Por José María Arévalo
(La Asunción de El Greco expuesta en el museo del Prado)
El Museo del Prado acoge hasta el próximo 15 de junio ocho de las nueve piezas que el Greco realizó para el Monasterio de Santo Domingo el Antiguo de Toledo en el siglo XVI y que comenzaron a disgregarse hace 195 años por diferentes museos y colecciones de diferentes partes del mundo. ‘La Asunción’, la gran tela central del retablo mayor, que desde 1906 forma parte de las colecciones del Art Institute de Chicago, se expone junto a las dos piezas de este retablo conservadas en la colección del Museo del Prado, a las tres que permanecen en Santo Domingo el Antiguo y a otras dos colecciones. La única obra que no ha podido viajar hasta Madrid pertenece actualmente al Museo Hermitage de San Petersburgo, por lo que no ha podido ser incluida en la muestra.
Leticia Ruiz, comisaria y jefa de Colección de pintura española del Renacimiento, ha asegurado que se trata de «un acontecimiento artístico extraordinario que permite disfrutar de un conjunto excepcional de la primera producción del Greco en España». El pintor cretense recibió este encargo a mediados de 1577, recién llegado a España, junto al del Expolio, obra que preside la sacristía de la catedral de Toledo.
Santo Domingo el Antiguo contó desde 1579 con una nueva iglesia de traza clasicista costeada por María de Silva (1513-1575), dama portuguesa que estuvo al servicio de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, y por Diego de Castilla (1507-1584), deán de la catedral. El espacio se destinó a lugar de enterramiento de los dos benefactores.
Para la realización del retablo mayor y los dos laterales de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo, Diego de Castilla designó al Greco a sugerencia de su hijo Luis de Castilla (1540-1618), quien había conocido al pintor en Roma, en el palacio Farnesio, en 1571. Gracias a esta recomendación el Greco pudo enfrentarse a un trabajo especialmente complejo, donde tuvo que diseñar la estructura de los tres retablos, las cinco esculturas que coronaron el principal y la pintura de ocho lienzos.
La concepción de todo el conjunto supuso una renovación del tradicional retablo castellano. El retablo mayor se organizó en torno a una tela de gran tamaño con el tema de ‘La Asunción’, obra a la que se subordinaron el resto de las pinturas: los cuatro santos de las calles laterales –’San Juan Bautista’, ‘San Juan Evangelista’, ‘san Bernardo’ y ‘San Benito’– y, en el cuerpo superior, ‘La Trinidad’. Años después de inaugurarse la iglesia, un escudo de armas realizado sobre madera que se situaba sobre la pintura central fue cubierto con la Santa Faz, obra igualmente del Greco.
El encargo se concluyó en 1579 y el resultado hubo de suscitar la admiración de quienes lo contemplaron; el Greco demostró ser un maestro granado, audaz y solvente, que se manejaba con deslumbrante soltura en la composición de obras de gran formato, cargadas de reminiscencias italianas tanto en los modelos figurativos como en el colorido y la factura.
DISPERSIÓN DE LAS OBRAS
A partir de 1830, una sucesión de ventas, expolios y expropiaciones provocaron la disgregación de la obra completa. ‘La Asunción’ fue vendida ese año al infante Juan Gabriel de Borbón y tras varios avatares, sus descendientes se deshicieron de ella en 1904. Tras pasar por París y la Nancy Atwood Sprague, dos años después pasó al fondo del Art Institute de Chicago donde se encuentra en la actualidad.
El infante también adquirió ‘San Bernardo’ y ‘San Benito’ que fueron confiscadas en la época de Isabel II y pasaron a formar parte del Museo de la Trinidad. ‘San Bernardo’ le fue devuelta y vendida en 1890 por su hijo en París. Tras pasar por varios propietarios, en 1943 fue depositada en la Nationalgalerie de Berlín y a finales de la Segunda Guerra Mundial fue confiscada por la Unión Soviética como botín de guerra, por lo que ahora cuelga de las pareces del Museo del Herrmitage. ‘San Benito’ nunca fue devuelta y pasó de la Trinidad al Museo del Prado, al igual que ‘La Trinidad’. En este caso, su primer dueño en 1830 fue el escultor Valeriano Salvatierra que a su vez se la vendió a Fernando VII.
