Una epidemia digital golpea la igualdad y la intimidad

El lado oscuro de la inteligencia artificial: el ‘deepfake porn’ arrasa vidas reales en Corea del Sur

El auge de la pornografía deepfake destroza reputaciones, mientras la respuesta social y legal sigue siendo insuficiente

Deepfake porno en Corea del Sur
Deepfake porno en Corea del Sur. PD

Las calles de Seúl han sido testigo en los últimos meses de un fenómeno alarmante: mujeres y adolescentes, muchas veces menores de edad, protestan bajo máscaras blancas exigiendo justicia.

¿El motivo? Una nueva ola de violencia digital que ha arrasado la vida privada de cientos de personas mediante la creación y difusión masiva de pornografía deepfake.

La inteligencia artificial, que en otros contextos promete avances asombrosos, aquí se convierte en una herramienta devastadora para el acoso y la humillación pública.

Las cifras lo dejan claro: canales de Telegram con más de 220.000 usuarios han intercambiado imágenes falsas explícitas generadas a partir de fotos escolares, selfies o incluso retratos militares.

Las víctimas no solo ven su imagen sexualizada sin consentimiento; muchos agresores añaden datos personales como nombre, edad, teléfono o dirección para maximizar el daño y el chantaje.

En un país obsesionado con la tecnología, la vulnerabilidad digital alcanza cotas inéditas.

Así funciona el mercado del horror

Las plataformas tecnológicas no ayudan. Cualquiera puede descargar aplicaciones como Deepfake Studio o Face Swapper y, con apenas una foto y unos segundos, obtener imágenes pornográficas falsas pero convincentes. El proceso está gamificado: por cada invitación a un amigo o por pequeñas cantidades de criptomonedas (el “diamante” digital equivale a 650 wones), los usuarios pueden acceder a más creaciones o personalizar detalles del cuerpo representado.

Telegram ha visto cómo grupos llamados 능욕방 (“neung-yeok bang”, literalmente “chats de humillación”) organizan concursos macabros: para acceder hay que aportar diez deepfakes nuevos, normalmente de conocidos reales. Así se expande una red donde el chantaje, la extorsión y el escarnio público se convierten en moneda habitual. No es raro que los agresores manden estas imágenes a familiares de la víctima pidiendo dinero o favores sexuales a cambio de no difundirlas más.

La dimensión social es inquietante: muchos de estos chats agrupan principalmente a adolescentes varones que encuentran en la humillación digital una vía perversa de entretenimiento y poder. Las imágenes también circulan como memes o emojis en chats privados, trivializando el sufrimiento ajeno.

Un problema viejo con nuevos tentáculos

La pesadilla del deepfake porn no surge de la nada. Corea del Sur ya arrastraba desde hace años una epidemia paralela: el “molka”, grabaciones ocultas en baños públicos o vestuarios que luego se vendían o compartían online. Entre 2013 y 2018 se denunciaron más de 30.000 casos solo por cámaras ocultas, convirtiendo el delito sexual digital en uno de los motores del movimiento #MeToo coreano.

El salto al deepfake solo ha ampliado el alcance: ahora ni siquiera hace falta acceso físico a las víctimas. Basta una imagen pública para ser objeto potencial del abuso. La velocidad e inmediatez con que circulan los archivos profundizan el trauma psicológico y social.

Respuestas sociales: protestas y estigmatización

La sociedad surcoreana ha reaccionado con indignación pero también con impotencia. Las manifestaciones recientes recuerdan a las protestas masivas de 2018 tras encarcelar a una mujer por publicar una foto íntima masculina—mientras la mayoría de hombres implicados en casos similares quedaban impunes. Los lemas como “Mi vida no es tu porno” resuenan entre las jóvenes que denuncian no solo el delito sino también la falta de empatía institucional.

Muchos supervivientes relatan haber sido ignorados o incluso ridiculizados al acudir a la policía. El estigma social es abrumador; denunciar implica revictimización pública y un daño reputacional casi irreparable, especialmente en una sociedad donde la presión sobre la imagen femenina es feroz.

Obstáculos institucionales y brecha de género

El problema se agrava por una profunda brecha estructural: solo el 13% de los puestos directivos están ocupados por mujeres; jueces, fiscales y legisladores son mayoritariamente hombres. Esto explica en parte por qué las leyes avanzan despacio—y cuando lo hacen, apenas protegen realmente a las víctimas.

En respuesta a las protestas masivas, el gobierno surcoreano endureció penas e impulsó centros para asistir a las víctimas. Sin embargo, muchas voces critican que esas medidas son insuficientes frente al crecimiento exponencial del fenómeno. Las fuerzas del orden carecen tanto de formación como de recursos técnicos para rastrear y eliminar contenido deepfake a escala real.

Además, existe un vacío educativo: apenas hay formación sobre consentimiento digital o igualdad sexual en las escuelas coreanas. Así, las nuevas generaciones reproducen dinámicas tóxicas sin entender su gravedad ni consecuencias legales.

Un reto global con rostro coreano

Aunque Corea del Sur encabeza tristemente las estadísticas mundiales sobre pornografía deepfake—fue líder global en tasa de susceptibilidad en 2023—el fenómeno trasciende fronteras. Lo que ocurre aquí es un aviso para otras sociedades hipertecnologizadas: cuando el desarrollo digital avanza sin ética ni educación suficiente, las brechas sociales se amplifican.

Frente al optimismo tecnológico habitual, conviene recordar que cada avance tiene su reverso oscuro. La inteligencia artificial puede ser aliada… o convertirse en arma devastadora contra derechos fundamentales como la intimidad y la dignidad humana.

En definitiva, Corea del Sur libra hoy una batalla crucial entre innovación tecnológica y protección social. El resultado aún está abierto, pero está claro que mirar hacia otro lado ya no es una opción viable cuando lo que está en juego son miles de vidas reales destrozadas por un clic.

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Autor

Fernando Veloz

Economista, comunicador, experto en televisión y creador de formatos y contenidos.

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