España

Desconocimiento e ingratitud hacia la Historia

Párroco de Villamuñio, León.

Ignorancia, ingratitud
Ignorancia, ingratitud. PD

Para unos tiempos que viven a flor de piel, hablando, juzgando y pontificando incluso de lo que se ignora, no viene nada mal aclarar una serie de conceptos de todo orden (incluidos los históricos) que además de evitar infamias, den luz sobre fenómenos acontecidos, poniéndonos en el contexto que marcó decisiones ante urgencias socio-políticas del momento.

En general somos ingratos con la Historia por el doble camino de ignorarla y de no entender que el verdadero progreso de la Humanidad (que no su mera evolución) se compone de una serie de escalonamientos racionales, científicos y económicos que la conducen con paso más o menos rápido pero sí necesario hacia su perfección.

Lo de ignorarla lo digo porque se puede preferir la caricatura histórica al estudio de la misma. Y lo de no entender el escalonamiento paulatino, lo digo porque se prefiere creer al agorero de turno dotado de presunta varita mágica, fachada atractiva y publicidad a sus espaldas, al sacrificio continuado y esperanzado en valores tan sociales como trascendentes y religiosos que marca a toda una generación de manos unidas bajo la batuta de una misma fe en lo divino y en lo humano. O en esto gracias a aquello.

De ahí la dispersión de toda clase de fuerza una vez que el ideal ya no es común  y se centraliza en un Estado amorfo por su asepsia de creencias. La asepsia sólo es buena en los sanatorios y salas quirúrgicas. Y eso referido a la higiene, no a la ausencia de conceptos éticos y técnicos de la medicina operativa.

La puesta en vigencia del concepto de caudillaje, se determinó el 18 de Julio de 1936 cuando, a poco de iniciado el Alzamiento Nacional,  los participantes del  mismo pusieron sus ojos y esperanzas en el General Francisco Franco, que avanzaba al frente del Ejército de África por tierras de Andalucía y Extremadura.

Su prestigio militar (había sido general a los 33 años, el más joven de Europa por entonces) y su integridad de actuación, hacía que le considerase el jefe indiscutible.

Aún  antes de su designación  para la Jefatura del Estado (1-10-36) y de hacerse cargo del mando político del Movimiento Nacional (19-4-37) el pueblo en armas, unido al Ejército, le consideraba su conductor. He ahí el  equivalente conceptual-histórico del caudillo: conductor en situaciones de emergencia nacional.

De tal  forma renació el   concepto clave del valor de quien ejerce la capitanía, de quién es cabeza de su pueblo y lo dirige a través de las dificultades por el   camino de la paz, de la seguridad y la prosperidad, que de forma espontánea y natural fue llamado caudillo.

Si nos fijamos en el  curso de la historia el caudillo aparece en todos los grandes momentos fundacionales, en los que el  pueblo, sin guías cualificados pero con ímpetu para una tarea o para sacudir un yugo extranjero, destaca de entre los suyos al  más capacitado y lo eleva sobre el nivel general, haciéndole su jefe salvador.

El pueblo de Israel, por ejemplo, los tuvo. Y desde la prehistoria hasta la fundación de los reinos históricos, se suceden los caudillos que levantan su pueblo contra los invasores y organizando una administración rudimentaria pero capaz de cohesionar a quienes están sometidos y esperanzados en unos mismos logros.

En las montañas de Covadonga,  bajo el mando de guerreros –gobernantes se inicia la Reconquista, tras una decisión de mando unánimemente reconocida.

La figura del Caudillo en tiempo de los Reyes Católicos, no fue necesaria debido a la disciplinada organización política que mantuvieron con la creación del  Estado moderno.

Sólo cuando en algún lugar o circunstancia de urgencia lar armas españolas son necesarias aparece la figura del caudillo, capaz de grandes resoluciones contra lo adverso. Así, cuando la gran quiebra nacional que supuso la invasión napoleónica durante la cual el  pueblo se encontró con el  Trono  vacío y luego usurpado, así como el Ejército y el Gobierno desarticulados, surge el  caudillaje y la Zaragoza de los Sitios llama caudillo al general Palafox, que dirige lo mismo a militares que a paisanos en la defensa desesperada.

Muchos de los jefes de la independencia norteamericana, así fueron también designados.

Nada de extraño tiene que en julio del 36 renaciera para el  pueblo español, minado por las corrientes anarquistas y ateas, la idea del  caudillaje encarnado en una figura fiable.

Rota la normalidad política es cuando surge el  caudillaje, por urgencia y carecimiento de fundamentos prescritos sobre la persona que se considera más apta y que, desde ese momento, cuenta con la legitimidad reconocida por quienes han de estarle sometidos.

Otra nota del caudillaje es la unión del mando militar y del  político, gobernando al Ejército y al elemento civil: manda y gobierna al pueblo en armas. La confianza mutua viene del reconocimiento de la legitimidad en el  caudillo.

El racionalismo y liberalismo,  al  pretender destruir la idea de legitimidad, lo que aspiraban a conseguir era que fallara esa confianza del pueblo en sus autoridades o en su líder.  Para conseguirlo, traspasaron la confianza en los monarcas a la confianza en la ley abstracta, en la Constitución; con lo cual  el Poder se despersonalizaba en la nueva “Biblia” dictada por el espíritu nacionalista-liberal-ateo-anarquista y todas las fuerzas ocultas del mal que se pueden imaginar.

Es la sustitución del poder venido de Dios, por el poder venido del hombre, del teocentrismo por el antropocentrista, que por erigirse en centro, forzosamente es ateo y proclama necesariamente leyes convencionales,  creadas a su imagen y semejanza al son de la moda, del subjetivismo, del comercio…, de su deshumanización y decadencia vergonzante.

Esa despersonalización del poder es uno de los fenómenos más acusados en la teoría política del siglo XIX.

Cuando los Parlamentos deciden, el Gobierno justo se hace posible porque hay que aplicar leyes abstractas a personas concretas y de ahí la crisis actual de los Parlamentos, que se ocupan más en cuestiones de protagonismo partidista e imagen comercial de votos, que en buscar la justicia objetiva con leyes divinas alejadas de sus intereses personalistas.

Ante el marasmo actual, son muchos los que han recurrido de una forma u otra al mando único en una persona. Así enlaza el  antiguo concepto de caudillaje con la preocupación actual por la personificación del Poder en una sola persona.

Un caudillo acude a la guerra sólo cuando es imprescindible para salvar del  caos a la Patria.

La “dama de Hierro” acude a la sangre para mantener la vanidad del poder colonial inglés, a pesar del endeudamiento económico e irrentabilidad de las islas Malvinas. No es lo mismo.

Al primero, ahora algunos le llaman dictador (entre otras muchas causas porque ignoran el concepto estricto de dictador). A la segunda, se la llama demócrata. Y encima, muchos “demócratas” ni se dan cuenta de la grave diferencia, ni conocen la historia, ni saben pensar a fondo, ni tienen ideales concretos comunes, ni   mucho menos les importa no llegar a conseguirlos.

Lógico: “Su Dios es el  viento”…, que diría San Pablo.

Su ausencia de dirección es  peor que la ceguera.

Jesús Calvo Pérez,

Párroco de Villamuñio, León.

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