Por su parte, la ‘Adoración de los Pastores’ fue adquirida en 1956 por Emilio Botín y actualmente forma parte de la Fundación Botín, mientras que la ‘Santa Faz’ fue desmontada y vendida a un coleccionista privado en 1961. Las únicas piezas que continúan en su emplazamiento orginal de Santo Domingo en Antiguo son ‘San Juan Evangelista’, ‘San Juan Bautista’ y la ‘Resurrección’.
En 1577 Doménikos Theotokópoulos era un pintor desconocido. Recién llegado a la corte española, el encargo de un retablo para la iglesia del monasterio de Santo Domingo el Antiguo en Toledo daría muestras de su insólita genialidad. Conocido desde entonces como El Greco, el pintor cretense completó nueve obras que luego se dispersaron, ocho de las cuales el Museo del Prado ha logrado reunir para celebrar y reivindicar la grandeza y el genio del pintor, piedra angular de la colección, que pasó un par de siglos en el limbo de los incomprendidos. «Es una muestra pequeña, de cámara, pero histórica», ha dicho Leticia Ruiz, jefa de colección de pintura española del Renacimiento del Prado y comisaria de la exposición.
El Greco había obtenido en 1577 los dos de los encargos más relevantes de su carrera. Uno fue ‘El expolio’ para la catedral de Toledo. El otro los tres retablos del monasterio cisterciense toledano, uno de los cenobios más antiguos de la Ciudad Imperial. Fue creado por María de Silva (1513-1575 ) dama portuguesa que estuvo al servicio de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V. Encargó el retablo Diego de Castilla (h. 1507-1584), deán de la catedral toledana, por sugerencia de su hijo Luis de Castilla (h.1540-1618), quien había conocido en Roma al pintor cretense.
Las piezas reunidas en la galería central del Prado gracias al patrocinio y la fundación de amigos del Museo, se hallan en un «extraordinario» estado de conservación. «Parece que hubiera terminado de pintarlas hace media hora», dice la comisaria, precisando que «solo ha sido necesario limpiar alguna capa de polvo y aplicar una suave capa de barniz».
LAS OBRAS
Con ‘La Asunción’ El Greco modifica la estructura del retablo reticular, cambia y da un salto cualitativo con una gran tela central, rodeada de piezas que la miran. Resulta deslumbrante, porque El Greco nunca había trabajado antes en grandes formatos. Había pasado diez años en Italia, tres de ellos en Venecia, absorbiendo la forma de trabajar de Tiziano, y asombró a propios y extraños con sus retablos; es un pintor muy inteligente y muy consciente de sus hallazgos», lo reivindica la comisaria ante una pieza de más de cuatro metros de altura por dos de anchura.
Histórico es el el regreso al Prado de ‘La Asunción’-con foto del cual iniciamos este artículo- el único cuadro firmado y fechado por El Greco, que no se había visto en el museo desde 1902. El préstamo de la icónica tela ha sido posible gracias a la cesión de tres ‘grecos’ que el Prado hizo hace cinco años para su exhibición en París y Chicago.
En 1830 lo adquirió el infante Sebastián Gabriel de Borbón por 14.000 reales de vellón. Para reemplazarla en el retablo de la iglesia toledana, se encargó una copia realizada por Luis Ferrant (1806-1868) y Carlos Luis de Rivera (1815-1891) por la que se pagaron 8.000 reales. En 1836 la obra fue confiscada por el gobierno de Isabel II y devuelta al infante en 1879, tras el regreso del aristócrata al bando isabelino.
En 1838 la pintura fue trasladada, junto con su colección, a la ciudad francesa de Pau. A la muerte del infante en 1875, su colección se dividió entre sus herederos. Estrella de la primera exposición dedicada al Greco en 1902, la obra fue vendida en octubre de 1904 en la galería Durand-Ruel en París. Fue adquirida por Nancy Atwood Sprague, quien la donó en 1906 al Art Institute de Chicago en memoria de su esposo, Albert Arnold Sprague.
