Por José María Arévalo
( La patrulla. Óleo de Ferrer-Dalmau en la exposición de la sala de Las Francesas) (*)
Creo que esta exposición de Augusto Ferrer-Dalmau, “Soldados de España en la Historia”, que podemos ver hasta el 25 de agosto en la Sala Museo de Las Francesas, está teniendo menos eco mediático que la que acogió los primeros meses del año pasado el vallisoletano Palacio Real (antigua Capitanía General), titulada “Del chambergo a la boina verde”, que fue todo un acontecimiento, con más de sesenta reproducciones de cuadros del mismo pintor, en la que también se exponía la colección de uniformes del Ejército español propiedad de la Asociación Retógenes de Amigos de la Historia Militar y la colección fotográfica «Boinas verdes en acción» del general Vicente Bataller. En ésta anterior, la estrella era una reproducción del cuadro «Rocroi, el último Tercio», sobre el que escribió un memorable artículo, “El perro de Rocroi”, Arturo Perez-Reverte, que publicamos en nuestros “Los lunes, revista de prensa y red”, en noviembre del año anterior, ilustrado con la foto del cuadro –ambos pueden verse usando el buscador del blog-.
Ahora no se trata de reproducciones de las obras de Ferrer-Dalmau, sino de óleos originales de los dos o tres últimos años de este ya famoso pintor, instalado en Valladolid desde 2007. Sin duda va a tener gran éxito, tanto por su maestría de pintor realista como por los temas militares a que se dedica; en opinión de Perez-Reverte “el mejor de los pintores de batallas españoles vivos”. Mayor alabanza creo merece, ya que añadía: “Su pintura continúa y renueva una tradición clásica que en España, con breves excepciones, tuvo escasa fortuna. Pocos de nuestros pintores se ocuparon de un género que en Francia tuvo a Meissonier y a Detaille, y en Inglaterra a Caton Woodville. Por ejemplo”. En lo que sí acierta es en el fondo intencional que aprecia en su pintura. Veo en noticia de agencia (Icalnews) de estos días: “Ferrer-Dalmau asegura que la ignorancia de la historia militar de España es una de las razones de la falta de patriotismo”. La estrella de esta exposición es su reciente cuadro “La patrulla”, del que aparece otro interesante artículo de Perez-Reverte que reproduciremos al final, junto con otro de Alfonso Ussía del mes pasado. Está claro que Ferrer-Dalmau está de moda.
Dice la prensa –también Ussía se hace eco de ello en su artículo-, a propósito de este cuadro, que Ferrer-Dalmau ha pintado para donarlo al museo del Ejército de Toledo, que estuvo en zona de operaciones del conflicto de Afganistán, haciendo bocetos, tomando apuntes y pintando, mientras convivía con las tropas españolas de la ISAF. Compartió experiencias con el contingente de la ASPFOR XXXI, formado sobre la base de la Brigada Paracaidista, en Qala i Naw y en el puesto avanzado de combate (COP) Ricketts, en Moqur. Es la primera vez que un pintor español acude a una misión en el exterior para colaborar con el Ministerio de Defensa de España. Sin embargo, no es una práctica excepcional pues otros ejércitos tienen «artistas de guerra», como el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, que cuenta en la actualidad con tres artistas oficiales, uno de ellos Michael D. Fay, que ha plasmado en sus pinturas la participación norteamericana en Irak y Afganistán.
Diría yo que este cuadro, en la actual exposición, puede encajarse en el grupo de pincelada menos minuciosa, que particularmente prefiero. Hay otro magnífico, también parco en detalles, “Nostalgia”, de 2012, en el que aparece una pareja de la Guardia civil, al atardecer, con un pueblito al fondo. El cartel que lo acompaña –todos los expuestos tienen uno que relata además de los datos de la obra, la historia de los personajes y escenas reflejados- nos dice que en este caso parece haber seguido el pintor el estilo de la corriente romántica catalana de finales del XIX.
(Carga de Alcántara, 1921. Óleo de Augusto Ferrer-Dalmau)(*)
Augusto Ferrer-Dalmau Nieto (1964), que pertenece a una familia de la burguesía catalana empezó a finales de los años 1980 como diseñador textil, pero desde muy joven pintaba temas militares, y paisajes, en especial, marinas. Más tarde, inspirado en la obra de Antonio López García, se centró en los ambientes urbanos y captó en sus lienzos los rincones de su Barcelona natal. Expuso en galerías de arte, y cosechó éxitos y buenas críticas. A finales de los noventa decidió especializarse en la temática histórico-militar. y comenzó a producir lienzos donde el paisaje se mezcla con elementos militares como soldados y caballería.
