El lunes 11 de julio de 2016, Antena3 despidió definitivamente ‘La Embajada’ con el undécimo capítulo de su primera temporada. Y es que, debido a su mediocre rendimiento en audiencia, la serie de Bambú no renovará. ¿Cuál ha sido el fallo de la que prometía ser una de las grandes apuestas dela temporada?
Con motivo del final de ‘La Embajada’, su creador y dueño de Bambú Producciones, Ramón Campos, en declaraciones a Vertele, aseguraba que, desde el principio «sabía que no era una serie fácil» como si el público español no estuviese preparado para las tramas de «corrupción» que proponía la serie. Pues va a ser que no.
Campos y su socia, Teresa Fernández Valdés, son dos valerosos ingenieros creativos del audiovisual, expertos, sobretodo, en vender, como nadie, sus productos, pero el problema de ‘La Embajada’ no ha sido que tratase la corrupción, sino, precisamente que no lo trataba. Era un quiero y no puedo ser ‘House of cars’. O te metes o no te metes. La excusa de, ‘en España no estamos aún preparados para esto’ ya no vale.
‘La embajada’ no es ‘Vis a vis. No es una serie de nicho que da prestigio. No es un producto, como el de Globomedia, que se consume en otras plataformas y que ha creado escuela. No. Definitivamente no.
`La Embajada’ desde su inicio, ha sido un culebrón de voz engolada, solemne, excesivamente verbal, aburrido, sin enganche visual y, lo más grave de todo, poco creíble.
Nada en el mundo propuesto te invitaba a entrar allí. Nada. Para empezar, no tenías, en ningún momento, la sensación de estar en Tailandia. Los personajes eran unidimensionales, las relaciones entre ellos, por tanto, meros clichés. No había luz, humor, emoción ni intriga dramática. Si los protagonistas no me importan, ¿cómo voy a seguir la trama?
Los actores hacían lo que podían con un texto pretencioso y unos estilismos imposibles. Todo bañado de una luz amarilla que lejos de ser exótica era mortecina.
Ojo, aún con todo, ‘La Embajada’ es un intento. Que no es poco. Esto es ensayo error. Su problema es que ha sido demasiado ambiciosa para el tiempo y los costes que se tenían pero son preferibles cien series como esta, que una como ‘B&b’, por ejemplo, que no aporta nada nuevo.
Además, deberíamos destacar varias cosas. Para empezar, la serie ha sido pionera en un terreno desconocido hasta ahora en la ficción televisiva (lo ha hecho mal pero lo ha hecho) y , segundo, su target comercial (el que interesa a los anunciantes) ha sido bastante alto.
La audiencia, aunque se estrenó con un gran 22,5% de cuota de pantalla, enseguida se desinfló, alcanzando, hasta el capítulo diez, un 16,2% de medía (tampoco es un desastre absoluto pero está por debajo de lo que se esperaba de ella). De hecho, su penúltimo capítulo se hizo con un pobre 13,4% de share.
ASÍ TERMINÓ LA EMBAJADA
(Aviso Spoilers)
No vamos a desvelar demasiado del final de la serie por aquellos que no lo han visto pero aquí va un pequeño resumen de un capítulo que si bien estuvo cargado de sorpresas, fue fiel al estilo solemne y algo tedioso de la ficción.
La serie, poco a poco se va uniendo a como comenzó, es decir, al juicio por corrupción contra Luis el embajador en Tailandia (recordemos que toda la trama era un largo flash-back).
Recordemos que el malo malísimo de la función, Eduardo se había salido con la suya y había conseguido que Luís se autoinculpase a cambio de liberar a su hija.
Pero, de repente, Eduardo y su pérfida mujer, Fátima, se empiezan a aterrar cuando descubren que existe la figura de un testigo protegido, que no es otro que Roberto, el hermano de Eduardo (incitado por los antiguos embajadores).
Pero Eduardo tenía preparado su canto del cisne particular, y, desde la cárcel, movió los hilos para que condenasen a Ester (la hija de Claudia y Luis) a la pena de muerte. Todo estaba perdido…O no…
En el último momento, llegó Carlos (el guapo de Chino Darín) y salvó la situación. Lo bueno es que por fin, en A3, una serie termina bien. Fue algo bucólico todo pero después del colapso de ‘Vis a vis’ es de agradecer. Un aplauso por los finales felices, aunque sean ‘corruptos’.