Los picaros se mueven a sus anchas por los foros en Madrid. Sitios donde desplegar sus artes desde luego no les faltan.
El Ritz y el Palace, entre otros grandes hoteles, dan acogida a desayunos para que la «gente guapa», sobrada de tiempo para gastar, pueda ver y ser vista.
Convertido así el patio en el reino de lo virtual, donde todo es imagen, la presencia en esos actos genera complicidades y cercanías.
Tales ambientes congregan a periodistas, escoltas, élites políticas, empresariales y sociales, pelotas y curiosos y, entre todos ellos, a Francisco Nicolás Gómez Iglesias.
Desde que tuvo quince años, codearse con la «beautiful people» del país parecía el modus vivendi del «pequeño Nicolás».
Se hizo pasar por todo: dirigente de Nuevas Generaciones, jefe de las juventudes de FAES, acompañante de Jaime García-Legaz, asesor de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, enlace entre el Gobierno y La Zarzuela… Hasta espía del CNI fue.
Una vez consiguió conquistar a García Legaz en los despachos de la fundación del PP en la calle María de Molina 40, la cosa hasta cierto punto fue sencilla.
Apoyado en el que más tarde sería nombrado secretario de Estado fue abriéndose camino. Primero, con el matrimonio Aznar-Botella. Luego, lo demás fue coser y cantar con otros políticos, empresarios y demás personajillos de poca monta ética deseosos de hacer caja utilizando al «amigo de Legaz».
«Es un chaval espabilado, altivo, proclive a las fantasías y ambicioso», señala un dirigente de Nuevas Generaciones de Madrid con quien ha tenido trato.
Franky, en realidad, es un osado sin remilgos a la hora de obtener relaciones privilegiadas. Nada nuevo bajo el sol, por cierto. Salvo por el hecho de que cuando comenzó este viaje sin vuelta apenas había cumplido dieciséis años.
Han sido cuatro los años vividos por Francisco Nicolás en el escaparate de los que consideran el poder como una exhibición de privilegios.
Porque, ¡vaya si tuvo relaciones!: usar un coche oficial de la mismísima alcaldesa de Madrid evidencia que no estamos ante un pícaro cualquiera que ni se sabe de dónde saca para tanto como destaca.
Pero un día sus «hazañas» llegaron hasta los oídos de María González Pico, la jefa de Gabinete de la propia Sáenz de Santamaría, que decidió pinchar el globo tóxico por la vía rápida.
La mano derecha de Soraya se hizo con el teléfono de Franky y ni corta ni perezosa marcó su número. Según fuentes fiables, la conversación fue aproximadamente del siguiente tenor:
-¿Francisco? Tengo entendido que trabajas para la vicepresidenta.
-Sí, así es, soy miembro de su gabinete.
-Vaya, resulta que yo sí te llamo desde el gabinete de Soraya Sáenz de Santamaría e ignoro quién eres.
González Pico no necesitó mayores explicaciones. Ya tenía sobre su mesa relación de las andanzas del joven. En realidad las alarmas habían saltado hacía tiempo en el Palacio de La Moncloa.
Así ha sido el viaje de aventura del seductor Francisco Nicolás. Se ha movido por territorios ambiguos. En esos límites oscuros donde los deseos inconfesables permiten acceder a contactos ilustres. Y los favores pueden venderse caros.
Con todo, más preocupante resulta el hecho de que cargos políticos y empresarios se dejasen conquistar por el «pequeño Nicolás». Insisto: un adolescente. Este es el meollo del lío.
Y una nueva demostración de la confusión que hay en España entre lo público y lo privado: el pecado original de tantas corrupciones.
Lógicamente, ahora, con el bullicio en marcha, son muchos los que desearían poner cuanto antes un manto oficial de silencio. Claro.
Pero los episodios del «pequeño Nicolás» parecen lejos de estar vistos para sentencia.
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