En la muestra de Las Francesas se exponen los numerosos libros monográficos sobre su pintura que se han publicado hasta ahora. Es un reflejo del éxito de Ferrer-Dalmau, especialmente con sus cuadros de asunto militar. Además, comprometido con la cultura y el arte, ha lanzado recientemente una nueva revista, FD Magazine, en la que aborda la historia de España y de sus gentes desde una perspectiva artística y social. Lo recoge Wikipedia, que tiene un post amplísimo del autor.
En un blog dedicado a este pintor por sus amigos, ferrerdalmaunoticias.blogspot.com.es. aparece estos días el artículo de Arturo Perez-Reverte a que nos referíamos al principio. Se titula “Cuatro hombres en un paisaje hostil”, y va sobre el reciente cuadro “La patrulla”.
“Me telefonea Augusto Ferrer-Dalmau –escribe Perez-Reverte–, nuestro pintor de batallas. El que tiene la maldita Internet saturada, entre otras cosas, de reproducciones de ese lienzo sobre Rocroi –“El último tercio”, es el título- al que todos los amigos se ven en la obligación de enviarme enlaces en plan «Éste te va a gustar», etcétera. Y me dice, el compadre, que vaya a Valladolid, a su estudio, que ha terminado el cuadro sobre Afganistán. Que me lo quiere enseñar antes de librarse de él. Y como los amigos están para fastidiarlo a uno, allá me voy, resignado, carretera arriba hasta Valladolid, oyendo a Carlos Herrera en la radio. Y le aterrizo al pintor en su estudio con buena luz de media mañana, perfecta para mirar bien su último trabajo. Y allí, entre sables, morriones, pistolones, pellizas de húsar y otros artilugios que Augusto utiliza como motivos para ambientar sus trabajos, está el último cuadro, grande, estupendo: “La patrulla”, se llama. Y muestra, en un paisaje desolado y desértico, con colinas ocres al fondo, las casas de un pueblucho mísero; y entre ellas y el espectador, como si el jefe de la patrulla acabara de volverse hacia atrás para mirar a los hombres que lo siguen, cuatro soldados españoles y uno afgano, que con equipo de combate caminan espaciados, las armas a punto, internándose cautos por territorio hostil, mientras el sol del atardecer proyecta en el suelo sus sombras largas sobre la tierra calcinada.
Sé que para Augusto es un cuadro importante. Su homenaje personal a los soldados españoles que combaten -ésa es la palabra exacta, pese al lenguaje perifrástico oficial- desde hace tiempo en Afganistán, y cuya misión se encuentra en fase de repliegue. Augusto ha pintado este cuadro para donarlo al museo del Ejército de Toledo. A fin de documentarlo pasó varios días con las tropas españolas, a tiro de los talibán. Jugándosela en posiciones avanzadas, peligrosas. He visto el álbum extraordinario de bocetos que trajo de allí como material base: retratos, apuntes, paisajes, estudios de luz, de sombras, rostros de afganos, paracaidistas y legionarios españoles, cada uno con su historia, sus notas minuciosas, sus referencias útiles para el proyecto. Paradójicamente, tras esa copiosa cantidad de material, la obra final sobre el lienzo aparece por contraste vacía, casi desnuda, absoluta en su simplicidad; en su árido paisaje y en esos casi solitarios hombres duros que pisan aquel peligroso rincón del mundo. Misión de paz, misión de guerra, fiel infantería de toda la vida, la misma que aparece en el ya legendario lienzo sobre el último cuadro en Rocroi. La vieja y única historia posible: lealtad a los compañeros inmediatos más que a las grandes palabras huecas y a las cambiantes banderas donde tanto canalla se envuelve y medra. Un cuadro grande, un paisaje árido, unos soldados. Cuatro españoles que caminan por un paisaje hostil, protegiéndose serenos unos a otros. Sabiendo que nadie les agradecerá nada. Realizando con pundonor y sencillez el trabajo por el que les pagan, como llevan haciéndolo desde hace siglos. Desde que la palabra guerra, por azares de la vida y de la Historia, se interpone en el camino del ser humano.
«¿Qué te parece?», pregunta Augusto, parándose a mi lado. Está inquieto, como siempre que enseña un cuadro nuevo. Con esa inseguridad del artista humilde que, pese a su dominio del oficio, sabe que cada trabajo es empezar otra vez desde cero, jugársela. Este último lienzo -penúltimo en realidad, pues acaba de abocetar otro sobre la batalla de San Marcial- me gusta mucho, y se lo digo. Lo hago sin demasiada retórica, pues sé que los elogios excesivos intranquilizan más que ayudan. Hago observaciones, señalo algún detalle que me llama la atención. Luego nos quedamos los dos mirando el cuadro en silencio, y al rato comento: «Lo has clavado, cabrón». Entonces Augusto sonríe, relajado al fin. «Es mi homenaje -dice-. Y cuando la misión allí termine, escribiré detrás los nombres del centenar de muertos que hemos tenido en Afganistán. Aunque en el museo no se vean, yo sabré que están ahí». Apruebo la idea. Después me pide que elija un boceto para mí, entre los que tiene tirados por el suelo. Quiere hacerme ese regalo. Escojo uno magnífico, de un legionario barbudo, y Augusto sonríe. «Quiero que pongas alguna cosa detrás de La patrulla, de tu puño y letra, y que lo firmes. Que quede ahí para siempre». Es un honor, respondo. Me entrega un rotulador, y con él me voy detrás del cuadro. Pienso un momento, y escribo: «Durante siglos, en cada una de sus huellas estuvo España».
