Permítanme compartir con ustedes una duda que me tiene muy preocupada; sobre todo, desde las últimas Elecciones. Parece claro que Alberto Núñez Feijóo, en la actualidad al mando del Partido Popular, pretende echar a Pedro Sánchez de la Presidencia del Gobierno; para ocuparla él, naturalmente; en busca de lograrlo, no deja de ponerle verde en cuántas ocasiones se le presentan; denuncia tras denuncia, acusación tras acusación, insiste en lo mal que nos va a los españoles con este señor en La Moncloa.
Hasta ahí, me parece todo muy comprensible.
Es claro que para ganar las próximas con un margen suficiente, lo esencial ha de ser movilizar al máximo a su electorado; que, no hay más que verlo, lo tiene un tanto adormecido y, en buena medida, como siga sin ponerle remedio, va a continuar absteniéndose porque no termina de verlo claro.
No tengo a este señor por una lumbrera; pero tampoco le creo idiota perdido. Y, sin embargo, políticamente, no deja de parecérmelo.
Para que los suyos se animen un poco, no basta con explicarles lo urgente que resulta conseguir derrotar a Sánchez. Eso lo saben muy bien todos ellos.
Lo que, al parecer, y mucho me temo que sólo al parecer, ignora Feijóo es que, además de proclamar a los cuatro vientos la necesidad de que el actual Presidente del Gobierno deje de serlo, es preciso, también, añadir algo que a mí se me antoja imprescindible. Echar a Sánchez, desde luego que sí, pero ¿para qué?
Ahí está el quid. Contarnos lo mal que lo está haciendo el socialista tiene sentido; pero si no explica en qué va a diferenciarse la situación cuando él nos gobierne, la cosa se queda poco menos que en agua de borrajas.
Daría un paso seguro hacia su objetivo si hiciera ver a los suyos lo mucho mejor que nos iba a ir bajo su mando.
Nos contaría, entre otras cosas, qué haría con la invasión, con el paro, la deuda, los excesivos impuestos, el problema de la vivienda, el de la Justicia, los secesionistas, las Leyes totalitarias, los ataques a derechos y libertades, idioma español incluido…
Parece evidente que una serie de ilusionantes propuestas en los terrenos más devastados por el sanchismo, habría de tener inmediata repercusión en las encuestas sobre intención de voto.
Y sin, embargo, calla.
¿No será que, también otorga?
Tiene que saber perfectamente que , como líder que es de la Oposición, al menos, formalmente, esa es la mejor de las tácticas a su alcance. Insisto, tiene que saberlo; incluso si él fuera tan corto que no llegara ni siquiera hasta ahí, seguro que cuenta con asesores capacitados para hacérselo ver.
Debemos suponer, pues, que no dejan de aconsejarle que se lance de una vez a hacernos ver lo distinta que va a ser su manera de gobernar, lo mucho que vamos a notarlo, la de problemas que va a solucionar, y, tampoco lo dejemos de lado, los muy pocos que va a plantearnos.
Lo tiene que haber escuchado más de una vez. Y, sin embargo, se niega en redondo a hacerlo.
Aún sabiendo la enorme cantidad de votos que ese silencio va a costarle; hasta podría ser que, por ese motivo, volviera a ver a su más astuto adversario, dejándole con dos palmos de narices. Y, sin embargo, ese riesgo parece no importarle.
Vuelvo al principio; alguna explicación ha de tener ese aparentemente absurdo y suicida comportamiento.
De ahí la duda que, como dije, me tiene en ascuas.
¿No será que, como hiciera su indigno antecesor, Mariano Rajoy, no va a cambiar una coma?
Si alguno de ustedes es capaz de dar con una mejor explicación, se recompensará.
Porque yo, por más vueltas que le doy, no soy capaz de salir de ahí.
A ver si va a ser que tengo razón.
Y si es así, y todo parece indicar que es así, ¿qué necesidad hay de echar a Sánchez?
O, dicho de otra manera, ¿qué más nos dará uno que otro?
¡Y luego, a eso lo llamarán Elecciones!
Queda un segundo modo de contar lo mismo: ¿No será que de tanto no entendérsele nada, los que realmente sucede es que se le está entendiendo todo?
Pues eso