(San Benito)
En 1830, el infante Sebastián Gabriel de Borbón adquirió ‘San Bernardo’ y ‘San Benito’ por 3.000 reales. Ambas obras fueron confiscadas en 1836 por el gobierno isabelino y depositadas en el Museo de la Trinidad en 1838. ‘San Bernardo’ fue devuelta al infante en 1861 y vendida en 1890 en París por el duque de Dúrcal, su hijo. Pasó luego por varios propietarios hasta que en 1943 fue depositada en la Nationalgalerie de Berlín. Al final de la II Guerra Mundial, fue confiscada como botín de guerra y llevada a la Unión Soviética. Actualmente, se exhibe en el Museo del Ermitage. ‘San Benito’ no fue devuelta al infante y en 1872 pasó del Museo de la Trinidad al Prado.
San Benito de Nursia (h. 480-547) fue el fundador de la orden benedictina, la que profesaron las monjas que ocuparon el monasterio toledano en el siglo XII. Ello explicaría la representación de este santo y la de san Bernardo, con el que hace pareja, en el retablo mayor.
El Greco concibió el personaje con rasgos precisos, lejos de cualquier idealización; sus facciones, que se perciben como un retrato, son las de un hombre maduro y de aspecto ascético que se dirige al espectador mientras señala con la mano derecha a la zona inferior, donde se hallaban la tela principal (La Asunción) y el tabernáculo.
El modelado sólido y certero de la figura y la rotundidad del sombreado contrastan con la solución vibrante y suelta del fondo.
(‘La Trinidad’)
La tela coronaba el cuerpo del ático del retablo mayor, situada sobre La Asunción, con cuya escena conecta. Así, María asciende hacia esa zona celestial en la que el Padre Eterno, sentado sobre las nubes y flanqueado por ángeles mancebos, sostiene el cuerpo de Cristo muerto: una Compassio Patris o Piedad masculina. Dios Padre aparece revestido como un sacerdote del Antiguo Testamento, cubierto con una mitra bicorne, alba y manto. La paloma blanca que simboliza el Espíritu Santo sobrevuela las cabezas de padre e hijo.
Es esta una representación que recoge iconografías medievales y para la que el pintor se valió de una estampa de Alberto Durero de 1511 para la composición, y de obras de Miguel Ángel para la figura de Cristo, con una poderosa anatomía y una inestable disposición que hace que se desborde del sostén paterno.
La pintura ingresó en el Prado en 1832, tras ser adquirida por Fernando VII. En 1830, ‘La Trinidad’ fue adquirida por el escultor Valeriano Salvatierra, figura clave en el incipiente mercado artístico. En junio de 1832, la vendió a Fernando VII por 15.000 reales con destino al Real Museo, hoy del Prado.
(‘Santa Faz’)
La vera effigies de Cristo fue una iconografía popular desde finales de la Edad Media, originada en una historia apócrifa. Según esta, una mujer de nombre Verónica habría obtenido la imagen del rostro de Jesús –también llamada Verónica, literalmente ‘verdadera imagen’ (vera icon)– tras quedar este impreso en el paño que le ofreció para que se secara el sudor en su subida al Calvario. El tema, tan apropiado para todo el programa redentorista del retablo, fue sin embargo una aportación posterior, tras descartarse un escudo de armas (seguramente de uno de los dos patrocinadores de los retablos). Ello explicaría el formato inusual para esta representación, que fue colgada en alto, entre La Asunción y La Trinidad. El estilo pictórico es claramente posterior al del resto del conjunto. En 1961, ‘La Santa Faz’ fue desmontada de su retablo y vendida en 1964 a una colección privada.