(Rocroi, el ultimo Tercio. Óleo de Augusto Ferrer-Dalmau)(*)
Y a primeros junio pasado, Alfonso Ussía publicaba en La razón otro artículo sobre Ferrer-Dalmau, a proposito de este cuadro, que titulaba “Cataluña y la milicia”, que como prometía, reproducimos también.
“Presenté en Valladolid un libro prodigioso. No figurará jamás en la relación de los libros más vendidos. Y el marco de la presentación, inigualable. El Palacio Real de Valladolid, antigua sede de la Capitanía General, y hoy de la Cuarta SUIGE, que así de raras son en la actualidad las denominaciones militares. En ese Palacio Real, por la influencia del entonces bastante cabrón Duque de Lerma, reinó Felipe III desde 1601 a 1606, interrumpiendo la capitalidad de Madrid. Allí de frente, de golpe, la maravilla de la iglesia de San Pablo, joya sublime de la arquitectura hispanoflamenca, donde se halla la pila bautismal de Felipe II y Felipe IV, el pequeño Rey casi todopoderoso, y el Rey de nuestros Siglos de Oro en la literatura y la pintura, influido en su caso por el también bastante cabrón Conde-Duque de Olivares, que encerró en los fríos sótanos de San Marcos de León a don Francisco de Quevedo por unos versos satíricos.
Un libro tan hermoso sólo se podía presentar en un lugar como aquél y con una audiencia tan abigarrada de españoles decentes. Los militares, encabezados por el general Quintanilla y el general-director de la Academia de Caballería. El texto, ajustado a la grandeza del libro, es de Lucas Molina, también su editor, un romántico de la edición, dueño de una prosa fácil y sintética, así como terrenal compañero de una comandante de Intervención Militar por la cual todos querríamos ser intervenidos. Y los dibujos, bocetos y el gran cuadro que protagonizan la obra, son del gran pintor catalán Augusto Ferrer-Dalmau, un español profundo que para no sufrir, ha instalado sus melancolías de Barcelona en la Alta Castilla vallisoletana. Escribió Arturo Pérez-Reverte: «Nadie, que yo conozca, pinta en España como Augusto Ferrer-Dalmau, con tanta honradez y ausencia de complejos a la hora de recuperar las imágenes de nuestro largo pasado militar». Porque Ferrer-Dalmau, como su paisano Josep Cusachs, ha renunciado a glorias efímeras y privilegios que sólo benefician a los ideólogos de la mentira artística, para convertirse en el maestro de la pintura militar. Dos catalanes son los que mejor nos han regalado la estética de nuestra Historia a través de los héroes anónimos que han vestido y visten el uniforme militar. Augusto y Lucas han convivido en Afganistán quince días con nuestros soldados. Y el objetivo final del libro es el gran óleo «La Patrulla», que podrá ser admirado en el Museo del Ejército instalado en el alcázar de Toledo, primer cuadro que se pinta en el sitio de la guerra, con unos soldados que tienen nombre y apellidos, bajo un sol tórrido y en el paisaje más pavoroso del mundo. Porque Afganistán es de una fealdad espeluznante, en su piel de tierra y en su costumbre humana –o inhumana–, y crear tanta belleza y emoción de la fealdad está sólo en manos de los artistas elegidos, y en el caso de Augusto Ferrer-Dalmau, simultáneamente influidos por esos españoles ejemplares que se juegan la vida todos los días y a todas horas en tierras lejanas al amparo de nuestra Bandera para defender a quienes, probablemente, nunca les agradecerán su sacrificio. Eso, un paisaje desolador, un sol insoportable y un ambiente humano grandioso. Más de cien militares españoles han muerto heroicamente en Afganistán, mientras aquí, en España, los imbéciles de siempre desprecian a nuestros soldados.
Lo que han hecho Ferrer-Dalmau y Lucas Molina es depositar en una obra y en un libro el valor y la imagen de los soldados de la España de hoy, que sin ellos quedaría borrada por el olvido del egoísmo y los complejos. Curioso, dos catalanes geniales, Cusachs y Ferrer-Dalmau, sintetizan el arte supremo de la pintura de nuestro pasado y presente militar. Con dos narices, no precisamente narices.”
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(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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