaldas. Pero su nueva mujer coló en palacio a su admirador Clodio, disfrazado de mujer, igual que Begoña Gómez introdujo en Moncloa amistades peligrosas vestidas de funcionarias, provocando un enorme escándalo. César proclamó su inocencia, antes de repudiarla, eso sí, porque «la mujer del César no sólo debe ser honesta sino parecerlo», frase que a Sanchez y Begoña, hoy desaparecida y cinco veces imputada, no parece decirles nada.
¿Por qué César tuvo tanto empeño en que absolvieran al hombre a quien su mujer había colado disfrazado de mujer en palacio? es una buena cuestión. En realidad Clodio le sirvió como excusa para deshacerse de una esposa y César, la reemplazaría así por otra con más útil parentela. Pensó que colocando a Clodio como tribuno de la plebe y nombrando cónsules a su suegro Pisón y su amigo Gavino, tenía las espaldas protegidas.
Viene a ser lo mismo que Sanchez con sus lugartenientes. Pensó como piensan los dictadores en deudores muy obligados, como Bolaños y Marisú, que le deban mucho y obligados a callar, con sus eres andaluces y su perversidad, para poner al frente de la Recaudación y la Justicia.
(IV) Escritos
Cicerón escribió un prodigio de oratoria «El Catón» y César «el Anticatón», para contrarrestar las alabanzas a su enemigo, mientras Sanchez encargó que le escribiesen primero la tesis y luego un libelo Manual de Resistencia para atarse a un poder que ha comprado y va pagando periódicamente los plazos, mientras regala a su pretenciosa mujer una cátedra como si fuera un collar de perlas.
Sanchez como César, a través del triunvirato con Bolaños y Marisú, favoreciendo sus intereses como César con Pompeyo y Craso, limitaron el poder del Senado como ha hecho Sánchez con todas las instituciones.
Asombran los paralelismos. Sánchez defiende a Puigdemont como César defendió a Catilina. César quería levantar templos, Sanchez quiere demolerlos. César quería despojar el código de leyes inútiles, Sanchez quiere esconder sus desmanes con quincalla legislativa para que no la pueda auditar ni el Tribunal de Cuentas.
Si Pompeyo y Craso representaban a los conservadores, César era populista, lo que cultivó con fondos y creando lazos familiares, igual que Sanchez, que añadió a su hermano.
Cesar sabía que el Senado trataría de impedir sus planes, igual que Sanchez que está gobernando sin Cortes ni presupuestos, comprando como aquel votos, medios y apoyos con fondos, subvenciones, fútbol y gladiadores, permitiendo a su socios de la izquierda la reformas populistas como César las leyes agrarias o de veteranos, que en realidad eran de los Gracos.
Y a sabiendas de que si entraba en la capital sería juzgado y exiliado, Cesar intentó presentarse al consulado «in absentia», como Sanchez con Madrid y con Ayuso, a lo que los optimates se negaron mientras Paiporta le ha retirado el pasaporte para circular por su propio país, donde no puede ni bajarse del coche y al que gobierna desde fuera o encerrado en un campamento instalado en Moncloa.
(V) Su Rubicón
Pero, corrompido por la costumbre del mando, el Rubicón de Sanchez llegó con la imputación de la mujer del presidente que captaba fondos públicos y privados, aparte de dar clases magistrales desde una cátedra sin estudios. Ahí llegó el retiro de cinco días. Ése fue su Rubicón. Como César, Dimisión o guerra civil. Y eligió la guerra civil y pronunció la inmortal frase alea iacta est («la suerte está echada»). Inició así una guerra contra la Nación, que la estulticia de Zapatero y Sanchez se han empeñado en alentar lo que han podido.
No había alternativa. César y Sanchez eligieron la guerra contra la Nación por no poder cumplir sus muchas promesas, gastos superiores a sus medios y sobre todo, por no tener que dar cuenta de todas sus ilegalidades y violencias.
Sanchez, acorralado por los jueces, como César por el Senado, y en contra de los intereses generales, eligió ir contra Madrid y marchar contra la Nación remedando el grito que dieron los hombres de César al desoir al Senado romano y cruzar el Rubicón, que da título a la novela de Baroja: ¡César o nada!
El poder se le había subido a la cabeza con «su pretendida y amanerada internacionalidad» repitiendo frases de 800 asesores y viajando siempre en dirección contraria. Hamás, Marruecos, Milei, Argelia, Trump, China, Bruselas y recientemente China en medio de la batalla arancelaria.
Mientras César conquistaba a los partos, «Vini, vidi, vinci», con Sanchez los partos no tienen fin. Sólo que no nos lo cuentan. Pero como no tiene más arma que el engaño ya le han calao hasta en Bruselas.
