Me encantaría tener el valor suficiente para hacerlo. Quiero decir, cualquier lunes de éstos, pedir la vez, subir al púlpito y quedarme más ancha que larga después de soltar todo lo que llevo dentro; Vamos, algo parecido a un parto, sólo que luego no hay que dar de mamar a nadie. Y puedo asegurarles que sé muy bien de lo que estoy hablando.
Lo repito, me falta valor; aunque no termino de entender en qué consisten mis temores.
Tengo para mí que una buena parte de mis convecinos estaría de acuerdo conmigo; puede que otros, no, pero eso tampoco sería malo porque se organizaría un más que sustancioso debate.
Así que les soltaré aquí la conferencia y, como no podré ver la cara que se le queda a cada uno de ustedes, seré muy libre de ponerme en lo mejor.
La madre del cordero está en dar con el principal problema que padecemos. De ser capaz de detectarlo con claridad, posiblemente la solución se nos ofrecería nítida.
Allá voy: a mi modo de ver, España no levantará cabeza mientras no prescinda de los políticos. No me cuenten que algunos podrían ser honestos y competentes; no me vale, es el concepto lo que falla. Mientras existan, estaremos, perdón por la expresión, con el culo al aire.
Lo diré de otro modo: imaginen que, de repente, desaparecieran del mapa todos los políticos.
¿Para qué los necesitamos? ¿Tan imprescindibles son?
Me dirán, “alguien tendrá que gobernar”. Y yo les respondería: “¿En qué consiste gobernar? ¿Acaso no se trata de tomar, en cada momento, las medidas oportunas para que a los españoles nos vaya cada vez mejor?”
Si me aceptan esa definición, el resto, como dice la Biblia, se nos dará por añadidura.
Surgen, de inmediato, dos interesantísimas cuestiones.
Voy con la primera: ¿Una vez desaparecidos lo políticos, Quiénes serían los más adecuados para tomar esas decisiones, esas medidas?
Desde luego, si echamos un vistazo a los Ministros de los últimos Gobiernos, es para echarse a temblar. Con el que actualmente padecemos, me valdría: apagón general, trenes que sufren terribles retrasos, cuando no se paran; una terrible inundación asola Levante y, meses después, poco, muy poco se ha solucionado; las víctimas del famoso volcán continúan pasándolas canutas; las viviendas, en propiedad o en alquiler, cada vez menos accesibles, una miseria que cada vez alcanza a más gente…
Podría seguir y seguir, pero la conclusión salta a la vista.
Si las necesarias medidas fueran tomadas en cada caso por los técnicos más competentes en los correspondientes sectores, todos esos desastres, o no hubieran sucedido, o habrían tenido, iba a decir un remedio mejor; no, sencillamente, se hubiera puesto en marcha alguno.
Tengan en cuenta, también, los sueldos, los asesores, los atracos, los enchufados, las Autonomías…
Todo eso, sencillamente, nos lo ahorraríamos. No sería precisa la terrible carga impositiva que soportamos, la deuda no estaría por las nubes, el paro tampoco…
Queda la segunda aparte, pero tampoco está tan escondida la solución.
Ha quedado claro, al menos así lo creo, que los programas deberían ejecutarlos las personas probadamente más competentes. Muy bien, pero ¿quién y cómo se decide exactamente qué tienen que hacer esos genios?
Me parece que la repuesta es evidente: como dije, el objetivo es que a los españoles nos vaya mejor.
Y digo yo, ¿por qué no nos preguntan en qué consiste eso de que “nos vaya mejor”? ¿Es que, como hemos dejado de ser el pueblo soberano, quiero decir, nunca lo fuimos, es lógico aceptar que jamás se nos tenga en cuenta?
¡Pues ya va siendo hora!
¿Acaso la democracia no es el reino las mayorías? No sería tan difícil que nos enterásemos ¡por fin! de lo que verdaderamente queremos los españoles.
Imaginen que, en vez de las elecciones que venimos soportando, quiero decir quién preferimos que sea el próximo Presidente del Gobierno, quién nuestro alcalde, voy a ofrecerles, a modo de borrador, los muy probablemente objetivos más deseados por la población.
Que cada uno establezca sus prioridades y terminaríamos teniendo una lista más que sustanciosa.
Por apuntar algunos de esos objetivos, bien podrían ser, acabar con la inmigración, bajar los impuestos, construir viviendas sociales, fomentar la proliferación de pequeños empresarios, dotar de medios a los Tribunales para que no se eternicen los procesos, y a la Policía para que defienda más eficazmente nuestros derechos y libertades, mejorar la calidad de la Enseñanza, imponer la igualdad ante la Ley de todos los españoles, dotarnos de una televisión verdaderamente pública y profesional, ajena a cualquier presión, no ya de los políticos, pues habrían desaparecido todos; de la que sea, venga de donde venga; se acabaron las subvenciones, los aforados…
Podría citar algunos objetivos más, pero espero que estén de acuerdo conmigo en que la lista final se parecería bastante a ésta, lógicamente, ordenados de más a menos apremiantes, según la voluntad de la ciudadanía; que, ahora sí, por primera vez en al historia, sería soberana.
Una última cuestión: decidido ya todo lo que debería hacerse, alguien tendrá que elegir a los prodigios que se ocupen de hacer reales tan deseables deseos.
Tampoco creo que resultase demasiado complicado. No olvidemos que ya no quedarían políticos para meter la cuchara en el guiso… y pudrirlo.
Imaginemos, un suponer, digo yo… que alguien, no sé, una Comisión dependiente del Jefe del Estado, o tal vez un Comité de decanos de Universidades, presentaran a la ciudadanía tres nombres para cada Ministerio.
Sus respectivos currículos serían ampliamente difundidos, se les entrevistaría a todos en igualdad de condiciones y, sencillamente, ¡a votar!
Viene a cuento aquí el preguntarnos cuántos electores conocen razonablemente a todos y cada uno de los candidatos de los principales Partidos que optan a escaño en su provincia. ¿Verdad que todavía está más claro todo?
Sé perfectamente que voy a ser acusada de fantasiosa, de irreal; pero, al menos, ofrezco una solución, eso no podrán negármelo.
Tal vez haya, en todo lo dicho, mucho de utopía irrealizable; podría ser, pero, en ese caso, que alguien ofrezca otro plan mejor y lo discutiremos; porque lo que está claro es que así no podemos seguir; o dicho de otro modo, de seguir así, España dejará de existir en solo unas docenas de años. Contésteme con sinceridad: guste más o menos mi propuesta, al lado de lo que tenemos, ni color.
¿O no?
Pues eso