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Miguel

Porque lo soñamos

Apenas comenzamos a rozar la felicidad

Antonio Gil-Terrón Puchades 14 Ago 2024 - 10:03 CET
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Hacía un tiempo que la vida de Miguel había cambiado. Desde hacía unos meses que repetía el ritual de pararse frente al escaparate de la galería de arte, existente en una calle céntrica de su ciudad. Allí se pasaba las horas – embelesado – contemplando un óleo de Frederic Leighton, que reproducía la imagen de una joven dormida.

Después, regresaba a su casa, cenaba pronto y se acostaba feliz, sabiendo que nada más dormirse, volvería a vivir el sueño de cada noche, en el que poseía aquel objeto que su alma tanto turbaba.

Un día, no resistiendo más, adquirió la obra de Leighton, a costa de consumir la casi totalidad de los ahorros de su vida e hipotecar su vivienda; pero valió la pena, porque ahí estaba ella, en su casa. Al fin y al cabo, Miguel era soltero y no tenía una mujer a la que dar explicaciones, ni las responsabilidades económicas propias que conlleva la familia.

Pero desde ese día, Miguel, ya no volvió a ser el mismo. El miedo…; no; el pánico a que durante sus ausencias alguien pudiese robarle su preciado tesoro, o que un incendio convirtiera en cenizas la irrepetible pieza, provocó que terminase por no pisar la calle. ¿Y dormir, para qué? Para qué soñar ahora que su sueño se había convertido en real…

Durante los meses que siguieron, Miguel se fue consumiendo en un dulce letargo, hasta que llegó un día en el que la vela de su vida se apagó definitivamente, y con él su realidad.

Y es que poseemos aquello que no tenemos, porque lo soñamos y al soñarlo lo hacemos nuestro. Sin embargo, cuando somos capaces de materializar nuestros sueños y hacerlos realidad, entonces pasamos de poseer, a ser poseídos. Somos dueños de nuestros sueños y esclavos de nuestra realidad.

Realidad… madre de angustias y esperanzas, cuando las cosas van mal; realidad… madre de todos los miedos y ansiedades, apenas comenzamos a rozar la felicidad.

Desearía que lloviera.

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