Catón era consciente de que había que pararle e hizo todo lo que jurídicamente pudo por hacerlo, como están haciendo las acusaciones particulares de Vox, Manos limpias, Movimiento por la Regeneración política de España, Hazte oír o Justicia Europa, porque los demás partidos «no es su estilo».
No había caso, decía Bolaños y resulta que la mujer del César, aparte de no parecerlo, y de que lleva un baldón ético que no se quita ni con lejía, tiene cinco graves imputaciones penales. El retiro de cinco días por lo de su mujer fue como la reunión secreta del triunvirato en Lucca, tres mafias rivales en contra de la República y Cesar marchó contra Roma alegando defenderla.
El triunvirato de ahora César, Félix, Marisú va a morir matando aunque Bolaños que sabe la norma, se bajará en la última parada, con una larga cambiada del traidor que lleva dentro.
Tras su victoria en la guerra civil el triunfante César que desfiló por Roma, Sanchez no puede ni pasear por España, fue nombrado «dictador perpetuo» en 44 a.C., un título que le confería poderes casi absolutos y le permitía ejercer el poder de forma vitalicia diciendo: «Respeto la virtud, pero si reinar conviene, sólo importa el interés y es lícito dañar la virtud».
Este cargo era un título de corta duración para situaciones excepcionales, aunque en el caso de César, duró 10 años. Sanchez lleva ya 8. Pero el Senado, atemorizado por las hazañas despiadadas de Julio César, lo nombró «dictador vitalicio». A medida que César acumulaba cada vez más poder, su posición iba socavando por completo el principio fundacional de la República Romana: que el poder debe ser compartido.
Cuando le llegó a Sanchez la primera imputación de su mujer, antes de las otras cuatro, arengó a sus conmilitones a las barricadas. Además de su general había sido su compañero y va para ocho años que les está haciendo disfrutar de un poder que ni soñaron.
Y cuando les hubo explicado cómo andaban las cosas y les preguntó si estaban dispuestos a enfrentarse a su patria en una guerra que de perderla le calificaría de traidores los sanchistas respondieron que sí unánimemente. Como para aquellos seis mil hombres, aunque los de ahora cada uno con su cargo desde su pueblo, su única patria es Sanchez, su general, y por eso le siguieron ciegamente cuando éste tomó la difícil decisión de desafiar al Supremo y demás instituciones y cruzar el Rubicón.
(V) La Conjura de Paiporta
Ante el temor de que al volver de las Galias o de China el emperador se hiciese proclamar incluso Rey, como el viejo Tarquino el Soberbio, o que vaciase las arcas de Roma para irse, te digo a Egipto como podía decirte a la República Dominicana, llegó la conjura.
El augur aquel que salió con un palo a su paso por Paiporta vino a explicarle que era el primero de otros muchos, pero él no quiso hacer caso.
Los Conjurados detuvieron a Marco Antonio, su mano derecha, para que no entrara en el Senado, y mientras César exponía sus motivos para iniciar una conquista del territorio de los partos sin lograr persuadir a su audiencia, el senador Servilio Casca se aproximó a él tirandole de la toga: era la señal convenida.
Advertido por una nota que no pudo leer, porque la masa le reclamaba, fue acorralado por un grupo de 15 senadores, que algunos elevan a 80. La primera puñalada fue la de Cayo Casio Longino, antiguo pompeyano, aunque la más reseñada fue la de Bruto, del que se decía hijo de una amante suya. «Tú también hijo mío..» se dice que acertó César a pronunciar, no en latín sino en griego.
Tras el desconcierto de los propios conjurados, Bruto se dirigió a la tribuna para tratar de explicar las razones de la conjura: ¿Quién hay tan servil que quiera ser esclavo? ¿Quién tan bárbaro que no quiera ser romano? ¿Quien hay que no ame a su patria? Si hay alguien que lo diga, dijo Bruto para concluir: “No fue porque amase menos a César, sino porque amaba más a Roma”.
Y ahora llegan los «idus de Mayo» y todavía están aquí el dictador corrompido por la costumbre del mando con sus cohortes de «conmilitones» no en busca del interés general sino en beneficio propio. No ganamos para escándalos y seguimos gobernados por una panda de filibusteros.
Todos los Brutos de aquí que han llegado a ser ministros, debieran reparar en la parte final de su discurso: «Quería mucho a César pero mucho más a Roma «.
Mientras César venció en la guerra de las galias a Vercingetorix, nuestros ministros brutos, que son muchos, y nuestro triunvirato, más que de un drama de Shakespeare, parecen más bien sacados de una película de Asterix y Obelix.
César fue un apelativo familiar que se convirtió en político, ¡Ave César! pero a pesar de que los paralelismos aquí relatados siguen siendo preocupantes, dudo mucho que la Historia, que a Sanchez tanto le importa, emplee para referirse a él otro ave que el de la gallina de Paiporta.
Víctor Entrialgo