¿Cómo despidió Franco a su más fiel colaborador asesinado por unos etarras? Con una frase enigmática, incluso cruel. Os ofrezco una explicación.
España tiene el triste honor de ser uno de los países europeos donde más presidentes de gobierno han sido asesinados: el general Prim, Canovas del Castillo, Dato, Canalejas y el almirante Carrero. Salvo el caso de Prim, los demás lo fueron por terroristas de izquierdas. Es de destacar que en España la izquierda, desde el PSOE a los anarquistas y la ETA, en seguida recurrió a la violencia para imponer sus ideología. Y no se debía a la represión de la Restauración ni del último franquismo, sino a sus fracasos en levantar a las masas contra la burguesía, etcétera, etcétera, etcétera. ¡Cómo le gusta el gatillo a la izquierda!
El 20 de diciembre de 1973 un grupo de etarras asesinó al presidente del Gobierno, almirante Luis Carrero Blanco. Éste era alto cargo del Gobierno desde 1941; Franco se había fijado en él por un informe que el marino había elaborado para el ministro de Marina en el que desaconsejaba la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial en el bando del Eje y que convenció a Franco para mantener la neutralidad.
En el discurso de Navidad, el generalísimo calificó el asesinato de quien era el encargado de dirigir la transición con un refrán que dejó estupefactos a los españoles: «No hay mal que por bien no venga».
La frase, más las circunstancias del magnicidio, abonaron las teorías de la conspiración. La gente se negaba a creer que la ETA, una banda en formación, hubiese podido colocar un comando durante meses en el centro de Madrid, cavar un túnel cerca de la embajada de Estados Unidos, hacerse con explosivos y volar el coche del militar. Lo que no había conseguido la OAS contra De Gaulle lo conseguía la ETA. Se recordó que la víspera de su asesinato, Carrero había recibido al secretario de Estado Henry Kissinger y que habían discutido sobre diversos temas (evolución del régimen, reservas españolas de plutonio para uso militar, realpolitik). Tampoco hubo especiales medidas de control para tratar de detener a los terroristas.
Además, para acabar de embrollar el asunto, Franco nombró como sustituto a Carlos Arias Navarro, ministro de Gobernación y, por tanto, encargado de la protección de Carrero. Se cuenta que la escolta de Kissinger se asombró de la baja seguridad en torno a Carrero. También Pío Moa en su libro De un tiempo y de un país cuenta que la seguridad en los ministerios de un régimen dictatorial era casi inexistente; desde luego, mucho menor que la que existe en cualquier consejería autonómica o en torno a cualquier personajillo.
La amnistía de 1977 cerró la investigación judicial. Ahora, la Ley de Memoria Histórica, promovida por ZP y sancionada por el Rey, permite considerar a los asesinos de Carrero unos héroes y borrar el recuerdo del almirante, que contribuyó a salvar España de la SGM.
Como cuenta Jesús Palacios, Carrero Blanco no habría sido un obstáculo para la instauración democrática.
Se ha venido repitiendo, como un estereotipo, que el asesinato del almirante Carrero Blanco dejó desarbolado al régimen franquista, imposibilitando la continuidad del mismo tras la muerte del Caudillo y, que por lo tanto, fue un magnicidio «oportuno». Con ello, además de otorgar a ETA un papel relevante en el retorno democrático y de las libertades políticas, lo que es una aberración, se pretendería -casi- justificar aquel crimen por sus fines buenos.
Hace unos meses, un amigo me presentó a un militar retirado que en los años 60 se había integrado en los servicios secretos franquistas. A diferencia de Aznar y Trillo, que unificaron los servicios en uno solo, el CNI, Franco sabía que debía de haber varias agencias que compitiesen entre sí y que se ocupasen de distintas áreas, de modo que sólo él tuviese toda la información. Así se evitan golpes de Estado o sorpresas. Con Franco, existían los servicios de información de cada uno de los tres Ejércitos, de la Guardia Civil, del SECED, de la Policía… Ahora, los aparatos de información (y manipulación) los tienen algunos partidos políticos y la ETA.
Este militar me contó que el entonces Príncipe de España, que debía su elección a la insistencia de Carrero y de Laureano López Rodó ante Franco, había persuadido a su protector para que le presentase la dimisión en cuanto Franco falleciese.
La información llegó al general y causó en Franco el desasosiego: intuía lo que podía pasar después de su muerte. ¿Qué podía hacer: destituir a Carrero, retirar el nombramiento de sucesor a Juan Carlos? Las dudas se las solucionaron los etarras. Así es la política de dura y cruel. Franco, según proseguía este militar, y de acuerdo con numerosos testimonios de esos años, estaba perfectamente cuerdo; su mente seguía funcionando; sólo había perdido la facultad de la resolución, cosa habitual en los ancianos.
Como sustituto de Carrero nombró a un hombre supuestamente fiel al régimen y duro, pero también se equivocó. En verano de 1976, el Rey le pidió a Arias la dimisión y éste se la entregó. A continuación Torcuato Fernández Miranda logró que Adolfo Suárez entrase en la terna de nombres propuestos por el Consejo del Reino para que el Rey escogiese a un presidente. Lo demás, ya lo sabemos.
Si Carrero no hubiese sido asesinado, no habría sido el seguro del bunker. Se habría marchado a su casa, como hicieron todos los generales y almirantes de Franco en los años siguientes, salvo dos en el oscuro 23-F.
Para la gente de mi edad, menos de 10 años, el atentado fue una manera brutal de darnos cuenta de que el mundo que nos rodeaba podía ser peligroso e incomprensible. El terrorismo irrumpió en nuestras vidas, y no se ha ido, pese a que políticos mediocres y periodistas vendidos afirman, desde 1977, que son «los últimos coletazos».
CODA: Proseguimos con la memoria histórica. Máximo, el dibujante (llamarle humorista me parece inadecuado) preferido de El País, participó en la campaña de propaganda de los 25 años de Paz.
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