(La resurrección)
‘La Resurrección’ presenta a Cristo triunfante sobre el lugar en el que fue enterrado y custodiado por los soldados. El Greco se basó en composiciones de diversos maestros italianos y realizó una obra única y personal, llena de dinamismo. Solo repitió este tema, que puede verse en las salas del Prado. En el plano superior destaca la serena y majestuosa presencia de Cristo, una figura apolínea de modelado prieto y marcada anatomía. El Greco introdujo además a san Ildefonso, una figura, de rasgos claramente individualizados, muestra la prodigiosa técnica pictórica del Greco en ese primer momento en España. Sus vestiduras blancas son las propias de la celebración de la Pascua de Resurrección. La concepción de esta figura, de rasgos claramente individualizados, muestra la prodigiosa técnica pictórica del Greco en ese primer momento en España.
El pintor subrayó las reacciones de los soldados: los que aún descansan o están caídos “como muertos” (según el Evangelio de san Mateo), el que se incorpora con sorpresa y temor y los dos guardias de pie –en posiciones contrapuestas–, que aparecen deslumbrados por la prodigiosa visión. En el plano superior destaca la serena y majestuosa presencia de Cristo, una figura apolínea de modelado prieto y marcada anatomía.
(‘La Adoración de los Pastores’)
La Natividad es un tema que el Greco ya había representado con anterioridad, siguiendo siempre composiciones italianas. En este primer ejemplar en Toledo, pensado para emplazarse en uno de los retablos laterales, el del lado del Evangelio, el pintor evitó mostrar un espacio convencional y generó una composición original y propia en torno al Niño Jesús. Este se convierte en el foco de luz, la que ilumina a los personajes que le rodean en actitud de adoración y reconocimiento: además de María y san José, cinco pastores y dos figuras femeninas distanciadas de la escena y que han sido vistas como Zelomí y Salomé, las comadronas que certificaron la condición inmaculada de María según uno de los evangelios apócrifos.
En la zona superior, un grupo de acrobáticos y refulgentes ángeles sostiene la filacteria con el versículo en griego de san Lucas: “Gloria a Dios en las alturas…”. En primer término aparece san Jerónimo, una presencia que fue expresamente requerida por el deán Castilla.
‘La Adoración de los pastores’ es lienzo muy posterior a los del retablo, el Greco se autorretrata, de rodillas en primer plano, y tambien pintó a su hijo, con ropajes amarillos. Fue adquirida en 1956 por Emilio Botín Sanz de Santuola y López y se encuentra en la Colección Fundación Botín.
(San Juan Evangelista)
Esta pintura muestra una imagen poco frecuente en el arte cristiano occidental, donde la representación más habitual de san Juan es la de un hombre joven e imberbe que suele aparecer junto al águila que le distingue entre los evangelistas, sosteniendo un cáliz del que emerge una serpiente o con un libro, atributo propio igualmente de su condición de apóstol.
El Greco incluyó el libro, un volumen cuya lectura explicaría el ensimismamiento del santo, un anciano de larga barba blanca y corpulenta complexión. Aparece de frente, en una actitud meditativa y concentrada que, según indican los dibujos preparatorios de la tela, no fue la concebida inicialmente por el pintor, que le había representado contemplando La Asunción.
La monumentalidad de la figura se acrecienta gracias al horizonte bajo en el que se sitúa, una fórmula que, junto a la abstracción de los celajes del fondo, preludia otras composiciones posteriores del Greco.
(San Juan Bautista)
Siguiendo modelos básicamente bizantinos, el Greco representó al Bautista como un asceta demacrado, cubierto parcialmente por la piel de camello que llevaría en su retiro en el desierto, donde hacía penitencia y anunciaba la llegada del Mesías. La barba y los cabellos descuidados, así como la fina cruz de cañas completan la imagen del “Precursor”, el que antecede a Jesús, a quien bautizó en el río Jordán. Con el índice de su mano derecha señala el tabernáculo, el lugar donde se renueva el sacrificio del Cordero de Dios.
La alargada figura ocupa por completo un espacio estrecho, rematado en un arco de medio punto. La ausencia de elementos espaciales, más allá de unas manchas de color a modo de abstracto celaje, y la contrastada iluminación, convierten la imagen en una suerte de escultura colocada en una hornacina.